Llegan el viernes y los estrenos de cine. Volpini y Moreno te proponen seis películas, para que elijas la que más te guste o estés de humor para ver: 'Asesinato justo', con los siempre a la altura Robet De Niro y Al Pacino; la ideológica 'Batalla en Seattle'; la terrorífica 'Reflejos'; la experimental 'Tiro en la cabeza'; la comedia 'El juego del matrimonio'; y la infaltable de acción, 'Death race: La carrera de la muerte'. Así que ya lo sabes: este fin de semana, al cine.
Robet De Niro y Al Pacino son amigos. Se conocen ya de otras películas y de verse mutuamente en el cine. Cada día el cine es más autorreferencial. Recordar una película en otra película suele surtir como resultado inmediato recordarte que estás viendo una película. Lo sabes. Pero al ser primitivo que hay en ti y al que le gusta la ficción, eso le quita parte del placer. Es como quien está saboreando un entrecote y le comentan a cuánto va el kilo en el mercado. Deja de ser un entrecote: es carne.
La carne de 'Asesinato justo' se pretende que sea una pastilla de extracto concentrado en el tramo final. Una sorpresa. Si hasta entonces venía siendo caldo recalentado, en esta última cucharada es sopa aguada.
(Una pena para un director —'La guerra', por ejemplo— como John Avnet)
Cuando tiraron el Muro de Berlín directamente al cubo de la basura histórica, los que lo hicieron sabían lo que hacían. Sabían que era el muro de carga sobre el que descansaba el edificio del Estado del Bienestar y el que servía de muro de contención a la corriente que iba a anegar la Tierra dejando al Tercer Mundo definitivamente bajo el agua, y sube el agua: cada día cuesta más mantener la cabeza fuera. Así que, salvo por los que estaban al otro lado y las pasaban estrechas en lo que a libertades se refiere, no sé de qué nos alegramos. Éste es un discurso ideológico, exactamente como el de 'La batalla de Seattle', sólo que amargo. Un tanto facilona en su recurso a la emotividad, sale uno del cine pensando que igual todavía podemos hacer algo.
La primera pregunta que uno se hace es: ¿no habrá películas de género coreanas buenas? O, también: ¿las habrá, pero el cine norteamericano, para su uso, selecciona las peores? Finalmente: ¿son películas buenas en origen y los norteamericanos las invaden?
Confieso una vez más que el cine oriental 'de miedo' nunca me ha llamado la atención, yo pecador, que ahora me veo sin referentes. De Aja, 'Las colinas tienen ojos' me pareció un horror; esto es, que me gustó. Aquí, se parte de una acertada ocurrencia: el peligro está en cualquier superficie reflectante, ¿cómo escapar a eso, yo que me miro en tus ojos? No llegamos a tanto. Cementerio al que se retiran las ideas a morir cuando sienten que ya no se sostienen, nos adentramos en lo más ojolf del cine que importamos (ol sám flojo led enic euq somatropmi).
Esta reseña no vale para nada. No es orientativa. Porque lo que a mí en concreto me parezca lo nuevo de Jaime Rosales ('La soledad'), seguramente no tendrá nada que ver con lo que ustedes piensen. Por eso no les mediatizaré. No diré que esta película es un 10 (aunque hay críticos que lo piensen). Tampoco me aventuraré a decir que es un 0 (aunque hay otros que así la valoran), porque no tengo autoridad moral para ello. Sólo subrayaré su naturaleza experimental. Eso no es mojarse, ¿no? Ochenta y cinco minutos que plasman la cotidianidad en la vida de un etarra. Filmada con teleobjetivo y diálogos que no se oyen. Como colofón, un tiro en la cabeza. Requiere esfuerzo, eso sí se lo aviso.
Pierce Brosnan narra en off la historia de un devaneo amoroso a tres bandas, o a cuatro, o a cinco. Depende del cristal. Matrimonio ideal. O no tanto. Años 40. Mujer fatal, porque puede, porque Rachel McAdams es guapísima. Un gigoló. O no tanto. Cuatro soberbias actuaciones de entre las cuales no sería abusivo extraer un par de nominaciones a los Oscar. El director Ira Sachs, que ganara en Sundance con 'Forty shades of blue', se mete de lleno en los intríngulis de un matrimonio que se extingue y en un nuevo amanecer. O no tanto. Hay intriga y los muy listos pueden decir que el final se ve venir, pero yo, que no lo soy tanto, me lo comí con patatas.
Hay un actor alopécico llamado Jason Statham que me parece la perfecta actualización del macho Bruce Willis. Algunos le recordarán como el protagonista de 'Transporter' y otros como 'El turco' de 'Snatch (Cerdos y diamantes)'. No es un cachas más porque su registro de cara de palo de escoba lo borda como él solo. Hay intérpretes que sólo sirven para hacer el mismo papel una y otra vez. Si esos actores no se van al paro es porque sus películas se ven. Y si sus películas se ven, siempre es por algo. Intento discernir por qué Statham es un buen actor a pesar de que sólo sabe encabronarse, soltar mamporros y conducir muy rápido; y se me ocurre que a lo mejor es porque nadie sabe hacer tan bien esas tres cosas y además a la vez. El que firma, Paul W.S. Anderson, no se debe confundir ni de coña con el clarividente Paul T. Anderson ('Magnolia'), juegan dos ligas distintas. Adrenalina en todos los fotogramas de esta mortífera carrera.
*Federico Volpini y Alberto Moreno son nuestros colaboradores de cine.
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