Efectivamente, el autor de la semana pasada no podía ser otro que el vilipendiado Milan Kundera, con su magnífica novela La insoportable levedad del ser. Hoy os traemos algo diferente, pero, de alguna manera, mineral hermoso extraído de la misma mina. A ver si acertáis, que no es muy difícil. En estas magníficas líneas se cuentan las ansias de una mujer llamada Leonore, que trabaja en una oficina muy equilibrada (Oficina de cáculos estáticos), a las órdenes de un jefe más equilibrado aún, el Dr. Robert Fähmel. Pobrecita.
"Cuando no podía fijar la atención o estaba cansada del ritmo extremadamente preciso de su trabajo, salía fuera a limpiar la placa de latón: Dr. Robert Fähmel, Oficina de cálculos estáticos, cerrado por las tardes. Los vapores del ferrocarril, los gases de escape, el polvo de la calle, le daban cada día ocasión de sacar el paño de lana y el limpiametales del cajón, y a Leonore la encantaba prolongar aquellos minutos de limpieza hasta un cuarto de hora o incluso media hora. Al otro lado de Modestgasse, en el número 8, detrás de las ventanas polvorientas, podía ver las prensas que, incansables, imprimían cosas edificantes sobre papel banco; las sentía trepidar y creía hallarse transportada a bordo de un buque que navegaba o que estaba a punto de zarpar. Camiones, aprendices, monjas; vida en la calle, cajas en la puerta de las tienda de verduras: naranjas, tomates, coles. Y en la casa contigua, ante la tienda de Gretz, dos aprendices colgaban, en aquel momento, un jabalí: la sangre oscura goteaba sobre el asfalto. Leonore amaba el bullicio y la suciedad de la calle. Un sentimiento de rebeldía se le subía, por momentos, hasta la cabeza y la hacía pensar en abandonar el empleo: trabajar en cualquier tienda sucia, confinada en un patio interior, donde se vendieran cables eléctricos, especias o cebollas, donde un dueño desaseado, con los tirantes de los pantalones colgando, preocupado por los vencimientos, se permitiera franquezas que, por lo menos, se podrían rehusar; donde habría que sostener una batalla para obtener una hora de permiso para ir al dentista, donde se haría una colecta para el regalo de boda de una compañera, para comprar un cuadrito de bendición del hogar o un libro sobre el amor; donde las bromas groseras de los compañeros le recordarían a una que había permanecido intachable. Vida, y no ese orden inmaculado, ese jefe, impecablemente vestido e impecablemente correcto, pero que a ella le infundía miedo..."
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