MADRID.- Las buenas intenciones también matan. Nicolas Sarkozy lanza el rescate de la prensa francesa, aquejada de los mismos males que el resto de la prensa mundial más algunos propios. Y lo hace con más dinero público y más intervencionismo. El presidente francés proclama el fortalecimiento de la prensa libre y también de una internet regulada. Mal ejemplo. Son dos de las causas de la enfermedad de los medios.
Seiscientos millones de euros en tres años, doblar la publicidad institucional, periódicos gratuitos para los menores de 18 años durante doce meses, recortar los costes de distribución, un nuevo "contrato social" (eufemismo para romper el bloqueo sindical) con las imprentas, derechos de autor de los periodistas adaptados a la multimedia y equiparar a los editores de medios informativos digitales a los de la prensa. Eso sí, previa firma de un estatuto del editor digital comprometiéndose a contratar periodistas profesionales y respetando el mismo código deontológico.
Resumen: mayor control del Estado y aumento del corporativismo y el blindaje de un oficio cuya esencia ha cambiado.
A un lado, los profesionales, protegidos por el estado por el bien de la democracia. Al otro, los arribistas, los disidentes, los asaltantes de un periodismo cada vez más abierto.
El Estado y el periodismo refugiados en el Palacio de las Tullerías. El tercer estado, los ciudadanos, en plena revolución democrática de la sociedad de la información. Ni Sarkozy los frenará.
Y muchos periodistas y editores españoles aplaudirán sin saber que aplauden a su cortejo fúnebre. Porque lo malo del plan de salvamento de la prensa francés es que fracasará y ahondará más la separación entre medios y público.
En toda la abundante retórica del plan el objetivo no es el sujeto del derecho a la información: los ciudadanos. Es un plan elaborado por editores y periodistas en los llamados Estados Generales de la Prensa, que son más bien el refugio de la nobleza, la burocracia y los privilegios.
Los editores españoles piden ayudas a la prensa para defender un negocio que se acaba y que durante los años de bonanza no se ha tomado en serio la revolución que se le echaba encima. Los periodistas españoles llevan años enredados defendiendo estatutos y colegios profesionales, una corporativización de la profesión que no la protege. Sólo crea un estamento cada vez más débil.
Walter Lippmann, el teórico más importante de la prensa moderna y de su papel democrático, ya decía en 1922 que no había que confundir a la prensa con los servicios públicos financiados por los ciudadanos. Rechazaba que el periodismo fuese una institución y recordaba que "la información debe llegar naturalmente, esto es gratis" para los ciudadanos (Public Opinion). Y a partir de ahí ellos escogerían si querían pagar por un producto que contaba historias.
Los gratuitos y la información en internet, gratuita y a menudo no profesional ha roto el monopolio de la información de los editores y periodistas. Salvar los medios es reinventarlos pensando de nuevo más en el público, sus instrumentos y hábitos que en la supervivencia del viejo negocio del periodismo.
Si el periodismo independiente tiene que depender del Estado, muera el periodismo.
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