No es extraño que Fermín Muguruza, abertzale e internacionalista, pasara por Palestina. Fue en 2002 y el cerco israelí a Arafat en Ramala impidió que se viera con músicos de allá. Este camaleón musical no paró quieto y ocho años después, espoleado por el registro de los sonidos de Estambul que realizó el genio turcoalemán Fatih Akin en 'Cruzando el puente', hizo la maleta y grabó, con el ojo poético de Javier Corcuera ('La espalda del mundo'), a lo mejor de la variada escena musical que hoy producen los palestinos de Palestina, es decir, los que viven en Israel y los Territorios Ocupados: Jerusalén Este, Gaza y Cisjordania.
Hizo el trabajo de campo en abril de 2008 y volvieron a grabar a finales de verano, justo cuando se murió el poeta nacional Mahmud Darwish, cuyos versos recorren muchos de los temas de los once grupos y solistas que en 'Checkpoint Rock' (que se estrena hoy en Documenta Madrid y cuya BSO ya está en las tiendas) hablan, con o sin canciones.
Y hablan, porque las canciones no pueden dejar de ser políticas, de lo que le ocurre a un pueblo que hace un siglo comenzó a ser colonizado y hoy es una sociedad de refugiados, fragmentada pero resistente. La peli, "un canto a la vida" según Muguruza, se adentra por Israel para mostrar una cara del problema: la minoría (20%) de árabe-israelíes (según la narrativa occidental) o palestinos del 48 (como se autoproclaman muchos de ellos): 1,3 millones que proceden de los 150.000 a los que no expulsaron en la guerra que siguió a la creación del Estado de Israel, en 1948, y que viven con pasaporte israelí pero sin los mismos derechos que la mayoría judía.
Así, recogen la potente voz de Amal Murkus, una árabe cristiana de un pueblo de la Galilea que lleva sobre el escenario desde los cinco años, que ha tocado con Joan Baez y ha hecho giras por medio mundo. Se encuentran con el Trío Jourban, tres hermanos que cultivan una exquisita música tradicional levantina desde Nazaret, ciudad del norte israelí de mayoría árabe. Entrevistan a la joven rapera Safaa Arapiyat, una rareza valiente por hip-hopera, mujer y palestina. Y en la ciudad vieja de Akka, donde resisten en paz musulmanes y cristianos los embates de la judeización, graban al grupo de rock/metal Khalas (que significa: "¡Basta!") y al más tradicional Wallat ("Fuego"), una institución que hoy prepara su tercer álbum, 'Ala Bal Min?' ('¿A quién piensas engañar?'), con músicos del Golam, el desierto del Neguev y Cisjordania. "Las barreras podrán hacer que vayamos más lentos", dice su cantante y letrista Kher Fody, "pero no nos detendremos". El muro es el antagonista del tema que tocan, 'Amor en el checkpoint', de una ensoñación de Fody cuando le tocó esperar cinco horas (y llegó tarde a su concierto) en el de Belén, uno de los casi 700 checkpoints diseminados en la cantonizada Cisjordania que controlan la vida, el trabajo y el tránsito de los 2,3 millones de personas ocupadas por el ejército israelí desde 1967, y por 400.000 colonos.
Más al sur, en el gueto árabe de Al Lyd, a las afueras de Tel Aviv, se cruzan con DAM (en hebreo, "sangre", en árabe "eternidad"), el más importante grupo palestino de hip-hop, que formó Tamer Nafer con su hermano y un amigo en 1999, tras quedarse embobado ante un videoclip de Tupac Amaru, en el que las imágenes de droga, polis contra chavales y racismo le recordaron a su ciudad natal, aunque sus abuelos huyeran de Jaffa. Tienen 80 temas colgados en la red, un himno coreado por miles de jóvenes —'Meen Erhabi' ('¿Quién es el terrorista?')— que lanzaron durante la represión a la 2ª intifada en 2002, un disco que ha conseguido saltar las fronteras, 'Dedication' (2007) y están grabando el segundo. "El gobierno nos dice que somos un cáncer, traidores, una bomba demográfica", comenta Tamer, que acaba de volver de una gira por Estados Unidos. "No creo que darle un CD a un tío que está sangrando en un checkpoint le ayude en algo, pero las palabras amplifican el mensaje".
Ya en la Jerusalem Este ocupada, Sabreen, dueño del principal estudio de grabación palestino, canta un poema de Darwish. Rodeada por una red de asentamientos que separa la capital en disputa de Cisjordania, en el campo de refugiados de Belén recogen la emocionante voz de Muthana Shaban, y en Nablus el rasgueo experto de Habib Al-Deek, profesor de la Universidad de Nablus y experto en el oud (o laud del Próximo Oriente).
Del otro islote ocupado, Gaza, que sufre un bloqueo total desde que en 2007 Hamás se hiciera con el poder (al no poder gobernar tras ganar las elecciones un año antes), viene otro de los grupos, Palestinian Rapperz, ejemplo paradigmático del desmembramiento al que se somete a este pueblo. De los cuatro, uno está en Estados Unidos, dos permanecen en Gaza y otro más huyó a Egipto tras la masacre de enero, que mató a casi 1.400 e hirió a 5.000 personas en 22 días. A 70 muertos diarios. Uno de ellos, el padre de Ayman, cantante del grupo, que fundó hace cinco años. El padre era de Fatah. Y le mataron en enero, en una guerra contra Hamás que en verdad fue castigo colectivo. En la peli dice: "Es difícil ser músico en Palestina. Y más de hip-hop". Hace dos meses, exponía del objetivo de su música: "Mantener viva la lucha pacífica y darla voz. Proponer una alternativa a la violencia. Explicarle al mundo nuestra herida, para que se comprometa en que acabe la ocupación y se haga justicia". A Ayman le invitaron a dar un concierto en abril en España, como a muchos otros músicos que salen en la peli. Pero pese a conseguir el visado, Israel no abrió la puerta de la prisión de Gaza. Él, asegura, seguirá rimando, anudando identidades rotas.
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