¿Puede proseguir la guerra israelí en Gaza, que dura ya veintiún días, después de la investidura de Barack Obama el próximo martes? A priori, no hay ninguna relación y sin embargo me sorprendería mucho que Israel asumiera el riesgo de prolongar este conflicto más allá del 20 de enero, para no poner al nuevo presidente de Estados Unidos ante una crisis mayor desde sus primeros días.
El corolario paradójico de este razonamiento es que esta guerra, al contrario que otros muchos conflictos armados, puede frenarse de un golpe cuando el gobierno israelí lo decida. Habría podido terminarse al término del primer día de bombardeos aéreos: al cabo de una semana de bombardeos aéreos; después de varios días de ofensiva terrestre; e incluso, en cualquier momento, una vez que la tercera fase ha comenzado, la que está llevando a las tropas israelíes al corazón del tejido urbano de la Franja de Gaza.
La continuidad de los combates responde, pues, al deseo de los dirigentes militares y del primer ministro, Ehud Olmert, en contra el consejo de los ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores, Ehud Barak y Tzipi Livni, de marcar un máximo de puntos antes del momento en el que tendrán que hacer un alto al fuego. Saben que no conseguirán el objetivo no realista de eliminar totalmente el movimiento islamista Hamás, y quieren simplemente terminar esta guerra en posición de fuerza, después de haber restablecido, por la fuerza, la credibilidad del poder disuasorio de Israel.
¿Qué relación hay con Barack Obama? Estados Unidos es y seguirá siendo, después del 20 de enero, el principal apoyo de Israel en el mundo. Obama no sólo no ha dado la menor señal de querer cambiar de rumbo respecto a esta alianza estratégica fundamental, sino que ha nombrado para puestos claves a personalidades conocidas por su apego al Estado hebreo. Hillary Clinton, la futura secretaria de Estado, ha mostrado así esta semana una posición muy ortodoxa sobre Hamás y ha expresado muchas veces su apoyo a Israel.
El Gobierno israelí no puede, por lo tanto, permitirse molestar al aliado americano pasándole, desde el primer día de una Administración tan esperada por todos los frentes, un expediente tan inextricable, tan explosivo, como el de Oriente Próximo.
Si lo que estuviera en juego fuese vital para el Estado hebreo, es decir, si esta guerra amenazase la supervivencia de Israel, el Gobierno israelí podría obrar de otra forma; pero, evidentemente, ése no es el caso (a pesar de las declaraciones extravagantes y excesivas de algunos hombres políticos israelíes de extrema derecha, como el espantoso Avigdor Liberman, que hace el paralelismo entre Gaza y la guerra americana contra Japón, ¡que sin embargo acabó con el uso de la primera bomba atómica!).
No es más que una hipótesis y los diplomáticos todavía tienen que encontrar unas condiciones de salida de la guerra aceptables para todas las partes (incluso para los integristas de Hamás, que se encuentran en la extravagante situación de ser reconocidos como enemigo por Israel y de haberse ganado, por su simple supervivencia a más de dos semanas de implacable ofensiva, su lugar en una hipotética futura mesa de negociaciones).
¿Tendrá la nueva Administración americana la creatividad política necesaria y suficiente para intentar construir un futuro sobre los campos de escombros y los centenares de muertos de Gaza? ¿O esta guerra no habrá hecho más que precipitar un poco más a Oriente Próximo en el odio y el resentimiento? Evidentemente, es demasiado pronto para decirlo.
Si esta guerra se detiene definitivamente antes del 20 de enero, parecerá aún más crudamente una oportunidad utilizada por el Gobierno israelí para aprovecharse de los últimos días de una Administración Bush que toca a su fin y es ultracomplaciente. Una 'oportunidad' de 1000 muertos, de los cuales la mitad son civiles, y de miles de heridos.
* Este artículo se ha publicado originalmente en el medio digital francés Rue89.
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