Llega uno de los estrenos comerciales más esperados de la temporada: la adaptación a la gran pantalla de la serie norteamericana 'Sex and the city'. Y por una vez, Volpini y Etxea están de acuerdo: ninguno de los dos ha conseguido cogerle el punto ni verle la gracia a esta historia de "pijas con dinero sin más luces que las de sus alhajas".
El tener todo el rato la sensación de que son las protagonistas de la serie haciendo una película en la que interpretan a las protagonistas de la serie es consecuencia natural del hecho de que son las protagonistas de la serie haciendo una película en la que interpretan a las protagonistas de la serie. La gran pantalla no le sienta bien a 'Sexo en Nueva York'. Una propuesta basada en el perfil seductor de sus intérpretes soporta mal la ampliación de una estructura ósea pronunciada y aún peor los visajes, las muecas (Kristin Davis, pero también Sarah Jessica Parker), que en el televisor hacen gracia. Aquí se quedan en penosas carencias de expresión. El guión: un capítulo más, sobredimensionado. El tratamiento visual: llega a parecer '27 vestidos'. Se echa de menos la visita de 'Pretty Woman' al modista, mucho más en su sitio. Y ellas cuatro, ideales, con las preocupaciones y el discurso que, al parecer, son propios de su sexo y condición. El problema reside en cómo se elaboran los conceptos. De 'Howard's End' –por poner un ejemplo- a 'La Gran Manzana' la raza humana de clase media alta con posibles sufre una regresión que afectará a la especie, y si no al tiempo.
No me arriesgo: como el tiempo va despacio, no nos dará tiempo de comprobarlo y, si nos diera, el tiempo nos habría cambiado tiempo atrás. El que la gracia de verdadero humor que devuelve la sonrisa a la protagonista sea una visita de Moctezuma a Roca define lo que es esta película. Gustará mucho, creo.
Hace meses que nos vienen amenazando con el estreno por todo lo alto de 'Sexo en Nueva York', la película. Ya está en las salas y es, si me lo permiten, un horror vestido de caperucita. Debo de estar fuera del mundo porque nunca había visto esta serie de televisión tan famosa. Si triunfa esta secuela entiendo que se debe a su apabullante promoción. Ahí Hollywood gana en todos los terrenos.
Un amigo que controla algunos episodios sobre estas mujeres con pose de alocadas me ha comentado que los diálogos resultaban chispeantes y atrevidos. En la película ni siquiera, nada de sal ni pimienta, todo muy convencional. El invento funciona como un artilugio de hacer dólares a base de atraer a un público previamente captado en la pequeña pantalla. Lo peor, con perdón, es que ellas tienen sus fieles. Yo no consigo cogerle el gusto a ese mundo de derroche, de deslealtad, de mentiras, banal y vacío, de plástico y consumo de usar y tirar, aunque cueste millones y pretendan que por él pasa la modernidad. La excusa de los productores –parece que la necesitaban-: había que contar los problemas de esas mujeres que hace veinte años caminaban hacia la treintena. ¿Cómo iban a ser? Lo que vemos en la película es a unas pijas con dinero sin más luces que las de sus alhajas. Ni entro a juzgar la interpretación de las protagonistas. Son actrices de corte industrial, incluida Sarah Jessica Parker, ajustadas a unos papeles que deben de conocer al dedillo. Pero nada más. Bueno sí, hay una notable excepción. Jennifer Hudson. Louise de Saint Louise y asistente de la escritora Carrie Bradshaw, pone el toque de color verdadero en ese mundo de artificio.
Que quieren ir a verla a pesar de lo que yo diga… pues vayan. Así nos desoyen de un plumazo a Volpini y al Dr. Etxea. De consejos desatendidos están llenas las calderas de Pedro Botero. Prefiero el ardor del averno a que me vuelvan a sentar en la sala oscura para sufrir el tedio de esta memez. ¡Ójala que 'Sexo en Nueva York' escenifique el canto del cisne de ese mundo detestable!
*Federico Volpini y Dr. Etxea son nuestros críticos de cine.
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