Los 'narcos' mexicanos asustan en EEUU: nada de viajes a Acapulco

El ex director de la CIA, George J. Tenet, quiere que su hijo cancele sus vacaciones de primavera en Acapulco —el tradicional spring break, toda una institución para los alumnos de las universidades estadounidenses, que se desplazan en masa a las playas mexicanas— y que sustituya México por cualquier otro destino, alertado por la escalada de violencia entre bandas de narcotraficantes. No es el único que piensa así. La Universidad de Arizona ha desaconsejado a sus estudiantes que viajen al país vecino este año para evitar cualquier tipo de riesgo. Las vacaciones estudiantiles son sólo una muestra de las turbulencias que las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos han atravesado esta semana por culpa de los 'narcos'.

La llamada 'narcoviolencia', que se cobró casi 7.000 víctimas en 2008 y ya va cerca de los 1.000 en lo que va de 2009, preocupa al Ejecutivo Obama. El gobernador de Texas, Rick Perry, ya le dio la voz de alarma al presidente y le ha pedido que envíe a la Guardia Nacional para fortalecer una vigilancia fronteriza a la que cada día inquieta más que los enfrentamientos salvajes entre los carteles que se disputan el control del tráfico de drogas se extiendan. Su homólogo en Arizona, Jan Brewer, ha reiterado esta petición.

Obama aseguró el miércoles que estudiará las propuestas que apuntan el despliegue militar como mejor solución para controlar lo que pasa en la frontera. Según el diario La Jornada, el presidente estadounidense está recibiendo, además de las presiones políticas, continuas informaciones de funcionarios, militares y analistas que no paran de repetirle que lo que ya llaman 'la guerra en México' es una enorme amenaza para la seguridad nacional. Por otra parte, hoy la secretaria de estado, Hillary Clinton, ha anunciado que visitará México los próximos 25 y 26 de marzo con el objetivo de revisar los acuerdos en materia fronteriza que incluyen el problema del narcotráfico y la violencia por parte del crimen organizado.

El tono habitual de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico ha sido tradicionalmente de apoyo total y carta blanca a la actuación del derechista presidente Felipe Calderón. El jefe del ejecutivo mexicano ha abogado por una política de mano dura, centrada en el despliegue de fuerzas militares y policiales a las zonas de más riesgo, generalmente ciudades fronterizas como Tijuana, Ciudad Juárez o Culiacán, verdaderos campos de batalla entre sicarios. Y esta estrategia, aunque ha recibido críticas de sectores de la sociedad que opinan que la militarización del conflicto no puede traer ningún efecto positivo, ha sido elogiada de forma reiterada por las autoridades estadounidenses.

Sin embargo, la situación hace tiempo que parece descontrolada y los estadounidenses se han dado cuenta. El director nacional de inteligencia, Dennis Blair, ha hecho alusión a la "ingobernabilidad" del país. En concreto, ha dicho que "la influencia corruptora y el incremento de la violencia de los carteles de la droga impiden la capacidad de la Ciudad de México de gobernar partes de su territorio y de construir instituciones democráticas eficaces". Todo ello mientras surgen algunos estudios que aseguran que México no está preparado para hacerse cargo del problema y con cada vez más expertos que apuntan a que pronto podría convertirse en un Estado fallido.

Estos gestos no han gustado demasiado al otro lado del Río Bravo. Diversas autoridades del país han negado tajantemente que México haya perdido el control sobre su territorio. Y Calderón, en un encuentro con empresarios, le ha pedido a Obama que transmita el sentido de corresponsabilidad en la lucha contra las drogas a todos los miembros de su gabinete. También ha exigido un mayor control sobre la venta de armas, de la que se benefician ampliamente los sicarios. Pero la cosa no ha quedado ahí, porque el presidente ha vuelto a dejar al descubierto un factor clave que los analistas ven como fondo del problema del narcotráfico en México: el mercado estadounidense, el mayor del mundo con sus seis millones de consumidores de cocaína. Según Calderón, no se puede explicar su existencia "sin la corrupción de algunas autoridades". El presidente no es el único que tiene esta visión del problema, ya que en México es sabido que lo que subyace en realidad bajo la lucha sin cuartel que asola el país es el control del paso de la droga hacia el norte.

Sin embargo, aquí no acaba la lista de susceptibilidades diplomáticas que han salpicado las relaciones bilaterales en los últimos días. Sin duda la más peregrina de todas es la que llega de la mano de Forbes, la revista que, como cada año, publicó el miércoles su famosa lista con los personajes más ricos del mundo. En ella, los mexicanos se encontraron una desagradable sorpresa: el número 701 del ranking lo ocupaba Joaquín Guzmán Loera, más conocido como El Chapo, el narcotraficante más buscando de México y líder máximo del cartel de Sinaloa, uno de los más poderosos del país.

La inclusión del Chapo en la lista fue la gota que colmó el vaso. El delincuente, en búsqueda y captura desde que en 2001 se fugara de una cárcel de alta seguridad escondido en un carro de la ropa sucia, detenta una fortuna de mil millones de dólares, alcanzando así a otro de los magnates nacionales más conocidos: Emilio Azcárraga, dueño de Televisa, el mayor conglomerado televisivo de Latinoamérica. Mientras la prensa se pregunta sobre cuál es la metodología que emplea Forbes para medir la fortuna de un prófugo, Calderón asegura que "se ha lanzado una campaña contra México" y que con la inclusión del Chapo en su lista, la publicación exalta a los criminales y cae en la "apología del delito". Todos estos 'malos gestos' han despertado el fervor nacionalista y han conseguido incluso que diputados de distinto signo político se pongan de acuerdo en algo: culpar a Estados Unidos de agredir la imagen de México.