Por mucho que en sus camisetas diga lo contrario, el dolor para Federer ya no es temporal, no con Rafa Nadal acechándole. Porque aunque los números señalen una cosa, la realidad es mucho más dura con el tenista suizo. Los complicados sistemas de clasificación de la ATP no reflejan todavía que, a todas luces, Nadal es el 'número uno' del mundo. Su victoria en Wimbledon, con una dosis de sufrimiento insoportable —antes de ganar en el quinto set por 9-7, en la final más larga de la historia, desperdició una ventaja de dos sets, falló bolas de partido y estuvo muy cerca de la derrota— , obliga a mirar hacia adelante y no a las recurrentes comparaciones con el pasado y con otros deportistas.
Por ese escalón ya ha pasado Rafa: que si ganamos en todo, las referencias a Borg, los otros triunfadores españoles, el Wimbledon de Santana en 1966 o su pertenencia a una generación x, y, o como queramos bautizarla. Es el día y el momento de analizar el futuro con el inmenso peso de lo logrado.
En los últimos meses, Nadal ha destrozado mental, física y tenísticamete al probablemente mejor jugador de la historia, con el mérito añadido que esto tiene. No ha superado a un jugador decadente, a punto de la retirada. En la final, sin duda una de las mejores de la historia, Federer lo ha dejado patente, con su agónica resistencia a la derrota. Se ha impuesto a un hombre que tiene detrás, si obviamos al propio Nadal, un abismo con el resto de jugadores, que si no existiera el tenista de Manacor habría ganado, además de los seis últimos Wimbledon, también los tres últimos Roland Garros: a estas alturas, ciencia ficción.
Pero como no estamos para el género de la fantasía, tenemos que volver rápidamente al hombre que hace poco más de un mes le clavó el estoque a Federer en la final del torneo parisino, infligiéndole una derrota de las que se tarda en salir. En la final del domingo le ha puesto, probablemente, la puntilla. En su propio jardín. Donde intentaba superar las cinco victorias de Borg.
En las últimas fechas el tenista suizo aparece de forma recurrente. Nadal igualó en Roland Garros sus cuatro victorias consecutivas; Federer trataba de superarle en Londres alcanzando seis; Nadal se ha convertido en el primer jugador en casi tres décadas en lograr en la misma temporada el triunfo sobre la tierra de París y la hierba del All England Lawn Tennis and Croquet Club. ¿Quién fue el anterior?: Borg, en 1980. Podríamos seguir con las comparaciones [ver vídeo, realizado antes de Wimbledon], pero ¿no habíamos quedado en mirar hacia adelante?
Va a ser difícil que Federer se recupere de esta. Ya tiene 26 años y, pese a que no son demasiados, su reinado empieza a ser largo —desde 2004, 231 semanas—, Nadal tiene 22, Djokovic viene empujando y su mujer, Mirka, le arrastra cada vez más a fiestas sociales —aparece en la portada de Vogue y se relaciona con Anna Wintour y demás famosos, invierte y dedica parte de su tiempo a una fundación benéfica y algunos otros detalles que indican que, quizá, su prioridad absoluta no sea pelearse con las fieras que vienen detrás—. Por mucho que desde Roland Garros decidiera lucir una camiseta de Nike con el lema "Pain is only temporary, victory is forever" (El dolor es sólo temporal, la victoria es para siempre), hay que creérselo de verdad. Y qué quieren que les diga: esa camiseta le pega mucho más a Nadal, un sufridor del deporte sin distracciones más allá del tenis (y cómo ha sufrido en esta final).
Sin duda, esta final supone un antes y un después, independientemente de si Nadal asalta el 'número uno' durante el verano o la próxima primavera. Las opciones inmediatas son altas, porque Federer ganó mucho al final de la temporada pasada, concretamente en Cincinnati, el US Open, Basilea y la Copa Masters, con lo que tendrá bastantes puntos que defender. Su rival, sin embargo, sólo lo hizo en Stuttgart después de ser finalista en Wimbledon.
Para calibrar la dimensión del momento, no debemos olvidar una cosa: hablamos de superar al hombre que ha conquistado 12 títulos de Grand Slam, aunque, casualmente, haya sucumbido 12 veces en sus enfrentamientos directos con Nadal —por sólo seis victorias—. Derrotarle sobre hierba debía ser el último paso antes de la cumbre. No era un peldaño cualquiera. Wimbledon es el torneo con mayúsculas, un terreno contra natura para los españoles. Pero el desafío ha caído, a lo grande. En cinco sets y frente al mejor. Y ahora la realidad pesa más que los números.
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