PLAN DE SÁNCHEZ (GUATEMALA).- Siento una extraña inquietud cuando penetro en la pequeña capilla católica de Plan de Sánchez porque su suelo ejerce de tapadera de una gran tumba que cobija a un centenar de personas. Es como si violase la intimidad y el eterno descanso de los muertos. Sus paredes refieren con palabras y dibujos lo que ocurrió en este lugar a mediados de julio de 1982. Un impresionante alegato contra el olvido.
Un destacamento militar apoyado por miembros de las Patrullas de la Autodefensa Civil invitaron a todos los vecinos de los caseríos a concentrarse en la aldea para una reunión importante. Muchos regresaban del mercado dominical y fueron obligados a desviarse de los senderos que los llevaban a sus casas. Algunos se salvaron porque se quedaron en la cabecera municipal cuando supieron que había movimientos militares en la zona.
Hacía un mes que el general Efraín Ríos Montt se había convertido en el presidente de Guatemala después de un golpe de Estado y había dado orden a sus soldados de utilizar la política de tierra arrasada.
Aquel domingo la sangre empezó a correr a las cinco de la tarde. Niños, mujeres y hombres fueron encerrados en un caserío y golpeados sin piedad. Los soldados dispararon contra ellos y utilizaron granadas para ultimar a los sobrevivientes. A las once de la noche prendieron fuego a la casa. Las más jóvenes y algunas niñas fueron separadas del grupo, trasladadas a lugares aislados y alejados, donde fueron violadas antes de ser ejecutadas.
184 personas, cuyos nombres están escritos en negro en las paredes, murieron en la masacre. 52 de ellas eran mujeres, algunas embarazadas, y había 51 niños. "Matar injustamente fue lo que hizo el Ejército", explica un campesino. "Les sobraba ganas de matar", señala otro.
Juan Manuel Jerónimo perdió a su mujer, sus cuatro hijos —el menor de seis meses—, su madre, tres hermanos, una cuñada y seis sobrinos. Hasta 28 familiares directos fueron masacrados. En la larga lista que cubre dos paredes hay catorce Jerónimos.
En 1994, doce años después de la tragedia, los equipos de exhumación consiguieron los permisos para abrir las quince fosas comunes. Se localizaron 99 osamentas completas de las que se pudo identificar a 25 por los ropajes. Los forenses también encontraron restos de decenas de cuerpos que habían sido quemados.
Los cuerpos fueron enterrados en el mismo lugar y se construyó la capilla encima de la tumba colectiva. Los habitantes la utilizan como lugar de oración y reunión. Como si necesitasen tomar sus decisiones con el consentimiento de sus muertos. Hombres y mujeres se refugian del calor, encienden velas en el suelo y entonan plegarias en voz alta.
En Guatemala, recuerda el libro 'Las Masacres de Rabinal' escrito por los equipos de antropólogos forenses, se distinguieron tres etapas claramente diferenciadas en la aplicación del terror.
Guatemala comenzó a sufrir la desaparición forzosa en 1966, convirtiéndose en el primer país en América Latina donde se aplicó esta forma de aplicar el terror, definida por la ONU como crimen de lesa humanidad.
Plan de Sánchez es una de las múltiples masacres que se produjeron en aquellos años y que convirtieron a Guatemala en una perenne fosa común.
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