Un lector obsesivo abre las páginas del siguiente libro en cuanto ha terminado de leer el anterior. Tiempo suficiente para no sufrir un corte de digestión. Las variedades del denominado lector 'obsesivo' o 'voraz' son muchas. Hay quien piensa que a pesar de dichas variedades, este tipo de lector está desapareciendo; otros, al contrario, pensamos que seguimos gozando de buena salud quienes leemos con ganas de leerlo casi todo, lo que pasa es que recientemente ha surgido otra especie de lector adulto que alimenta sus entrañas con libros juveniles.[…] No critico ni insulto a los demás para enaltecer mis lecturas, trato de constatar un hecho relativamente reciente. En la librería donde trabajo se producen cada día tantas sorpresas en cuanto decimos a los clientes que (obviamente) 'Crepúsculo' de Stephenie Meyer está en la sección juvenil que siempre pienso en la media de edad de los lectores de esta saga de amoríos de vampiros prepúberes. Por no hablar de los libros para adultos que ellos mismos podrían haber leído a sus buenos 15 años […]
Hasta aquí: transcribimos un fragmento de un mensaje que llegó a nuestro blog, de parte de un lector voraz y desconocido, bajo el (supuesto) pseudónimo de John Ray Jr., doctor en Filosofía. Nosotros lo aprovechamos para fines propios: hablar del tipo de lector obsesivo (e infame) que soy, comentar una serie de problemas a los que me enfrento por ello, y poner como ejemplo una muy recomendable lectura.
Yo también siento "el placer enorme de terminar de leer un libro para empezar otro", pero suele pasarme que si descubro (o me recomiendan) a un autor desconocido y me interesa, mi deseo inmediato es el de leer algo más del mismo: así que si puedo, cierro un libro que me ha gustado para poder empezar otro del mismo autor. Así sucedió recientemente después de leer por primera vez (y considerar la mera cita de estos nombres como sinceras recomendaciones) a Mathias Enard ('Manual del perfecto terrorista'), Eduardo Halfon ('El ángel literario'), Peter Stamm ('Tal día como hoy'), Annie Ernaux ('El acontecimiento'), Guillermo Fadanelli ( 'Lodo'), Sergio Chejfec ('Mis dos mundos') o William Maxwell (tras leer 'Adiós, hasta mañana' por recomendación de Cletus Smith )…
Lo anterior no deja de ser una ambición imposible, una locura o un ideal, cada uno puede interpretarlo a su gusto. El problema viene cuando no hay más libros traducidos de Peter Stamm o de Max Blecher, cuando es imposible encontrar poemas (traducidos) de Yvan Goll, marido de Claire Goll, autora de unas estupendas memorias, 'A la caza del viento'. Se trata de un tropiezo insalvable salvo un acelerado aprendizaje de un nuevo idioma o esperar confiando en alguna de las editoriales independientes de tan exquisito gusto y sorpresas. No es un percance nada nuevo, porque los escritores, habréis notado, también dejan de vivir y en consecuencia de escribir. Y aunque son muchos los casos de escritos póstumos, tenemos que quitar la razón a Daaalí cuando en una de sus últimas declaraciones, muy enfermo, dijo: "Cuando se es un genio no tenemos derecho a morirnos… porque hacemos falta para el progreso de la humanidad".
Pero no se trata sólo de un problema impuesto por la traducción, sino que se produce también con los escritores de América Latina que han sido editados en alguna ocasión en España y cuyos libros anteriores, a pesar de no contar con el inconveniente de la traducción, son muy difíciles de conseguir, en la mayoría de los casos, imposible. El asunto se agrava si a través de internet consultamos con frecuencia revistas y blogs latinoamericanos, que nos surtirán de apetecibles títulos que no podremos leer. Por ejemplo, el resto de títulos de Sergio Chejfec o la novela de Antonio Ungar 'Las orejas del lobo', de la cual es imposible hacerse con un ejemplar en España, pero de la que ya existe una traducción al francés. Algo funciona mal si no es posible una comunicación más fluida entre países de lengua común.
Hablar de este asunto viene a santo de los libros que aún no hemos podido leer del argentino Patricio Pron, entre ellos un volumen de relatos titulado 'Hombres infames', que por razones obvias Tipos Infames deseamos leer.
Buscando su nombre en las librerías encontraréis seguro su última novela, 'El comienzo de la primavera' (Mondadori, 2008), ganadora del XXIV Premio Jaén de Novela (no es un premio cualquiera) y entre los finalistas del Premio de Novela Fundación Lara. Vale, los premios no dirán nada, pero están ahí.
