María San Gil, la pelota vasca

VALENCIA.-  La ex presidenta del PP vasco se ha convertido en un arma arrojadiza. No hay adversario de Rajoy que no la lance contra el auditorio en cuanto sube al púlpito de oradores. Su nombre surte un efecto inmediato en la masa de militantes porque les toca la fibra sensible.

Es lo que tienen los símbolos, que dejan de ser personas para convertirse en un icono. Adornan, refrendan, enfervorizan y casi nadie se libra de utilizarlos a su antojo. En este caso, María San Gil, que se bajó del carro al perder la confianza en el líder, con la honestidad por delante, no merece tanta manipulación.

Ella, que ni tan siquiera ha pisado Valencia para, como otros descontentos como Pizarro o Rato, dejarse hacer la foto y agarrarse al "no hago declaraciones", no debería estar en boca de quienes se amparan en el homenaje para levantar a las masas en contra de Rajoy. No parece una práctica ejemplar para quienes presumen de conducta intachable como Aznar hoy mismo y Acebes o Rita Barberá ayer.

María simboliza la lucha antiterrorista. Ha vivido la muerte en directo de Gregorio Ordoñez, las amenazas directas y ha tenido que vivir enclaustrada y rodeada de escoltas tratando de que sus hijos llevarán una vida normal. Esa es la terrible realidad de muchos políticos en el País Vasco. Ha luchado por sus ideales y ha renunciado en el momento en el que ha dejado de sentirse identificada con los que defiende su partido.

Está en su derecho. Y también tiene derecho a que la dejen en paz. "Permitidme recordar aquí a dos compañeros excepcionales. A María San Gil y a José Antonio ortega Lara. Si no lo hiciera traicionaría toda mi vida política, además no sería fiel a mi mismo". Los aplausos enmudecen las palabras de Aznar. Rajoy encaja de nuevo el golpe bajo. Y a algunos de los que escuchamos se nos revuelven las tripas. No apoyamos a unos ni a otros. Simplemente creemos que con las personas no se juega.