Dos formas de fotografiar El Prado con 40 años de diferencia

Si aprendiste arte en el instituto a golpe de diapositiva, es posible que hayas pasado muchas horas frente a la obra de Fernando Sanz Vega sin saberlo. Durante cuarenta años este fotógrafo ya jubilado se ha dedicado a retratar piezas de arte, entre ellas, la mayor parte de la colección del Museo del Prado y de otros grandes mastodontes culturales europeos. Muchas de sus fotos han acabado convertidas en filminas, láminas o libros de texto.

"Siempre he trabajado de noche, con el museo cerrado, acompañado de dos o tres bedeles y gracias a un permiso muy difícil de obtener", nos cuenta el fotógrafo en su estudio madrileño. Esas condiciones son prácticamente las únicas que ha compartido con los fotógrafos de Google Earth que, décadas después de que él comenzara a retratar obras maestras, han conseguido 14 obras del Prado en hiperresolución, una proeza técnica ante la que Sanz Vega se declara "maravillado" y que ha fascinado a medios de medio mundo.

Él pertenece a esa estirpe de fotógrafos sin bobadas que desarrolló una técnica perfecta antes de que naciera la fotografía digital, cuando tomar imágenes era un oficio con algunos secretos que más valía no contar a nadie y que probablemente acaben perdiéndose, cuando conseguir una resolución equivalente a los 14.000 megapíxeles de las fotos de Google era imposible e inimaginable. "Hacer fotos de arte no tiene misterio", miente con orgullo profesional, para inmediatamente pasar a explicar algunos de esos secretos aprendidos en las noches del Prado y que implican mágicos filtros polarizados, cámaras de gran formato capaces de falsear la perspectiva y —siempre— focos colocados con precisión milimétrica.

Cualquiera que haya probado a sacar una instantánea frente a un cuadro cualquiera con su compacta ha sufrido en sus carnes la extremada dificultad de conseguir una buena reproducción. "Fotografiado de frente y con focos, un cuadro se comporta como un espejo. Hay que conseguir respetar al autor, que no tenga brillos, que salga con detalles, que el color sea exacto, mantener la textura del lienzo y las pinceladas", explica. La cosa se complica aún más en escultura y en arquitectura, donde depende del fotógrafo decidir la imagen que luego estudiantes de todo el mundo tendrán en sus cabezas de una obra. Un cierto ángulo o una iluminación más o menos dramática puede cambiar por completo una escultura.

Enfrentamos la proeza de Google al ojo bien entrenado de Sanz Vega. "Es una maravilla", repite. "Te puedes acercar al cuadro hasta un punto que no puedes lograr en la realidad". Pero enseguida encuentra algunas pegas en los colores rojos del Jardín de las Delicias, o en la profundidad de las sombras del Caballero de la mano en el pecho, que tantas veces ha visto y fotografiado. "La primera imagen que muestra Google, antes de acercarse, es muy mala, no tiene brillos pero es irreal. Un poco más de cerca, algunos bordes aparecen desenfocados". "La imagen está muy mal iluminada, y muy mal de color", explica el fotógrafo sobre un plano de la obra de El Bosco —que a cambio desvela diminutas y misteriosas figuras hechas de una pincelada y apenas perceptibles a simple vista—. Las famosas imágenes de Google son excepcionales muy de cerca pero antes de llegar al extremo son algo miopes. La mayoría nunca nos daríamos cuenta al verlas, pero parece que ni siquiera para el gran buscador ha sido fácil ser fiel a la obra de arte.

Pensar en imágenes

Alardes de Google aparte, hoy la reproducción de obras de arte se encuentra en la red una contradicción. Por un lado, todo está disponible, satisfaciendo como nunca en la historia la curiosidad del aficionado. "Desde luego para la docencia y en general para el disfrute es impagable la proliferación de imágenes de arte en internet", explica José Luis Molinuevo, catedrático de Estética de la Universidad de Salamanca. E iniciativas como la de Google "tienen la gran ventaja de hacer el arte menos aurático, más cotidiano", opina. Pero por otro lado, la proliferación de imágenes amateurs —hechas con la mejor de las intenciones pero con resultados generalmente desastrosos— y los de problemas en la cesión de derechos han llenado la red de copias de ínfima calidad.

"Nuestros hijos están estudiando historia y arte sin apenas imágenes de los últimos cien años. Es un fraude para su cultura visual", denunciaban Álvaro Sobrino y Eduardo Bravo hace unos meses en soitu.es. "Vayamos a la entrada de Picasso en la Wikipedia en español, la que utilizan nuestros hijos. Para ilustrarla nos encontramos con una foto de la Dama de Elche, un dibujo de Isidro Nonell, el Entierro del Conde de Orgaz del Greco o el autorretrato de Van Gogh. Pero ningún cuadro del pintor malagueño… ¿no es increíble? Y sucede lo mismo con Dalí, con Warhol, y con cualquier artista que no lleve setenta años muerto". Molinuevo tiene claro que la libre circulación de imágenes debe formar parte de las demandas del software libre cultural, y que la educación en imágenes "es la asignatura pendiente de la educación a todos los niveles", porque permite "pensar en imágenes".

La irregularidad de las iniciativas públicas de digitalización tampoco ayuda a solucionar el problema. Sí, el Prado ha sido pionero en la digitalización de un puñado de obras —algo que sobre todo agradecerán los investigadores— pero un vistazo a la página del Reina Sofía desvela que el museo despacha los casi ocho metros de ancho del Guernica con una imagen de 11,93 Kb. Y así, no hay oficio de fotógrafo, ni fidelidad al autor, ni detalles, ni pinceladas ni texturas que valgan.