Hoy, 18 de agosto de 2008, Rafael Nadal inicia su andadura como 'número uno del mundo'. No sabemos si la caminata será corta o larga, pero vistos los últimos meses nada indica que su estancia al frente de la clasificación de tenistas profesionales vaya a ser efímera. No ha sido un golpe de suerte puntual ni consecuencia de la debacle de sus adversarios. Nadal lo logra ante un jugador al que muchos consideran el mejor de la historia, un tenista en el mejor momento de su carrera que, sólo bajo la constante presión de su perseguidor, ha bajado los brazos en el último mes y medio —Federer, no lo olvidemos, ha sido finalista en Roland Garros y Wimbledon, y en la hierba de Londres perdió lo mismo que pudo haber ganado—. Poco más se puede añadir sobre los éxitos de Rafa Nadal que no se haya dicho anteriormente del derecho y del revés.
La última semana, sin embargo, nos ha mostrado mucho del nuevo 'número uno', de cómo es él y también de cómo le ven los que se le parecen, los otros deportistas. En las múltiples entrevistas publicadas desde que comenzaron los Juegos Olímpicos de Pekín a atletas de distintas especialidades hay una constante: siempre aparece el nombre de Nadal. ¿Quién te gustaría que ganara una medalla? Nadal. ¿Con quién te harías una foto? Con Nadal. ¿A quién admiras más? A Nadal.
Probablemente no haya existido un deportista nacido en España con tanta repercusión. Puestos a ser maximalistas y devotos de 'lo último', tan de moda durante los Juegos —parece que importa más el cuánto que el cómo—, atrevámonos a decir que Nadal ya es, con sólo 22 años, el mejor de la historia. Argumentos hay para ello: de todos los grandes deportistas españoles, ninguno competía en una especialidad tan global. El tenis se practica y se sigue lo mismo en Estados Unidos, Argentina, Suecia, La India y Australia. ¿Quién podría competir con Nadal, que posee un palmarés con cinco Grand Slams y una medalla de oro olímpica, entre otros títulos? ¿Indurain? Sí, ganó cinco veces el Tour de Francia, dos Giros, una medalla de oro en los Juegos y muchas más carreras. Pero Indurain era un ciclista y practicaba un deporte muy europeo. En Estados Unidos, Argentina, Suecia, La India y Australia, Indurain podría pasear tranquilamente con su mujer Marisa sin que nadie le pidiera un autógrafo. Nadal no. Seguiríamos comparando, pero no es el asunto del artículo y, como mucho, terminaríamos con un nombre a su altura, siempre en términos de repercusión mundial: Severiano Ballesteros [lo dejamos aquí, para discutir ya tenemos los comentarios].
¿Es por todo esto que provoca tanta admiración entre 'los de su especie'? En parte sí, pero fundamentalmente no. Nadal, a diferencia de muchos de los deportistas que le han ensalzado públicamente en los últimos días, vive en un mundo superprofesional, es multimillonario, pasa la mayor parte del año en hoteles de cinco estrellas y no tiene que ocuparse más que de cargar con sus raquetas y entrenar. Son causas suficientes para que, en circunstancias normales, cualquiera pierda la cabeza. Y para que otros, en lugar de admirarte, simplemente te envidien. Sobre todo 'los de su especie', acostumbrados a no tener grandes recompensas. Pues a pesar de estos condicionantes, es querido y admirado, precisamente porque es como ellos. Normal.
Nadal llegó a Pekín y, para empezar, decidió alojarse en la Villa Olímpica, igual que 'Pirri', el tirador de esgrima, o las chicas de hockey hierba. Federer, por ejemplo, no lo hizo, ni tampoco lo hicieron, en otros Juegos, algunos deportistas españoles de los 'superprofesionales'. Y desde entonces, en cada rueda de prensa, ha explicado lo bien que se lo pasaba, las partidas de cartas, la Play, las bromas con los de baloncesto, las fotos con otros deportistas "como yo", recalcaba. Sonaba absolutamente sincero. No pretendía demostrar normalidad, eso se nota. Ha asegurado que él es más un deportista de equipo, que defender a un país —o a un equipo, lo mismo da— es un extra. Ha llorado por primera vez delante de una cámara, en una entrevista después de ganar las semifinales. Simplemente porque se aseguraba una medalla, para él y para el grupo. También ha confesado que había incomodidades, pero que le gustaban, porque durante el resto del año lleva una vida extraña, donde todo se lo dan hecho. Ha acudido, igual que han hecho con él, a animar a otros deportistas. Ha demostrado, en resumen, que es un deportista en el sentido clásico, de los que trasladan a la vida cotidiana lo aprendido en la práctica del ejercicio.
Es cierto que hay más causas por las que Nadal provoca tanta admiración entre otros deportistas. Su capacidad mental para soportar la presión es probablemente lo que más sorprende de él cuando está sobre la cancha. También la pelea. Y el físico. Pero finalmente es su actitud fuera de la pista lo que le ha convertido en el 'deportista de los deportistas'.
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