'El comienzo de la primavera' cuenta la historia de Martínez, un argentino que, convencido de la importancia de la obra del filósofo Hans-Jürgen Hollenbach y deseoso de poder traducir alguna de sus obras, viaja a Alemania en su búsqueda, persiguiendo su discontinuo rastro de un lado a otro del país reunificado. Hollenbach es ya un anciano casi senil, apartado voluntariamente de la sociedad, que escucha cómo en la habitación de al lado su mujer revisa una y otra vez unas fotos de hace años para contarse de nuevo la misma historia. La búsqueda del filósofo terminará destripando la historia de Alemania, a la que el filósofo, como todo alemán, se encuentra irremediablemente vinculado. La curiosidad de quien pretende entrar en el terreno vedado del pasado, guarecido en la Historia que se ha fijado y transmitido, se irá volviendo más oscura según escarbe. Para Patricio Pron la verdad, aunque latente, siempre se encuentra por debajo de la construcción superficial de un relato del pasado. Tres reveladoras historias plasman, como metáforas, esta tesis a lo largo de la novela: en los sótanos del edificio de la universidad el bedel encierra una masa deforme, ciega y monstruosa formada por conejos que constantemente se reproducen entre sí y cuyo alimento son ellos mismos (una imagen que también pudiera ser un guiño irónico a la herencia del boom con la que los escritores latinoamericanos han tenido que cargar en sucesivas generaciones condenadas a la comparación, convirtiendo en algo terrorífico los conejitos del cuento de Cortázar 'Carta a una señorita en París'; pero quizá mi suposición se deba a una 'deformación' lectora); la historia de un pintor de la RDA que oculta sus verdaderas obras, pintando encima de ellas motivos agradables al régimen; y por último, la imagen del apestoso agujero abierto en el hielo bajo el cual se descubre que se ha enterrado basura.
A veces los episodios más amargos del pasado nacional han de contarlos otros: por eso es por lo que un argentino se metió a rastrear en la vergüenza nacionalsocialista alemana y en su respaldo filosófico; por eso también pienso que (por ejemplo) la mejor película sobre nuestra guerra civil española la hizo un inglés, 'Tierra y libertad'.
Después de leer una novela tan atrayente, no concibo mejor elogio al autor, aunque siempre movido por un beneficio propio, que rastrear su bibliografía en busca de algún libro al menos tan bueno como el anterior. La superficie pulida y cuidada de la que Patricio Pron nos advierte por su facilidad para distraernos y ocultar lo que otros no quieren que veamos, merecía esta búsqueda. Y así fue. No es difícil conseguir 'Una puta mierda', los libros de la editorial argentina El Cuenco de Plata se distribuyen sin problemas en España.
Después de rebuscar en la basura de los vecinos, el novelista se propone (se propuso, porque 'Una puta mierda' es anterior a 'El comienzo de la primavera') reciclar en su propio cubo: la guerra de las Malvinas es el hecho histórico que origina esta breve novela. Pero a pesar de su condición de argentino, Patricio Pron sigue guardando una distancia con los acontecimientos del pasado, para poder así sondear con más libertad lo oculto bajo la mentira asentada como relato histórico del pasado nacional, aunque sea el propio. Por un lado, él era muy pequeño cuando sucedió todo y sólo pudo experimentar las consecuencias de aquella derrota; pero también se aparta voluntariamente del acontecimiento histórico en sí para narrar, sin datos ni localizaciones determinadas, la memoria de cualquier guerra (absurda). Entre los estallidos de las bombas y los disparos, un grupo de soldados pasan sus días junto a la trinchera; los bombardeos parecen estar casi tan programados como las actividades lúdicas en las fiestas patronales, y los intercambios de víveres, medicamentos y equipamiento bélico dan lugar a momentos dignos de los hermanos Marx: 'La parte contratante de la primera parte..'.
Entre el delirio más absurdo, casi esperpéntico, y la pena más profunda, esta narración constata un grave problema de identidad: existe una inquietud constante entre los soldados por saber quienes son 'los nuestros', quienes conforman un bando y quienes otro, cuál es el suyo y para qué demonios están ahí.
Habrá quien se ría a carcajadas leyendo 'Una puta mierda'. Yo lo hice. Pero también es 'una puta joya' sobre la naturaleza estúpida de la humanidad. Y por eso también es infinitamente desoladora.
La sospecha y la incertidumbre son los temas principales de mi generación literaria. Un día alguien escribirá las otras cosas de la guerra de Malvinas de las que yo nada digo aquí; las maestras que nos mentían, los padres asustados que nos mentían, la prensa imbécil que nos mentía. Quien lo haga, en particular si es de mi edad, sabrá que aquella guerra fue para nosotros una victoria secreta porque trajo a nuestras vidas la mentira y la sospecha, que son las únicas herramientas de un escritor.
(Patricio Pron)
Revisar de forma crítica el pasado reciente de tu propio país es absolutamente necesario; en nuestro país hay una propuesta paralela (aunque con muchas diferencias), la novela de Isaac Rosa, 'El vano ayer'.
Y ahora qué… me he quedado de nuevo sin libros de Patricio Pron para seguir leyendo. Mientras tanto paseo por su blog: pueden leerse algunos cuentos suyos, otras reseñas de sus novelas y sus propios artículos (sobre el ya citado Sergio Chejfec —a quien descubrí a través de Pron—, Raymond Roussel, Copi…).
Lo dicho, éste es un grave problema para lectores como yo.
* Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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