Inevitablemente uno de los debates pendientes sobre la cultura digital es el de los intermediarios, a los que yo denominé 'comisarios digitales' en un par de artículos ('Los contenidos de la web 2.0 cotizan cada día a la baja' y 'Se buscan comisarios digitales', y que sinteticé en 'De la devaluación de los contenidos a la emergencia de los comisarios digitales'; más aquí). La novedad de la era digital es que todos podemos ser comisarios digitales, pero necesitamos competencias tecnológicas y tiempo. Y quedándonos con la segunda parte de la ecuación, si disponemos de tiempo, debemos optar por dedicarlo a nuestro trabajo de 'comisariado' o a otros fines que nos puedan resultar más atractivos o útiles. Por estas razones, es previsible que una mayoría de la población, incluso aquellos con habilidades tecnológicas y tiempo disponible, acaben por preferir que otros intermedien por ellos y les proporcionen un buen menú de información y conocimiento filtrado ya previamente con criterios y algoritmos en los que confían.
Decía que es un debate pendiente cuando en realidad es ya una discusión candente y bastante acalorada. No merece la pena detenerse demasiado en los apocalípticos que anuncian la imposibilidad de utilizar criterios coherentes para manejar la explosión de cultura digital (ellos nunca usarían este término), en la que cualquiera parece tener derecho (y de hecho lo tiene, guste o no) a decir lo que crea pertinente. Por supuesto, como casi siempre, la mayor parte de lo creado tiene un valor mínimo para la mayor parte de usuarios (y el derecho a decir no implica un derecho equivalente a ser escuchado). Es ésta la razón del nerviosismo de los incompetentes digitales, incapaces de explotar la larguísima cola de contenidos útiles que les lleva a pretender acabar con su frustración disparando contra todo lo que se mueve. Por alguna extraña razón, el mundo de la literatura es un campo abonado para este grupo de apocalípticos (aunque es justo reconocer que también para sus contrarios, dedicados a explorar de modo intenso lo digital como espacio de creación). Su constancia (solo equiparable a la del Ministerio de Cultura en sus campañas antipiratería) es 'admirable' y desanima (me temo que por puro aburrimiento) a muchos de los que podrían hacer pedagogía digital explicando los evidentes fallos (e intenciones ocultas) que existen en los argumentos apocalípticos. Por fortuna, gente como Adolfo Estalella regresa de tarde en tarde a la blogosfera a poner algunas cosas en claro. Pero como él mismo dice: "[que] cada uno juzgue por sí mismo".
No es responder a argumentos apocalípticos el objetivo del este post (además, gente como Estalella o Santiago Navajas han dicho ya más que suficiente). Por el contrario, me interesan mucho más los retos a los que se enfrentan los que entienden que el conocimiento y la cultura son y serán digitales o no serán. Para éstos, que serán la práctica totalidad de la población en pocos años, el futuro no es blanco ni negro, está lleno de matices, posibilidades y peligros. Y esos matices tienen ya mucho más que ver con el uso del conocimiento que con su producción. Las preguntas esenciales tendrían que ver con el cómo (¿inteligencia humana o artificial?, ¿solos o acompañados?) y con el quién (¿personas o máquinas?) del 'comisariado' digital, entendido como una actividad similar a la del 'curador' de arte contemporáneo. La definición que proporciona la wikipedia de este término inglés es muy sugerente en sus analogías digitales. Mientras en su acepción genérica lo identifica con el conservador, al tratar el arte contemporáneo introduce la idea de comisario:
En el arte contemporáneo, se da el título de curador a la persona que mejor produce conocimiento y que mejor representa una situación. Esto podría implicar encontrar una estrategia de presentación [display]. Todas las aproximaciones, temáticas, conceptuales y formales, son comunes. Además de la selección de obras, el curador es a menudo responsable de la redacción de etiquetas, ensayos para catálogos y otros contenidos que dan soporte a la exposición.
El curador tradicional se dedicaba principalmente a conservar, pero el que se enfrenta a las obras contemporáneas se erige en el organizador de la experiencia artística del visitante de una exposición, y por tanto es el intermediario entre el que produce y el que consume. Daniel G. Andujar, él mismo un híbrido de artista, comisario y activista, ha trabajado en esta línea con el arte digital desarrollando el concepto de archivo como el resultado final del proceso de creación artística.
