MADRID.- Los gigantes del ladrillo español han pasado en tiempo record de los beneficios casi indecentes a las deudas multimillonarias, de aparecer entre los más ricos del mundo de la lista de "Forbes" a perderse en el anominato. Pero en su caída en picado al infierno se han llevado por delante a empleados, clientes y acreedores, dejando centenares de 'cadáveres' por el camino, entre EREs, suspensiones de pagos y pisos sin terminar. Pero, ¿quién ha hecho las peores elecciones? ¿Qué empresario ha dejado más gente en la calle y más clientes sin piso? En definitiva, ¿quién es el Peor Empresario del Ladrillo Español?
Muchos son los candidatos. Unos pertenecen a grandes familias arraigadas al ladrillo durante generaciones; otros, eran anónimos empresarios que regentaban prósperos negocios; pero también hay advenedizos llegados a la cúspide de la noche a la mañana a golpe de fusiones y arriesgadas operaciones corporativas. En las quinielas: Luis del Rivero (Sacyr Vallehermoso), Fernando Martín (Martinsa-Fadesa), Luis Portillo (Colonial), Román Sanahuja (Metrovacesa), Enrique Bañuelos (Afirma, antigua Astroc), Bruno Figueras (Habitat), Rafael del Pino (Ferrovial), José Manuel Entrecanales (Acciona), Luis Nozaleda (Nozar), Rafael Santamaría (Reyal Urbis), Hilario Rodríguez Elías (Tremón), Jesús Ruiz Casado (Aifos), Fernando Gallego (Llanera)...
Todo comenzó en 2006, cuando estos empresarios se liaron la manta a la cabeza y apostaron por crear auténticos 'imperios del ladrillo' a base de deuda y sin apenas fondos propios. Sólo entre 2006 y 2007, constructoras e inmobiliarias suscribieron créditos por valor de 35.000 millones de euros para financiar compras que les permitieran diversificar su negocio o ganar tamaño. Entre todos, llegaron a representar el 2,5% del PIB español, pero ahora los bancos les dan la espalda. Concursos de acreedores, ventas apresuradas y refinanciaciones para lograr in extremis la supervivencia se repiten cada día en el sector del ladrillo desde finales del ejercicio pasado.
La valenciana Llanera abrió la veda del derrumbe inmobiliario en octubre del año pasado, cuando presentó el primer concurso de acreedores del sector, con una deuda de 700 millones de euros. Un mes más tarde, hacía oficial un expediente de regulación de empleo (ERE) que afectaba a la práctica totalidad de la plantilla (72%). Se iban a la calle 236 de los 328 empleados de la firma, la mayoría de ellos trabajaban para la división constructora.
Con anterioridad, se había intentado reducir costes externalizando algunos servicios y prescindiendo de otros, abandonando la política de patrocinios —del Valencia Club de Fútbol, del Baloncesto Menorca, del Charlton Athletic de fútbol y el London Irish de rugby—, y pactando la salida de algunos directivos.
Quizás el pecado de los hermanos Fernando y José Ramón Gallego fue la juventud. Fracasaron en su intento de modernizar la compañía creada por su padre y la llevaron a la ruina. Cegados por la ambición y la inexperiencia, lo único que consiguieron fue destruir el trabajo de su progenitor, y no situarse "entre los diez primeros grupos inmobiliarios nacionales por facturación y beneficios", como era su objetivo. Cierto es que pasaron de facturar 5,30 millones de euros en 2000 a 418,60 millones en 2006, pero no supieron arriar velas antes de que la tormenta comenzase a arreciar.
Sin embargo, otros muchos empresarios han seguido su estela después —a tenor de los datos, con peores resultados—, y sin poder excusarse en la juventud y la inexperiencia.
Es el caso de Bruno Figueras, presidente de Habitat, la última compañía en sumarse a la ya larga lista de suspensiones de pago del sector. El concurso de acreedores que declaró a principios de mes ha sido admitido a trámite, arrastrando en él a su participada Don Piso.
Nadie entiende qué se le pudo pasar por la cabeza a Figueras, un empresario respetado y reputado en el sector, cuando decidió comprar Ferrovial Inmobiliaria. Tras una puja en la que también participaban Lubasa y Renta Corporación, Habitat anunciaba que se quedaba con la división inmobiliaria de la familia Del Pino, por la que debía abonar 2.200 millones de euros y asumir una deuda de 600 millones. Muchos pensaron que se trataba de una broma, ya que la operación se cerró el Día de los Santos Inocentes y suponía un alto endeudamiento para el grupo, así como cargar con Don Piso, que consideraba inservible.
Figueras heredó la compañía familiar a la muerte de su padre. Tenía entonces 37 años, y su objetivo consistió en trabajar la imagen de marca de su empresa para convertirla en un referente de la sostenibilidad y la modernidad. Así, levantó muchos de los edificios que hoy se consideran iconos de Barcelona, de la mano de arquitectos como William McDonough, Dominique Perrault, Arata Isozaki o Alejandro Zaera-Polo.
Hoy, Habitat arrastra una deuda de 2.348 millones de euros, de los que más del 85% corresponden a compromisos con la banca y con Ferrovial (su segundo accionista de referencia), mientras que el 15% restante se reparte entre más de mil acreedores comerciales. Sin embargo, los activos de la inmobiliaria sólo cubren algo más del 83% de la deuda, por lo que se calcula que dejará un agujero de más de 392 millones.
