Washington.- Las elecciones presidenciales de EEUU se acercan a la meta tras casi dos años de campaña, unas primarias de infarto y recaudación y gastos récord, que convertirán a esta contienda en la más cara de la historia del país.
Atrás, muy atrás ya, quedan aquellos pronósticos del 2007, cuando los "gurús" vaticinaban que la demócrata Hillary Clinton y el republicano Rudy Giuliani se alzarían triunfales en las primarias.
Giuliani se distinguió por su atípica apuesta, que desdeñó a los dos estados que dieron el pistoletazo de salida en enero al proceso de primarias, Iowa y Nuevo Hampshire, y favoreció a otros de mayor tamaño como Michigan, California, Illinois, Nueva York y Florida.
Sus cálculos resultaron erróneos y los decepcionantes resultados en las primarias de Florida, en las que el ex alcalde neoyorquino acabó tercero, propiciaron su temprana claudicación en febrero.
Bien distinta fue la pelea librada por la senadora Hillary Clinton, quien luchó hasta junio en unas primarias que dispararon las audiencias televisivas y suscitaron un interés sin precedentes fuera y dentro del país.
La histórica batalla entre una mujer y un afroamericano, Barack Obama, se saldó finalmente a favor de este último en junio, cuando el senador por Illinois aseguró la candidatura y puso punto final a unas agrias primarias que dejaron al partido temporalmente dividido.
En el frente republicano, John McCain selló la candidatura en marzo en unas primarias que suscitaron poco entusiasmo y en las que el senador por Arizona se impuso por su perfil moderado e independiente acorde con las circunstancias políticas del momento.
Sus actos de campaña entre marzo y junio no despertaron el interés de unos medios de comunicación hipnotizados con la batalla titánica que se libraba en el lado demócrata.
El arranque de la campaña propiamente dicha en junio centró la atención en Obama y McCain, que empezaron a perfilar las líneas maestras de su estrategia para la victoria el 4 de noviembre.
El demócrata mantuvo su mensaje positivo de cambio y el negativo de "McCain representa ocho años más de las políticas fallidas del presidente George W. Bush".
McCain, por su parte, trató de afianzar su fama de rebelde, un político heterodoxo dispuesto a plantar cara al partido en temas como el medioambiente, la tortura o la reforma migratoria.
Además, centró su mensaje anti-Obama en la falta de experiencia del bisoño senador por Illinois, 25 años más joven que él.
Durante los meses de verano la campaña republicana lanzó una campaña audiovisual negativa contra Obama con memorables anuncios como "Celebrity" (Celebridad), en el que el demócrata apareció retratado como un fenómeno de masas con poca sustancia detrás.
La táctica funcionó durante algún tiempo y permitió a McCain mantener un empate con su rival en las encuestas durante semanas.
A finales de agosto llegaron las convenciones, en las que Obama acudió acompañado de su pareja de fórmula, Joe Biden, un senador veterano que le aporta las canas que él no tiene.
McCain, mientras tanto, presentó en sociedad a su pareja política, la desconocida gobernadora de Alaska Sarah Palin, una bomba de relojería que parece haberle hecho más daño que bien.
La elección de la inexperta y conservadora Palin supuso una concesión al ala más derechista del partido, ante la que McCain ha ido torciendo el brazo de forma progresiva en temas como la política fiscal y la reforma migratoria.
Pero el verdadero punto de inflexión llegó a mediados de septiembre, cuando la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers intensificó de forma dramática la crisis que se venía cocinando desde hacía meses en el país, lo que perjudica a los republicanos a los que muchos votantes culpan del desaguisado.
La suerte de McCain, que hasta entonces había mantenido el pulso a Obama, empezó a declinar en unos sondeos de opinión que lo sitúan a la zaga, tanto a nivel nacional como en algunos de los estados clave de la contienda como Virginia, Pensilvania o Colorado.
Los republicanos sostienen que la situación sigue muy reñida en algunos de los doce estados que tienen las llaves de la Casa Blanca.
La solución al enigma se desvelará en unos días, cuando los estadounidenses elijan en las urnas al próximo presidente del país.
El Center for Responsive Politics, un centro de estudios con sede en Washington, dice que éstas serán las elecciones presidenciales más caras y rondarán los 2.400 millones de dólares.
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