Washington.- EEUU vivió este año unas elecciones históricas en las que los votantes eligieron a su primer presidente negro, Barack Obama, quien heredará en enero un país en guerra y sumido en la peor crisis financiera en ocho décadas.
El "incierto viaje" de Obama, como a él le gusta llamarlo, empezó en febrero del 2007 cuando, desde el viejo edificio de la asamblea legislativa de Springfield (Illinois), el mismo desde el que el presidente Abraham Lincoln (1861-1865) comenzó su lucha contra la esclavitud, dio a conocer sus planes de futuro.
"Estoy aquí (...) para anunciar mi candidatura para presidente de EEUU", dijo en uno de los momentos más aplaudidos por los entusiastas simpatizantes, que soportaron impávidos los 20 grados bajo cero que castigaban aquella mañana Springfield.
Ese poder para arrastrar a las masas era una señal incipiente de lo que se avecinaba, aunque por aquel entonces las apuestas se centraban en la que se convertiría en su implacable rival por la candidatura demócrata, la senadora por Nueva York, Hillary Clinton.
Obama lanzó entonces una disciplinada campaña que recurrió con éxito a internet para movilizar a los votantes y recaudó la suma récord de más de 700 millones de dólares.
Su meteórico ascenso se articuló en torno al mensaje de "cambio" en un país que lo pedía a gritos tras ocho años de fallidas políticas del presidente George W. Bush.
Las elecciones de Iowa en enero, que tradicionalmente dan el pistoletazo de salida a la larga carrera por la Casa Blanca, confirmaron la fuerza de su discurso.
Obama ganó en el estado e inició así un duro pulso con Clinton que se prolongó hasta junio y dejó a los demócratas divididos.
Las aguas no se calmaron hasta la Convención Demócrata de finales de agosto en Denver (Colorado), donde los Clinton (Hillary y Bill) enterraron el hacha de guerra y tendieron la mano a Obama.
Con la casa demócrata en orden empezó de lleno la campaña presidencial en la que Obama tuvo que medir fuerzas con su rival republicano, el senador John McCain, que partía con el viento en contra pero que aun así libró una dura batalla.
El demócrata insistió en dos ideas clave: la de que su presidencia implicaría un "cambio" y la de que su rival encarnaba "más de lo mismo" y ofrecía las mismas recetas del impopular Bush.
McCain hizo hincapié, primero, en que él aportaba canas y experiencia en momentos críticos para el país mientras que su contendiente era una apuesta arriesgada.
Los dos se enzarzaron en un duro tira y afloja que se vio magnificado por la campaña de anuncios negativos, la mayoría procedente del frente republicano.
Destacable durante los meses de campaña fue la presencia de la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, compañera de fórmula de McCain y una novata en la política nacional que hizo las delicias de los programas cómicos de televisión con sus frecuentes salidas de tono.
McCain aguantó inicialmente bien el difícil pulso con el carismático Obama, pero no sobrevivió a un elemento externo, la crisis económica, que se agravó de forma dramática a mediados de septiembre con la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers.
La grave crisis económica favoreció a Obama con un electorado definitivamente reacio a entregar las llaves de la Casa Blanca a otro político republicano.
La prueba de fuego llegó el 4 de noviembre, el gran día de la cita electoral, que atrajo a una cifra récord de estadounidenses a las urnas y donde Obama se alzó con una mayoría clara, al lograr más de 68 millones de votos, frente a los 59 de McCain, el 46 por ciento de los sufragios.
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