PEKIN (CHINA).- El escupitajo en Pekín, sin llegar a ser un arte, es una tradición tan consolidada como el bocata en el partido de fútbol o el choripán en el asado. Y la llegada de los Juegos Olímpicos ha creado un nuevo tipo de lanzamiento de esputo: la no renovación de visados. A troche y moche el Gobierno pekinés está desertizando la ciudad de presumibles terroristas, o sea, todo extranjero proclive al ‘Free Tibet’ que no haya pasado por la turbina de la limpieza cerebral en pos del Partido… Comunista.
Pekín no es lo que era, con calles anegadas de nadie y con negocios otrora plenos y hoy cabizbajos. El ‘Maggies’, lugar único por ser emblema de la prostitución mongola y a la par salir en guías por sus perritos calientes únicos, es hoy un local chapado donde el flirtreo de los mozos y mozas ha dado paso a una imagen triste e impropia de una ciudad que ya se golpea de bruces con los Juegos Olímpicos. El simplismo en China llega a cotas inimaginables: no dar visados a las mujeres de Mongolia es igual a la no prostitución foránea y por ende, foráneos sin diversión que se deberían ir. Así es Pekín.
El atosigamiento a la prostitución —ilegal en este país que podría contar a sus meretrices por millones ante la vista gorda de sus autoridades— no acaba aquí ya que sus famosas peluquerías —lugares donde aparentan cortarte el pelo pero lo que de verdad te cortan es la abstinencia sexual— se han cerrado por centenares ante la falta de damas (oriundas esta vez) invitadas a marcharse a otras provincias por las autoridades chinas.
Sería esto una crónica pro sexual si no aclarara que la deforestación humana en Pekín toca palos insospechados. Desde Sasha, serbio patrón hostelero con diez años de bagaje esnifando contaminación, al que no se le ha renovado el visado; hasta Gonzalo, madrileño achinado con mozo heredero dado a luz por estas tierras, que con trabajo digno, vivienda propia y decencia insultante han sido conminados a renovar su visado "tras las olimpiadas" ('Pekín dixit').
Franceses, americanos, japoneses y demás nacionalidades han visto menguar su nómina de miembros en una persecución extraña y molesta más propia de tiempos nazis.
Ni que decir tiene la de negocios emblemáticos de lustros de vida con la apariencia actual de velatorio manchego en sepelio entre semana. Desde mi querido restaurante ‘Tapas’ en pleno Sanlitun —barrio casi occidental— hasta el ‘Suzie Wong’ —capo de las discotecas pekinesas— que podría meter hoy a toda su muchachada en un estanco de Usera.
Sorprende esta limpieza imparable de ciudadanos en pos de unos Juegos que son de por sí el único evento a nivel mundial capaz de unir a todos los países del mundo. Pero parece que China quisiera inaugurar un nuevo deporte: el lanzamiento a distancia de todo aquél que sea sospechoso de querer liarla en estos Juegos Olímpicos.
Lástima de humanidad. Y pena de Olimpiadas. Un emotivo recuerdo a Gonzalo, Tstsegee, Jean, Anthony, Julio, Sarah, Antonella, Alexander y demás pekineses de años que vivirán el júbilo olímpico en el destierro de sus procedencias, aquellas que dejaron para hacerse de ellos y de Pekín algo más grande de lo que eran.
Pekín es hoy más que nunca un pueblo en este mundo de globalización racial y cultural. Aquí ya sólo se ven chinos. Y ni siquiera a todos.
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