Luz Amparo Cuevas, vidente de El Escorial, lo tenía clarísimo: la virgen existía (se le había aparecido en el tronco de un fresno), Mariano Rajoy seguiría al frente del PP en las próximas elecciones, y Rodolfo Chikilicuatre ganaría el festival de Eurovisión. Investigada por delitos de estafa y coacción, la vidente disfruta del Día del Orgullo Friki (hoy 25 de mayo) junto a los suyos, en un chalet de la sierra madrileña, bajo vigilancia del Juzgado de Instrucción número 4 de El Escorial.
El éxito y el fracaso son términos relativos. Mientras que algunas personas pueden concebir el puesto dieciséis de Chikilicuatre en Eurovisión, sobre veinticinco posibles, como un fracaso, otras lo consideran un rotundo éxito. En La Sexta, sin ir más lejos, emitieron un programa previo al festival con un título que desnudaba estrategias e intenciones: «Ya hemos ganado». Una frase que bien podía haber pronunciado la vidente de El Escorial, una vez adquirido en propiedad el chalet donde actualmente es vigilada. Una oración que bien se podría haber escuchado en El Terrat, productora de televisión responsable del engendro Chikilicuatre. Una expresión que incluso tendría su sentido en la garganta de Javier Pons, director hasta hace poco más de un año de El Terrat y actual director de TVE.
Las cloacas de la televisión están conectadas, como todo el mundo sabe. Sin ir más lejos, el hedor que desprende todo el montaje de Chikilicuatre se puede percibir de manera nítida tanto en TVE como en La Sexta. Las pantallas, que cada vez tienen más forma de alcantarilla, se comunican gracias a una tupida red de tuberías fecales. De esta manera, la mierda que genera una productora es capaz de alimentar a varias cadenas. Una sinergia que se produce incluso entre empresas públicas y privadas que, en buena armonía, no dudan en compartir beneficios económicos y miserias musicales.
El fracaso de Chikilicuatre en el festival de Eurovisión es el éxito de la televisión que nos proponen las empresas de comunicación audiovisual de nuestros días. El triunfo del chiste fácil y de la ausencia de contenidos, del desprecio por el público y el amor por la pasta gansa. El fracaso eurovisivo de Chikilicuatre, traducido sin duda en un éxito de audiencia, se convierte en el fracaso moral de la televisión pública, definitivamente en manos de intereses privados.
¿El festival? ¿Los cantantes? ¿La retransmisión? ¿Uribarri? ¿Chikilicuatre? Una pesadilla innecesaria: habían ganado antes.
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