ADDIS ABEBA (ETIOPIA).- Son las 4,30 de la tarde en Addis Abeba. A simple vista, nadie diría que, en apenas una hora, la armada etíope tomará los mandos de la pista olímpica de Pekín. Por las calles deambulan como siempre cientos de transeúntes de aquí para allá vendiendo chicles, madera, chándales, mendigando, o caminando deprisa, trajeados, dirigiéndose a una importante cita quién sabe dónde. Se cruzan los burros con los enormes jeep, con los taxis que están a punto de destartalarse, con las cabras, en trayectorias azarosas.
El público comienza a abarrotar la cafetería que hay en los bajos del edificio de Ethiopian Airlines. Los feligreses salen ahora de la Iglesia de Urrael buscando la pantalla gigante de ésta y otras cafeterías modernas que ofrecen conexión vía satélite con China. Lorenzo —mi amigo de la Cruz Roja Internacional— me pregunta por la dirección a seguir. "Pasas Urrael y a la izquierda" —le digo— "por la Avenida Haile Gebrselassie". No es broma. Una de las avenidas principales de Addis lleva el nombre de este ya mítico corredor, que una hora después estará dando un auténtico ejemplo de humildad, sacrificio y trabajo en equipo.
Suena mi móvil y escucho una voz difuminada por el tumulto de fondo: "¿Dónde estáis? ¿Por dónde andáis?" —grita la voz — "¡aquí en la plaza Meskel se está liando una gorda: hay una pantalla gigante y van a retransmitir la carrera!". Cuelgo el teléfono e indico a Lorenzo que vaya hacia Arat Kilo, dirección norte, porque esta vez no vamos a la plaza Meskel, sino a la casa de Wami Biratu, el mejor corredor de todos los tiempos.
En la casa de Wami hace tiempo que nos están esperando. Wami ha congregado en el salón a unos amigos jóvenes que organizan la carrera anual que lleva su nombre, a su hijo Jagenma y a uno de sus nietos. El salón parece más grande y lujoso que la última vez que fui; junto a la cocina ha aparecido de la nada una enorme alacena rellena de platos y bandejas plateadas. En la televisión del salón se suceden las series previas de clasificación de los 1.500 metros, sin volumen, aunque podemos escuchar al comentarista inglés en otra televisión que Wami tiene en su cuarto. Jagenma saca unas coca-colas y nos sentamos bromeando, pendientes ya del televisor.
Wami viste la sudadera oficial del equipo olímpico de Etiopía, combinada con unos pantalones de pijama. Cuando en los Juegos de Roma (1960) le preguntaron a Abebe Bikila cuántas carreras había ganado en su vida, tras haber conseguido el oro en maratón, el mítico corredor etíope respondió: "Sólo una antes que ésta. En Etiopía hay un corredor que siempre me gana: Wami Biratu". Bikila decía la verdad a medias. En contra de lo que muestran muchas de las páginas web donde se puede consultar esta historia, Bikila solamente superó a Wami en una ocasión; la segunda carrera etíope de calificación para los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960 y no en 1956. Como Wami ya estaba clasificado para los 10.000 metros y sólo podía participar un corredor por categoría, a mitad de esta segunda carrera se escondió detrás de un árbol y esperó a que Abebe Bikila apareciese, pactando ambos que Abebe ganaría esta vez, y así los dos amigos podrían ir juntos a los Juegos. Abebe Bikila fue a Roma y labró una leyenda. Una semana antes de acudir a Roma, Wami —que por aquel entonces tenía ya 45 años— contrajo el buyunyi, una enfermedad infecciosa que llena las ingles de fístulas y que le apartó para siempre de la posibilidad de ser olímpico. Fue ésta la verdadera razón y no —como puede leerse en otras páginas web— que Wami Biratu se rompiera un tobillo jugando al fútbol. La mala suerte acompañó a Wami toda su vida en lo relativo a su participación en carreras internacionales. Antes de acudir a Melbourne (1956), Wami pidió un permiso especial del Ejército para poder visitar a su mujer y a sus hijos. Cuando éste se le denegó y fue enviado a Asmara —1500 kilómetros de Addis Abeba— Wami desertó y así se esfumaron sus posibilidades de acudir a Melbourne.
Si bien la mala suerte en las carreras internacionales le acompañó toda su vida, el destino le ha compensado regalándole, por ahora, 94 años. Wami me pregunta por las medallas que hemos obtenido en estos Juegos, "¿Alguna en el atletismo?". "No, en tenis, Wami, en tenis: Rafael Nadal".
La armada etíope arranca en la pista de Pekín. Dejamos las coca-colas sobre la mesa y nos concentramos en la carrera y aplaudimos de emoción. El eritreo Tadesse comienza imponiendo un ritmo infernal, suficiente para superar el record olímpico. Haile Gebrselassie, Sihine Shilesi y Kenenisa Bekele resisten a la perfección, formando los tres una flecha de lanza; un muro para los kenianos. Wami, sin aparentar nerviosismo, pregunta a su hijo cómo va la carrera. Sus ojos de 94 años apenas distinguen cuatro manchas de color en el televisor. Ahora Haile toma la delantera y aprieta el ritmo más y más. A sabiendas de que el final va a ser complicado para él, Haile Gerbreselassie, el dos veces campeón olímpico, se sacrifica por su amigo Kenenisa y echa el resto a falta de dos vueltas. Suena la campana. Kenenisa aprieta el botón del turbo y los últimos 300 metros pasan volando. Shilesi sigue tímidamente a su capitán. Los kenianos son testigos de cómo la locomotora Bekele se aleja más y más. En la meta son casi 40 metros lo que les separa del etíope. Oro y récord olímpico: Kenenisa Bekele (Etiopía). Plata: Sihine Shilesi (Etiopía). Nadie se acuerda del bronce. Haile Gebreselassie, quinto, sonríe satisfecho.
Wami Biratu también está satisfecho y brindamos con champán y vasos de plástico. Entonces Wami se emociona y habla de Orni Niskanen, aquel entrenador sueco que el emperador Haile Selassie contrata en 1956 para formar y entrenar al equipo olímpico con métodos modernos. "¡Orni! Él lo empezó todo. El gran Orni… quizá haya visto la carrera desde los jardines del más allá." En un momento de vaivén temporal, de desorientación, Wami Biratu nos pregunta si por casualidad somos suecos. "Somos de España, Wami, al fin y al cabo, de Europa". Wami nos besa a todos en la frente. Los anuncios de la televisión etíope interrumpen la retransmisión olímpica. Se trata de un anuncio de camas. Una señora brinca y salta sobre su cama sin parar hasta que se transforma en un canguro. Otro canguro aparece en la cama y ambos siguen saltando. El anunciante muestra finalmente un logotipo cutre.
*Miguel Llansó vive ahora en Addis Abeba, Etiopía. Trabaja en asuntos culturales en la Embajada de España y trata de realizar un documental sobre el atletismo etíope. Web: corredoresetiopes.blogspot.com
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