Buenos Aires.- Los vaivenes que experimentó el país en 25 años de democracia diluyeron buena parte de la oleada de esperanza que se había apoderado de los argentinos con las elecciones que pusieron fin a la dictadura militar (1976-1983).
Con el cierre de una etapa marcada por el terrorismo de Estado, la población se volcó masivamente en la participación política y vivió con euforia los comicios presidenciales del 30 de octubre de 1983, que ganó el radical Raúl Alfonsín por amplia mayoría.
El máximo contraste con aquellas jornadas de euforia se vivió durante la convulsión de finales de 2001, cuando el presidente Fernando de la Rúa dimitió apenas dos años después de haber sido elegido mientras los ciudadanos reclamaban "que se vayan todos" los políticos en medio de una estrepitosa crisis económica, social e institucional.
"Con la democracia se come, se cura y se educa", repetía Alfonsín en sus discursos de 1983, cuando los mítines de la Unión Cívica Radical (UCR) y el Partido Justicialista (PJ, peronista), las principales fuerzas políticas del país, llegaron a reunir a millones de personas.
Según el sociólogo Luis Alberto Quevedo, en esa época en Argentina se instaló "la idea de que con la democracia no sólo mejoraría la calidad ciudadana en términos de derechos y de representación sino también la calidad de vida en términos económicos como la redistribución del ingreso".
"Esa es una promesa incumplida no sólo por Alfonsín sino por los presidentes que vinieron después", agregó en declaraciones a Efe.
De hecho, el gobernante radical logró sobrellevar cuatro alzamientos militares que buscaron frenar los juicios contra los responsables de la represión ilegal, pero no un proceso de "hiperinflación" que disparó la conflictividad social.
Alfonsín dejó anticipadamente la Presidencia en manos del peronista Carlos Menem, quien ganó las elecciones de 1989 con las históricas reivindicaciones sociales del PJ y nada más acceder al poder aplicó recetas neoliberales.
Menem indultó a los militares condenados por crímenes de lesa humanidad, privatizó servicios públicos y puso en marcha un régimen de paridad "uno a uno" entre el peso argentino y el dólar estadounidense que le valió ser reelegido en 1995.
Su sucesor, De la Rúa, candidato por una coalición entre la UCR y la fuerza de centroizquierda Frepaso, aplicó ajustes del gasto público que afectaron salarios y jubilaciones, lo que minó su popularidad.
En diciembre de 2001, el Gobierno encerró el dinero que la población guardaba en los bancos en el "corralito" financiero y el presidente renunció en medio de un estallido social que causó al menos una treintena de muertos.
En aquel convulsionado final de año, Argentina tuvo cuatro presidentes interinos en una semana y no hubo ciudadano que no sintiera el impacto de una crisis inédita en la historia reciente.
"En 1983 la participación política era brutal: el PJ llegó a tener casi cuatro millones de afiliados y la UCR dos. Lo ocurrido en los años 90 desmontó esa escena y en el comienzo del nuevo siglo hay más escepticismo, menos compromiso y hasta cierto cinismo en torno a lo que tiene que ver con la política", evaluó Quevedo.
Para el escritor y periodista Jorge Lanata, el "crack" del 2001 supuso un punto de inflexión que marcó la ruptura del pacto de credibilidad entre la sociedad y la dirigencia política.
"La gente dejó de creer a todos y la clase política no atendió y siguió con los mismos vicios. Nunca nació lo que la gente esperaba: una nueva política", dijo Lanata a Efe.
"Desde la crisis de 2001, la clase política no ha sabido volver a conectar con la sociedad", subrayó.
En plena recuperación económica, aunque con niveles récord de desempleo y pobreza, en 2003 el gobernante interino Eduardo Duhalde convocó a unas elecciones presidenciales que llevaron al poder al peronista Néstor Kirchner con apenas el 22 por ciento de los votos.
Aunque no exenta de conflictos, la gestión de Kirchner estuvo marcada por un crecimiento económico a tasas superiores al 8 por ciento anual y un fuerte impulso a la reapertura de los procesos judiciales contra los represores de la última dictadura.
En ese contexto la esposa del mandatario, Cristina Fernández, se convirtió en la primera mujer que accedió al poder en Argentina por el voto popular al ganar por amplio margen los comicios de 2007.
Pese a la sucesivas elecciones, el país vive en una "democracia de baja intensidad", según Lanata, que subraya como mayor logro de la sociedad argentina la toma de consciencia de que "no va a volver a haber una dictadura".
Pero, apunta, quedan importantes asignaturas pendientes, como la separación de poderes o la libertad de prensa que, a su juicio, "ha sido relativa, pero no completa".
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