Cuando se supone que sólo quedan diez años para la completa erradicación de la cocaína y la heroína —en la Convención de Viena se estableció el año 2019 como fecha tope—, muchos dirigentes no tiemblan al anunciar el fracaso completo de la lucha antidroga liderada por Estados Unidos (el principal consumidor). Los más de 6.000 millones de dólares que el país norteamericano ha invertido en Colombia no han conseguido frenar la producción de cocaína, que ha aumentado un 30%. Con una 'hoja de ruta' muy similar, Hillary Clinton acaba de anunciar la reactivación del Plan Mérida —comenzando con 80 millones— para tratar de frenar la ola de violencia derivada del narcotráfico en México. A miles de kilómetros, en un paraje todavía más árido y violento, se vislumbra un rayo de esperanza, una oportunidad para los que ya no confían en el método actual, basado en la intervención militar. Hablamos de Afganistán, donde la producción de opio y su tráfico ilícito han ido aumentando conforme se prolongaba en conflicto bélico, pero donde la situación puede dar un giro radical próximamente.
Hace pocos meses, un grupo de ex presidentes latinoamericanos, con el brasileño Fernando Henrique Cardoso a la cabeza, se reunieron en Sao Paulo para intentar dar respuesta a una pregunta: ¿por qué tras años de intensos esfuerzos, la lucha contra el narcotráfico no ha dado su fruto? Su conclusión fue unánime: las cosas se están haciendo mal. En realidad, desde los años ochenta, aquellos años de míticos (y mitificados) narcos, como el colombiano Pablo Escobar, poco o nada ha cambiado realmente. Así lo asegura Ivan Briscoe, experto en América Latina de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), quien señala que la estrategia siempre ha sido parecida, "cortar cabezas", y que "esto ya no sirve".
Con el paso del tiempo, estas acciones han ido derivando en una progresiva militarización de estos países, donde el fin del problema cada vez resulta más difuso. Así, explica Briscoe, "con la muerte de Escobar se acabó con el cártel de Medellín, pero surgieron nuevos baby cartels", que son los que operan hoy día en el país. México ha seguido una trayectoria paralela. Según el experto, en ambos países, "la lucha contra el narcotráfico también ha hecho crecer la criminalidad" y, además, "el peligro institucional de la producción de la droga es el más alto de la historia, mientras los precios están más bajos que nunca".
La llegada de Obama a la Casa Blanca despertó mucha expectación. ¿La era del cambio también para la política antidroga? Algunos creen ver la respuesta en la nueva estrategia para Afganistán que, aunque prevé el envío de más tropas, ha adquirido una dimensión más social, basada en la reconstrucción del país.
Según anunciaba el propio Obama a finales de la semana pasada, el nuevo plan para acabar con los talibanes, pasará por enviar cientos de diplomáticos y funcionarios, además de aumentar el número de soldados y policías afganos. Entre estos funcionarios habrá una buena representación de técnicos de ministerios como Agricultura o Justicia, en un intento de mejorar la gobernabilidad y las políticas de desarrollo y combatir la corrupción y el narcotráfico. Otro de los retos del mandatario es mejorar la cooperación entre el resto de gobiernos, incluida la propia administración afgana, y las ONG internacionales, así como reforzar el papel de la ONU.
Esto ayudaría a poner en práctica alguna de las nuevas ideas que hoy se barajan para dar un giro radical a la lucha antidroga, basadas en la relajación de la persecución a la producción y los esfuerzos por lograr la total erradicación de los cultivos de narcóticos. Sobre la mesa hay dos alternativas: comprar la cosecha entera de opio afgano y legalizar el cultivo para producir morfina y codeína utilizables en tratamientos contra el dolor.
El primero en hablar claramente sobre esta posibilidad fue The Senlis Council, un think tank británico especializado en narcotráfico. No se trataba de una mera sugerencia. Partiendo del potencial afgano en producción de opio y la creciente necesidad mundial de analgésicos como la morfina o la codeína, la organización trazó un plan que recibió el visto bueno de la Chatham House, un forum de debate de política exterior de los más importantes del Reino Unido, de afganos y de personas como Raymond Kendall, ex-secretario general de la Interpol. ¿En qué consistía su propuesta? Básicamente en ir otorgando licencias de manera progresiva para ir legalizando el opio, como se hizo en Turquía desde 1974.
Los estudios no cayeron en saco roto y , meses más tarde, el Parlamento Europeo aprobaba una resolución en la que instaba al Consejo de Europa a defender la legalización parcial del cultivo del opio en el país musulmán. Esta propuesta se opone frontalmente a la fumigación de los campos de adormidera y defiende la lucha contra la corrupción en la administración afgana, la persecución de los traficantes, el desarrollo rural. Pero la gran novedad es sin duda, la realización de proyectos pilotos para la producción de morfina a partir del opio bajo la supervisión de la ONU.
En un primer momento, la resolución suscitó el rechazo frontal de Karzai, el presidente afgano, y por supuesto, de la administración de Estados Unidos, donde hasta hace poco, esta posibilidad era impensable, dada su postura beligerante hacia la producción de la hoja de coca, marihuana y opio. Pero algo ha cambiado y ya se escuchan voces como la de James Nathan, ex funcionario del Departamento de Estado y profesor de política en la Universidad de Auburn, cuyas sugerencias han armado un gran revuelo en Estados Unidos, y han dado lugar a enconados debates en The New York Times y The Washington Post. Este cambio en el discurso es el primer paso hacia un cambio efectivo en la política, aunque de momento sólo se plantea en Afganistán.
Conforme se va gestando este cambio en la mentalidad, no es descabellado pensar en un paso más adelante, que podría asemejarse lo que Briscoe denomina la "escuela" o "corriente europea", que propone no perseguir el consumo, despenalizar algunas drogas blandas como la marihuana y apoyar los cultivos alternativos. Según el analista de FRIDE, los expertos han estudiado el impacto de esta política y han concluido que contribuiría a "reducir los daños sociales del tráfico de drogas", aunque su gran peligro sería "la legitimación de la criminalidad que subyace en el mundo de la droga, por lo que habría que reforzar las estrategias en este sentido".
En América Latina, el haber padecido la violencia desgarradora del narcotráfico y los métodos para combatirlo, han radicalizado el discurso y comienza a escucharse en más foros la palabra maldita: legalización. "Muchos hablan ya de la legalización y el tráfico regulado. Que los beneficios de la droga se trasladen a la sociedad", explica Briscoe, haciéndose eco de los estudios sobre el tema que van abriéndose paso y que ya han cuajado en la mentalidad de algunos países como Colombia, cuyas élites "quieren legalización de la cocaína".
¿Veremos algún paso firme próximamente? Briscoe lo duda. Según él, lo más probable es que se den "arreglos informales", más en la línea de "acuerdos de pacificación", ya que "falta un líder valiente que en su momento diga que tenemos que legitimar producción y limpiar los excesos". Sin embargo, cree el analista que es probable que "poco a poco se vayan legitimando espacios" del mundo la droga, sobre todo si los experimentos que se ponen en práctica en el país asiático salen bien.
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