Ya en mayo de 2008, Habitat presentó un ERE sobre 160 empleados, la mitad de su plantilla, aunque muchos otros habían abandonado el barco cuando se enteraron de los planes de recorte. Ese mismo mes, su filial Don Piso anunciaba otro ERE para 350 trabajadores, del total de 450, debido al deseo de Figueras de eliminar las oficinas propias y centrar el modelo de negocio en las franquicias.
Otra que ha dejado en la calle a la mitad de su plantilla (casi 300 trabajadores) es Seop, una de las primeras constructoras españolas en acogerse al concurso de acreedores. Además, la compañía perteneciente al grupo Silver Eagle deja tras de sí a casi 1.000 empresas en toda España afectadas por los impagos.
Quien de momento huye del ERE es Hilario Rodríguez Elías, presidente de Grupo Tremón, pero debe rendir cuentas a 16 grupos de acreedores. La Justicia ha aceptado la declaración de insolvencia de esta inmobiliaria, que presentó el 14 de noviembre la tercera mayor suspensión de pagos del sector, al acumular una deuda que ronda los mil millones de euros.
Con el agua al cuello también están Nozar y Reyal Urbis, que han ido aligerando gastos de personal y deshaciéndose de parte de su patrimonio. De momento, la segunda, presidida por Rafael Santamaría, ha conseguido refinanciar su deuda con la banca, mientras que Nozar, propiedad de la familia Nozaleda, negocia con sus acreedores los cerca de 4.000 millones de euros que les adeuda, y ultima con Santamaría cómo abonar los 205 millones que le debe. En ambos casos, el pecado ha sido el exceso de confianza en aquéllos que consideraban amigos, y que les animaron a invertir en "negocios seguros". Además, la paralización de las ventas de vivienda y el endurecimiento de los créditos les han pillado con el pie cambiado.
Pero el que deja una lista de 'cadáveres' más larga; el que llegó a falsear datos de los libros de contabilidad; el que arrastró a amigos en su locura empresarial; el que se dejó llevar por la ambición desmedida; el que ostenta la mayor deuda del sector y el dudoso honor de protagonizar la mayor suspensión de pagos de la historia de España; en definitiva, el que se convierte en el Peor Empresario del Ladrillo Español es, ni más ni menos, Fernando Martín, presidente de Martinsa-Fadesa. Sus pecados: la avaricia desmesurada y la mentira y el engaño.
Como no pudo convertirse en un astro del balón (tuvo un breve paso por la presidencia del Real Madrid), ni pudo dar rienda suelta a sus ambiciones políticas (fue secretario provincial de UCD en su tierra natal: Valladolid), Martín quiso convertirse en un astro del ladrillo. Fundó Martinsa en 1991, una inmobiliaria de pequeño tamaño que se comió a una de las grandes, Fadesa, en marzo de 2007 con el beneplácito de su propietario y fundador Manuel Jove. Pagó por ella 4.000 millones de euros, y para conseguirlo se endeudó hasta las cejas.
Las cuentas no salían, así que decidió aplicar un poco de ingeniería contable. Pero un informe de los administradores concursales ha descubierto 'el pastel'. Sus pesquisas revelan que el valor de las existencias de la compañía (básicamente suelo) estaba inflado.
El informe de la administración concursal de Martinsa-Fadesa considera, además, que la compra y posterior integración de Fadesa por parte de Martinsa fue una operación de "elevado riesgo", ya que Martín tuvo que comprometer "una cifra muy cercana a sus recursos propios" para afrontar los gastos de la adquisición, "por lo que necesitó financiar el proyecto al completo". Así, el informe recuerda que Martinsa solicitó un préstamo sindicado de 4.100 millones en un momento "en el que el mercado inmobiliario estaba llegando a un punto de inflexión en su crecimiento". De hecho, el referido crédito constituye el grueso de la deuda de 7.155 millones que actualmente soporta la compañía, frente a unos activos valorados en 7.337 millones.
Además, la inmobiliaria presentó a mediados del pasado julio un ERE que afectaba a más de una cuarta parte de la plantilla (234 empleados), además de a otros 3.000 trabajadores indirectos a través de las subcontratas. La indemnización negociada: 36 días por año trabajado, con un máximo de 20 mensualidades. Eso sí, la compañía sólo pagará 16 días/año, el resto deberá abonarlo el Fondo de Garantía Salarial (Fogasa).
Si, tras las investigaciones realizadas, el juez decide declarar culpable el concurso de acreedores de Martinsa-Fadesa, Martín y su equipo administrador deberán responder personalmente con todo su patrimonio, presente y futuro, de las deudas contraídas por la compañía, y por el importe que los acreedores no perciban en la liquidación de la misma, según la Ley Concursal.
La hora de ajustar cuentas ha llegado. Inmobiliarias y constructoras se enfrentan a un choque financiero muy destructivo que forzará a grandes cambios en el panorama empresarial. Se desconoce cuántos concursos de acreedores quedan por llegar, ni si éstos desembocarán en la liquidación de las sociedades. Tampoco se sabe cuántos EREs más nos esperan, pero está claro que nada volverá a ser como antes. Los días de vino y rosas se han acabado y es la banca quien tiene en su mano el futuro del sector.
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