Las enciclopedias y los libros de consulta sobre arte, historia o ciencias tienen los días contados en las estanterías de los hogares. Los escolares tienen cada vez más fácil el acceso a la red, afortunadamente, y no está en su cultura ni en su metodología echar mano de los viejos volúmenes de la biblioteca familiar.
Podríamos pensar que no es esto peor que aquello, mucha más información perfectamente actualizada, un acceso cómodo… ¿pero qué sucede con las imágenes? Nuestros hijos están estudiando historia y arte sin apenas imágenes de los últimos cien años. Es un fraude para su cultura visual.
A la publicidad se la acusa con frecuencia, y con razón, de bombardear con imágenes a los más jóvenes para incitar el consumo e incluso condicionar su estilo de vida. Compartimos estos argumentos, pero nos parecen una nimiedad frente a esta otra situación: ¿Qué es peor, el exceso de imágenes comerciales o la ausencia de imágenes de la cultura que conformen su imaginario?
Este es un mundo de imágenes, y la memoria visual se forma sólidamente en los primeros años de aprendizaje: es muy posible que no recordemos la portada del último libro que hemos leído, pero tenemos perfectamente grabadas en la memoria muchas de las iconografías de los que leímos en nuestra infancia.
Google y la Wikipedia son las dos herramientas preferidas de los alumnos para hacer los deberes. Las manejan mejor que nosotros, y el «copia y pega» es su modus operandi.
No seremos nosotros quienes digamos que nos parece mal. Cuando estudiábamos el saber estaba en los libros, lo difícil era encontrarlo y encontrarlos. Hoy una cantidad ingente de información está a mano en internet, y el reto de los estudiantes consiste en sintetizarla y ser capaz de separar lo esencial de lo prescindible. Un ejercicio mucho más provechoso que el nuestro, que consistía básicamente en ir a la biblioteca y copiar de algún libro, cambiando las palabras difíciles para que no se notara mucho.
Hasta aquí, todo parece indicar que nuestros hijos salen ganando. Pero no estamos seguros de que sea así. La presión de VEGAP, que es a las imágenes lo que la SGAE a la música, y una legislación superada ampliamente por la realidad han desembocado en una situación kafkiana.
Les proponemos que hagan el ejercicio. Abran la página dedicada a Picasso en la wikipedia en inglés. La entrada se ilustra con trece imágenes, entre las que podemos encontrar el Guernica, las Damiselas de Avignon, la Masacre en Corea o los Tres Músicos.
Ahora vayamos a la entrada de Picasso en la wikipedia en español, la que utilizan nuestros hijos. Para ilustrarla nos encontramos con una foto de la Dama de Elche, un dibujo de Isidro Nonell, el Entierro del Conde de Orgaz del Greco o el autorretrato de Van Gogh. Pero ningún cuadro del pintor malagueño… ¿no es increíble? Y sucede lo mismo con Dalí, con Warhol, y con cualquier artista que no lleve setenta años muerto.
La reproducción de imágenes no distingue en nuestra legislación según sea el uso y el lucro, no hay excepciones ni a la información ni a la difusión cultural: se generan derechos económicos incluso aunque no exista ingreso, lo que en la práctica se traduce en la imposibilidad de difusión.
La declaración de derechos humanos de 1948 ya planteaba este asunto. En su artículo 27 proclama que «Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten» para añadir que «toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora». Es decir, contempla ambos derechos, el de los autores y el del acceso a la cultura. Corresponde a los legisladores establecer los mecanismos para que convivan armónicamente. En nuestra constitución, en el artículo 44, se insiste: «Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho».
La postura de VEGAP al respecto —en palabras de su director Javier Gutiérrez Garcén— es estremecedora, da autético miedo. «Una cosa es que la Constitución establezca un principio que orienta la creación del legislador, y otra que el poder público haya de asumir el compromiso constitucional de asegurar el ejercicio y disfrute del acceso a la cultura. Una cosa es que no se pongan barreras de acceso y otra cosa distinta es que se eliminen Derechos Fundamentales, como es el caso de la propiedad intelectual, para establecer determinado tipo de beneficios que son de orden particular». Es decir, que para estos gestores del patrimonio cultural el Estado no ha de asumir el compromiso constitucional. Y no sólo eso; son capaces de afirmar sin inmutarse que mientras los derechos de los autores son «fundamentales», los de los ciudadanos, los de los niños y jóvenes estudiantes, constituyen «un determinado tipo de beneficios particulares».
Cabría esperar que fuera el legislador y el Ministerio de Cultura quien les parase los pies, pero está claro que no es así: las entidades de gestión tienen un poder inmenso que contrasta con la indefensión de nuestros chavales, que mientras tanto, siguen estudiando a Picasso con imágenes de la Dama de Elche. Para no creérselo.
Por último, si es usted profesor, crítico o aficionado al arte y está pensando ilustrar su blog con imágenes de nuestro patrimonio artístico, un consejo: no pase del XIX: según las tarifas que pueden consultarse en la web del Ministerio de Cultura, por una imagen VEGAP le facturará veinte euros… ¡cada mes!. Nunca el conocimiento compartido fue tan inasequible.
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