Barack Obama ha ganado las primarias del Partido Demócrata, aunque Hillary Clinton se resista a tirar la toalla. Sólo la decisión -poco probable, según los analistas- de una mayoría de superdelegados votando a contracorriente o la dramática hipótesis de que alguien quite de en medio a Obama por las malas, impedirán que, por primera vez en la historia, un negro opte a la Casa Blanca. Pero, ¿qué papel jugará Clinton? ¿Aceptará ser la 'número dos' de su gran rival? ¿Querrá Obama contar con ella? En política todo puede ocurrir: olvidar las luchas fratricidas, las puñaladas traperas, incluso ayudar en su sueño a quien frustra el tuyo.
Han sido cinco meses de "denigrantes tácticas", "prácticas deshonestas", "discursos negativos" y "puñaladas políticas", en palabras de los propios protagonistas, que han llevado al Partido Demócrata de la victoria indiscutida a poder quedarse cuatro años más en barbecho. Clinton se había visto ya como la siguiente inquilina de la Casa Blanca la misma noche del 2 de noviembre de 2004, cuando Bush se impuso a John Kerry. No había otro miembro del Partido Demócrata que pudiera presentar un currículum de éxitos electorales y de conocimiento del poder como la senadora por Nueva York. Pero en estas, alguien animó a un joven político, el único afroamericano que se sentaba entonces en el Senado y que había logrado levantar de su asiento a los gerifaltes demócratas en la convención que aupó a Kerry. Era Barack Obama, quien decidió presentar batalla a la todopoderosa Hillary con su discurso del cambio y la ilusión. Y estalló la guerra.
La batalla la inició Clinton, que desde el primer momento golpeó contra el flanco más débil del político que huía del buró washingtoniano. La ex primera dama puso en duda públicamente la competencia de este "novato" sin experiencia, y apeló al miedo de los votantes. De estas primeras semanas son la campaña en la que los estadounidenses tenían que decidir quién estaba al otro lado del 'teléfono rojo' de la Casa Blanca si había una llamada importante o la que presentaban a Obama como un político "demasiado vulnerable" ante los enemigos de EEUU y los rivales republicanos . Luego llegaron las cuñas radiofónicas de críticas cruzadas: Obama era, en realidad, un republicano "encerrado en el armario" y Clinton era tan débil que necesita de su marido para alcanzar la presidencia.
A los ataques políticos -en algunos temas parecían candidatos de distinto partido- le sucedieron los golpes bajos personales. Los partidarios de Clinton comenzaron a insinuar oscuras intenciones tras la candidatura del senador afroamericano: que si su apellido coincidía demasiado con Osama (bin Laden) -lo que llevó a más de un error-; que si estudió durante su infancia en una madrasa en Indonesia; que si era musulmán y lo ocultaba. Y finalmente, los ataques personales que recibió por las polémicas declaraciones de su reverendo, de las que se desvinculó rápidamente, pero que le perjudicó varias semanas.
La situación llegó a su máxima tensión durante los últimos debates televisivos. Ella le reprochaba su "debilidad" en el combate dialéctico y el trato amable que le dispensaban los medios de comunicación ("antes de empezar, debemos saber si el señor Obama necesita otra almohada"); y él le echaba en cara sus alardes en política exterior -después de que las hemerotecas dejaran en evidencia a Clinton por sus mentiras sobre una visita a Bosnia- o la escasa transparencia en sus cuentas.
No solo los dos candidatos se han cruzado reproches. También importantes personas de sus equipos de colaboradores han protagonizado desafortunadas descalificaciones, que les han costado el cargo. Samantha Power, asesora en política exterior de Obama tuvo que marcharse a su casa después de calificar de "monstruo dispuesto a hacer lo que sea para ganar" a Hillary Clinton. En el otro bando, también tuvo que hacer sus maletas Geraldine Ferraro, miembro honorífico del equipo de campaña de Clinton, quien aseguró que "si Obama fuera un hombre blanco, no estaría con este liderazgo", palabras que algunos interpretaron como racistas.
Pero todo esto puede echarse en el saco de la desmemoria -o del fingido olvido- en este nuevo tiempo que se abre ahora. Obama necesita cubrir sus carencias, políticas y electorales, con un acompañante al que los demócratas y analistas ya han puesto nombre: Hillary Clinton. Ella aportaría 18 millones de votos, amplios apoyos entre las mujeres y los trabajadores blancos, fuertes contactos en Washington y entre los principales 'lobbies', así como una amplia experiencia en el Senado y la Casa Blanca. Medios de comunicación y dirigentes están ya dibujando el 'Dream Ticket' que formarían los dos precandidatos, por lo complementario de sus caracteres y perfiles políticos. Otros, como el ex presidente Carter, no ven con buenos ojos esta unión. Sin embargo, parece que la senadora ya ha dado el primer paso, y ha dejado caer la idea a un grupo de compañeros de partido del que no despreciaría el caramelo de ser 'número dos' del Gobierno (como Lyndon B. Johnson, pensarán algunos).
La idea no es nada descabellada. No sería la primera vez en la historia de Estados Unidos en las que un candidato a la presidencia elige como vicepresidente a su rival dentro del partido. Ahí está el ejemplo de John F. Kennedy, que pidió a Lyndon B. Johnson que fuera su 'número dos', a pesar de la oposición de sus asesores, pero que le aportaba su popularidad en los estados del sur. Johnson acabó sucediendo como presidente a su compañero-rival, después de que éste fuera asesinado en el estado natal de su vicepresidente. En las filas republicanas también sorprendió el tándem Ronald Reagan-George H.W. Bush, que habían protagonizado una encarnizada batalla durante las primarias de 1980, en las que ambos se autodescartaron como vicepresidentes del otro.
Pero si la cosa no fructifica, Obama podría echar mano de una larga lista de candidatos a 'número dos'. La CNN cita entre estos a Bill Richardson, gobernador de Nuevo México; Michael Bloomberg, el alcalde de Nueva York; o el ex secretario general de la OTAN, Wesley Clark; entre otros.
Sin embargo, algunos analistas internacionales como Timothy Garton Ash, llegaron a apostar por la otra candidatura: Hillary presidenta y Barack vicepresidente. ¿Las razones? Según Garton Ash, los Clinton "saben qué errores deben evitar porque ya los han cometido casi todos. Han aprendido por las malas". Además, según su análisis, "al escoger a Hillary Clinton, los votantes estadounidenses estarían escogiendo a los Clinton". Sobre Obama, le reprochaba su falta de experiencia, a pesar de que "encarna los aspectos de la sociedad estadounidense que admiran incluso los más feroces detractores de Washington". ¿Seguridad o ilusión? Quizá el tándem Obama-Clinton sea una fórmula de éxito garantizado. Pero en EEUU, todo puede ocurrir. ¿O no ganó dos veces George W. Bush?
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