Para reflexionar sobre cómo y a quién resulta útil navegar por los enlaces, el breve comentario 'I love a good curation controversy', que han publicado en el blog del estudio de diseño Adaptive Path. Posiblemente no soy excesivamente objetivo en mi selección de fuentes (y ese es precisamente el tema que quiero traer aquí) y una de las razones que tengo para acudir a esta referencia es que en su título aparezca el término 'curation' cuando su contenido nos lleva al debate sobre Google SearchWiki. Este proyecto que Google anunció hace poco promete (o amenaza) integrar en los resultados de búsquedas los algoritmos propios de Google con las sugerencias de los usuarios. Hipotéticamente Google SearchWiki podría ser utilizado tanto como una herramienta individual de personalización de búsquedas o como un sistema de recomendación comunitario. El post identifica tres modos de 'comisariado' de contenidos digitales:
Aunque muy probablemente esta distinción introduzca más confusión que luces. Y ese es precisamente el argumento de la 'buena controversia', que no olvida ciertas dosis de amarillismo (al fin al cabo se trata de Google, ángel o demonio de la red). Todo empezó cuando en TechCrunch anunciaron que, en respuesta a las quejas de algunos usuarios, preocupados por que las recomendaciones de la comunidad enturbiaran la limpieza de un algoritmo, Google permitiría que SearchWiki pudiera ser desactivado por los usuarios que prefieran que sus búsquedas dependan únicamente de las reglas de Google. La fuente de esta noticia era una conversación con Marissa Meyer (vicepresidenta de Search Product and User Experience).
A continuación, un artículo de Andrew Orlowski en 'The Register' encendió la polémica en blogs y medios digitales: 'Google cranks up the consensus engine'. Este analista cuestiona la imparcialidad que, en su opinión, se le adjudica a Google, dado que no contamos con mecanismos para poder evaluar la objetividad de sus algoritmos. Orlowski llega a una conclusión obvia: un algoritmo está siempre programado por un humano y como tal responde a unos objetivos. Lo sorprendente es que utilice esta idea para atacar a Google de parcialidad y oscuros intereses. Siguiendo su propio argumento, cualquiera que cree un algoritmo (y por tanto todo lo que sucede en Internet) sería sospechoso. Sea o no correcto este razonamiento, no parece añadir demasiado al debate ni aportar ninguna solución. Es interesante la respuesta que a la 'trivialidad' de Orlowski dio Tim O'Reilly, 'Register's Googlewashing Story Overblown':
La idea de que los algoritmos de Google son algo mágicamente neutral a los valores humanos olvida por completo su punto clave. Lo que distinguió a Google de sus competidores en 1998 fue precisamente que explotó una capa adicional de valores humanos implícitos que se expresaban en los enlaces, y no dependía solo de un análisis mecánico del texto que contenían las páginas.
La posdata del post de O'Reilly es demoledora con Orlowski, al acusarlo de no citar sus fuentes o hacerlo de modo que se minimice el valor del enlace para los buscadores. Pero esta es otra historia, que entra en la parte 'amarilla' del debate.
Regresando al cómo y quién, los tres tipos de comisariado (entendido como la combinación de filtrado, agregación y remezcla), que están basados en comunidades (menéame o digg serían buenos ejemplos, pero también los ya clásicos barrapunto o slashdot), editores (los medios en su versión digital o los blogs) o algoritmos (como los buscadores), no son realmente procesos independientes. Comunidades y editores digitales utilizan intensamente algoritmos y en el resultado de su trabajo se mezcla de un modo imposible de separar la inteligencia humana y la codificada en los algoritmos y la acción individual y la colectiva. No deberíamos preocuparnos tanto por catalogar un proceso en una de esas tres categorías, sino de entender cómo cada comisario utiliza y combina los tres modelos. De algún modo el software empieza a formar parte de nuestra propia naturaleza. No somos cyborgs anatómicos, pero sí empezamos a comportarnos como cyborgs cognitivos. Esta podría ser una lectura alternativa de los argumentos que plantea Lev Manovich en su último libro, Software takes command, que no por casualidad está disponible ya para descarga gratuita en su versión digital, pero aún no lo está en papel.
En el próximo post traeremos un pequeño ejemplo de las nuevas 'herramientas' que combinan algoritmos e inteligencia humana para hacer posible nuestro ya inevitable trabajo de comisariado digital.
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