Se ha aprovechado de la legislación. Iñaki Arteta, documentalista, confiesa que ha podido obtener parte de la financiación de ‘El infierno vasco’ gracias a un convenio por el cual todos los productores vascos reciben subvenciones para sus películas de la cadena autonómica ETB. El que se televise algún día es otra cosa. Sabe que quizá su documental, que llega este viernes a sólo nueve salas de toda España (ninguna de San Sebastián), no podrá ser visto en TVE hasta «dentro de 17 años», cuando prescriban los derechos de la televisión vasca, que seguramente se olvidarán «en el baúl de la Piquer».
Han pasado tres años desde ‘Trece entre mil’, otra de sus piezas de no ficción que narraba de manera tan respetuosa como descarnada el dolor que provocó ETA en los años 80. En primera persona. Sin agua oxigenada, medias tintas o paños calientes, que diría la abuela.
Hoy redunda el director en el sufrimiento humano, esta vez fijándose en los mal parados, pero no tanto. No han sufrido daños físicos permanentes. Tienen las extremidades intactas. No les han robado la vida, tan sólo su patria. Son exiliados. Por enfrentarse a cierta forma de ver las cosas, por levantar la voz. Han tenido miedo, qué duda cabe, pero menos que los demás. Se prestan, declaran, confiesan, en la mayoría de las ocasiones en cuerpo y voz. Pocos son los que se han ocultado de la cámara con una luz tenue. Son 27 testigos entre cerca de 200 entrevistas. Ahora están fuera pero recuerdan Bilbao, San Sebastián, Maruri… cada día.
Pone el ojo Arteta en los especialmente maltratados, en los empresarios extorsionados que no han querido ceder a las presiones de la banda y en los políticos amenazados, pero también en familias normales sin peso específico. «No he querido fijarme en gentes de derechas o de izquierdas. A mí esos parámetros no me interesan en absoluto. La gente que ha salido de Euskadi ha sido por sus méritos de denuncia».
Su apego es especial, quizá mayor del que puedan sentir otros oriundos de España. Porque lo que no puedes tener es siempre lo que más quieres. «Estoy tranquila aquí pero no hay día que no le pregunte a la almohada qué hago yo en Madrid», confiesa en uno de los pasajes la periodista Carmen Gurruchaga, víctima de un atentado con explosivos en su domicilio en 1997, cuando dirigía la edición vasca de ‘El Mundo’.
‘El infierno vasco’ carga duramente en varias de sus escenas contra el Partido Nacionalista Vasco (PNV) por boca de los protagonistas. En ese sentido su discurso es bastante expeditivo. Habla Arteta: «El nacionalismo y el terrorismo, por separado, son necesarios pero no suficientes para que ocurra lo que denuncio». Uno de sus testigos, Niko Gutiérrez, ex concejal del Partido Socialista de Euskadi (PSE) durante 16 años, enfatiza: «A mí ETA no me ha echado, me ha echado el nacionalismo vasco. ETA se acaba en lo que dura un telediario con 12 guardias civiles amateurs; lo que pasa es que llegan los presupuestos generales del estado y el PNV se lleva un chorro de millones».
Arteta reconoce con humor que no le han quitado la cinta de las manos para distribuirla, que ha tenido que buscar dinero «debajo de las piedras» y que los de su entorno le recomendaron no hacerla. Las dificultades no le han frenado. Piensa que este tipo de películas son absolutamente necesarias, aunque nadie se las reclame, porque el cine relacionado con ETA no le convence. «En las treinta y tantas películas que se han rodado sobre el tema, el foco de atención casi siempre ha estado en la épica del terrorista y en sus dilemas morales. No me siento identificado con ellas. No he visto reflejado el miedo de la gente ni el que existe en la calle». La suya es, de nuevo, la otra cara de la moneda, al estilo de ‘Todos estamos invitados’ de Manuel Gutiérrez Aragón. Altavoz de damnificados.
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