En este artículo recojo el guante que los Infames me arrojaron en su día para proferir mis palabras desde su púlpito. Por esta razón, y respetando la soberbia educación de la que hace gala este atajo de juntaletras, procedo a mi presentación.
Mi nombre es Cletus Smith y, tras una serie de sucesos familiares que casi no acierto a recordar, me lié un petate al hombro para recorrer Sudamérica a pie. Ya se sabe, entonces tenía ocho años y, a esa edad, se acometen infinidad de locuras. En mis viajes bebí con Onetti en un astillero y le recomendé a un tal Gabo que escribiera la historia de una familia. Aquella época de mi biografía se cerró de forma abrupta cuando probé el menú degustación de aquello que la gente denomina mala vida, lo que dio con mis huesos en la cárcel a la podrida edad de 14 años. Pero no quisiera extenderme en aquellos momentos irrelevantes de mi vida.
Hay algunos que consideran que mi biografía ha sido intensa y todos me preguntan qué suceso es el que marcó en mayor grado mi postrera trayectoria. No hay duda. Si tengo que elegir un día, ahora que no soy más que un achacoso señor mayor, ése no sería otro que el que abrí mi primera lata de zamburiñas (aún salivo si pienso en el sabor metálico de aquella salsa americana). Hay quien se sorprende y yo les pregunto: "¿Acaso tienen tamaño los recuerdos?".
En internet existen algunas páginas que permiten calcular el tiempo vivido. Ahora mismo, mi contador se sitúa en los 56 años, en las 2.940 semanas, en los 20.586 dias o en las 493.800 horas. Pero, ¿cuántos años, semanas, días u horas recuerdo ahora con nitidez? ¿Y cuál es el orden o la relevancia de los recuerdos? Quien quiera encontrar respuesta a estas preguntas quizás deba acercarse a 'Adiós, hasta mañana', la obra que le valió el 'American Book Award' de 1980 a William Maxwell y que acaba de reeditar Libros del asteroide. En este minúsculo tratado del recuerdo, el lector tal vez encuentre que:
Leyendo a los Infames me he dado cuenta de que es necesario detenerse en las cuestiones estilísticas del libro que uno comenta. Ante la imposibilidad de alcanzar las cotas de precisión a que acostumbran, incurrí en la flagrante frivolidad de forjarme una imagen del viejo Maxwell durante la lectura de 'Adiós, hasta mañana' y, a través de ella, desarrollar este punto. Pues bien, William Maxwell es un hombre que tiene la calefacción de su casa a una temperatura elevada —tal vez para protegerse de las minúsculas temperaturas de Illinois—, que se sienta en un sillón de orejeras en torno al cual se reúnen en corro grandes literatos —como Richard Ford o John Updike— y que calza un batín de seda. El suyo es un libro preciosista, de un lenguaje sencillo —como un Cormac McCarthy con miedo a las armas—, de arraigo a la tierra —como un Faulkner con miedo a saltar una valla— y mucho pulso en las descripciones. Eso sí, con el exceso de afectación propio de quien viste un batín de seda.
Bueno, devuelvo su púlpito a los Infames mientras, en homenaje a William Maxwell, a Dylan Thomas y a Humphrey Bogart, me enchufo un buen vaso de Macallan y escucho una canción de M. Ward, 'Chinese Translation'. La letra de este tema me obliga a devolver el guante a los Infames con el reto de que dediquen un post a las frases que se esconden en algunas diminutas joyas musicales (¡el elogio a las pequeñas cosas!) como el tema que ahora escucho de M. Ward: "Si la vida es tan corta como dicen, entonces, ¿por qué la noche es tan larga?".
[Cletus Smith es el mayor especialista que conocemos sobre novelas norteamericanas escritas en los años 80 que se sitúan en el estado de Illinois durante los años 20. Lo conocimos en un bar, si a los Infames no nos falla el recuerdo.]
* Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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