Lisandro Alonso, director fetiche del Festival Internacional de Cine de Gijón (y una persona encantadora), estrena la cinta que le dio el premio a la Mejor Película la pasada edición: 'Liverpool'.
No acaba, 'Liverpool' no acaba porque apenas tiene principio, ni prácticamente argumento. Es una foto-fija de un tiempo pausado y un espacio inmenso, desolado. Interesante sólo para los curiosos a quienes nos gusta mirar en la distancia este hormiguero que habitamos. Pertenece al género de lo diferente, especial y singular. ¿Independiente, marginal o marginado? Quien decida ir a verla que no se impaciente. Aunque parece que no ocurre nada, transmite una emoción contenida, intensa. Los actores se meten de forma natural en la piel de unos personajes que están siempre en su sitio. Puedo contar la sutil trama argumental sin desvelar los misterios que habitan su interior. Imaginaos: la vida a bordo de un carguero que navega por el Atlántico al Sur, un trabajador —de 48 años— pide permiso para visitar a su madre que reside en Tierra del Fuego. Él se llama Farrel y hace mucho que no sabe nada de ella. Desembarca cuando el buque atraca un par de días en Ushuaia. Para llegar hasta sus orígenes atraviesa paisajes nevados. Ya está. El resto es recrearse en la observación de ese mundo a base de planos largos y medios. Sin dramatismo alguno, esta producción argentina hace al espectador testigo de la travesía de esa gente, algo perdida, pero buena. Todos viven con lo imprescindible en una escasez digna.
Casi es un milagro que el cuarto largometraje del argentino Lisandro Alonso se estrene en salas comerciales porque no está pensada ni para la mayoría de los espectadores de las salas, ni para cualquier especie de cinéfilos, sólo para unos pocos.
Aplaudió parte del público que la vio en la Quincena de realizadores del Festival de Cannes donde se proyectó el pasado año. El resto se debió preguntar qué hacía allí esa película que quiso ser corto y no llegó a los 80 minutos. Ya digo, 'Liverpool' —¿será el nombre del buque?— está construida a gusto de unos pocos. Desde luego no para el cinefilifóbico Volpini. Esta vez me ha tocado disfrutar a mí. ¿De quién ha sido la pena?
Valoración: 6/10
Liverpool: una cueva. Sin los Beatles, una cueva aburrida. Una ciudad obrera, portuaria, donde llueve la cotidianeidad y el ciudadano sale empapado de ella cada día. La cotidianeidad es el abrigo con el que uno se cubre, se pone a salvo de la vida, que te lleva, despacio, mansamente, minuto tras minuto, a la deriva y de la que sólo escapan los que nadan contra corriente. A éstos también la vida los ahoga, pero les pasa lo que al toro en el ruedo: que ellos piensan que le van a ganar y mueren peleando por su vida. Para la mayoría, se entiende, la vida es la antesala al matadero. El animal, en fila, se le acerca temblando. El hombre carece de ese instinto.
Liverpool, Argentina.
Marinero deja el barco de la monotonía cotidiana hacia una monotonía anterior, que la distancia, o el remordimiento, o la curiosidad, o la sospecha de que nada ha cambiado, hacen más atractiva. Y no ha cambiado nada. Crece lo que uno dejó atrás, pero crecer es algo que las cosas no pueden evitar: sólo sucede. Luego esa realidad mengua y en su lugar crece otra cosa. Esto, durante 84 minutos. Hay personas capaces de sentarse a mirar cómo pasa la gente o cómo fluye el río sin que sus nervios salten, desbocados. Para ellos, 'Liverpool'. Bella y, a la vez (como, supongo, la reseña) un auténtico coñazo, me declaro incapaz de valorar esta película.
Valoración: —
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