Redacción Internacional.- Alabada en los siempre excesivos círculos del cine fantástico, la película del sueco Tomas Alfredson "Déjame entrar" es un ejemplo de terrorífica contención y análisis de personajes marginales que, desde la dureza del invierno escandinavo, da una vuelta de tuerca al vampirismo.
Tribeca, Fan Asia o Sitges son algunos de los festivales que han "dejado entrar" en su palmarés a esta pequeña película que tiene la genial idea de diseñar su historia con los elementos clásicos -asesinatos y vampiros- para luego desplazar el eje del miedo a lo humano y reconocible. Terror por la densidad del drama.
Así, el escalofrío le recorre a la propia niña vampiresa protagonista, Eli, al ver cuál es el panorama personal de su nuevo amigo, Oskar, un niño introspectivo y blanco del acoso de sus compañeros de colegio que encuentra en ella su único vínculo afectivo.
Esta película, escrita por John Ajvide Lindqvist basándose en su propia novela, se estrena este fin de semana en España -en verano en Argentina- y juega con la agresividad interna de un entorno tan infravalorado y desprotegido como el infantil para analizar las claves de los abusos de poder y el trato al diferente.
"Déjame entrar" compone con poesía casi siempre hermosa, casi siempre delicada -a pesar de algunos subrayados innecesarios- un alegato de la complejidad emocional de la infancia: de sus amores, sus lealtades, sus angustias, y sus anhelos. Cosas de niños, al parecer.
La gélida meteorología escandinava se convierte en un elemento más de la narración. En el terror siempre es fundamental la atmósfera y el blanco crea cierta sensación de agorafobia, de aridez y de esterilidad.
En la nieve, la sangre se amortigua, no pierde color y se congela. Los sentimientos se aletargan y el terror se agrieta. "Déjame entrar" es como un horror sumamente educado y cauteloso. De muertes limpias e implacables.
El filme se convierte en un oscuro cuento infantil en el que el mundo adulto es el desenlace fatal que permanece estático a lo largo de toda la película. A la protagonista, al menos, le queda toda una eternidad de convivencia con él.
Y con sobriedad y, además, silencio, "Déjame entrar" se cierra con uno de los actos de amor más virulentos y mejor rodados de los últimos años. Una escena tan brutal como lírica que, como colofón al drama confeccionado en susurros, redondea una "rara avis" del cine de género.
Mateo Sancho Cardiel
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