La Unión Europea ha alcanzado un acuerdo que permitirá retener hasta 18 meses a los inmigrantes indocumentados antes de su expulsión. Las asociaciones en defensa de los derechos humanos han puesto el grito en el cielo por esta medida, que consideran excesiva, y han amplificado sus reiteradas protestas contra los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs). ¿Por qué?
Desde un punto de vista legal, los Centros de Internamiento para extranjeros son estancias "no penitenciarias", donde se recluye a los inmigrantes 'irregulares' mientras se tramita su expulsión. Sin embargo, la realidad de los diez centros que hay en España es bien diferente. "Ojalá tuviera carácter penitenciario", ironiza José Luis Rodríguez Candela, autor de un capítulo sobre estos centros en la obra 'La prisión en España'. En este libro, tras un análisis exhaustivo, llega a afirmar que "las condiciones legales y reglamentarias de estancia en los CIEs son peores que las de los centros penitenciarios".
"Mientras que la cárcel es un régimen muy regulado, las normas que se refieren a los CIEs son muy vagas, por lo que el tratamiento a los internos es poco transparente. No hay un régimen disciplinario común, no hay Juez de Vigilancia Penitenciaria, no hay servicio de orientación jurídica, no hay actividades orientadas hacia la reinserción...", denuncia Javier Ramírez, portavoz de SOS Racismo en Madrid.
Otro de los puntos que no se encuentra suficientemente regulado es el que se refiere al acceso de las organizaciones sociales a los centros. Estas organizaciones sí que pueden realizar programas de intervención social en las cárceles, mientras que no ocurre lo mismo en los CIEs, según denuncia José Luis Rodríguez Candela, que fue director de la ONG Málaga Acoge. Esta organización obtuvo acceso al centro de internamiento de Málaga en el año 2005 y allí constataron que "no estaba habilitado adecuadamente", según nos dice uno de sus miembros. Desde entonces, no han vuelto a conseguir permiso para acceder al centro.
El internamiento de inmigrantes en los CIEs es, hablando otra vez desde un punto de vista formal, una medida cautelar de carácter administrativo. Sin embargo, el Comisario de Derechos Humanos de la UE, en el informe sobre su visita a España en marzo del 2005, pone de manifiesto la concepción penitenciaria en la organización de los CIEs, entre otras cosas, por primar los elementos de seguridad sobre otros. El propio Rodríguez Candela también considera que su naturaleza es más bien penal. "Es una medida disuasoria. 18 meses es un tiempo desproporcionado. El mensaje que trata de transmitir es preventivo: el internamiento de un inmigrante sirve para enviar un mensaje a todos los demás", afirma. Y añade: "El tiempo de encierro que prevé la directiva es similar al que se cumple en la práctica por delitos como el robo con fuerza en las cosas o algunos delitos de amenazas".
El hermetismo de los centros convierte en una labor muy difícil conocer de primera mano cuál es la situación de los internos. Las personas que han trabajado de forma estrecha con los internos de los CIEs han recogido testimonios diversos. Por ejemplo, una abogada que trabaja con miembros de minorías que se encuentran encarcelados nos hace llegar el testimonio de una mujer boliviana que pasó por los dos centros de internamiento que hay en Madrid: "Nos trataron como a perros". Según el testimonio de esta mujer boliviana, el centro estaba preparado para acoger a entre 40 y 50 mujeres y, en realidad, había más de 70. También denunciaba otros detalles, como la ausencia de agua caliente en las duchas.
Las condiciones de estos centros han sido denunciadas en reiteradas ocasiones por colectivos de todo tipo. A las ONGs se suma un informe del Parlamento Europeo en el que se asegura que las condiciones de higiene eran "inhumanas y degradantes" en países como Chipre, Malta, Italia, Grecia y España. La Fiscalía General del Estado y el Defensor del Pueblo también han denunciado las condiciones de los CIEs.
Una persona brasileña, que pasó una temporada en otro centro de internamiento, aporta su punto de vista: "Durante mi estancia el trato fue correcto, pero estar allí es como estar en una prisión". Y la entrada en una prisión supone un severo impacto psicológico para los individuos. Desde hace mucho tiempo se estudian los efectos psicológicos de la reclusión sobre las personas. Ya en la década de los cuarenta, Clemmer acuñó el término "prisionización" para referirse a los efectos del encierro. El preso pasa a convertirse en nada, en un número, según las explicaciones de Clemmer, lo que acarrea una inmediata pérdida de autoestima en los individuos. Goffman, por su parte, habla de "mutilación del yo".
Del mismo modo, la dependencia de estas personas aumenta, de forma que pierden mucha autonomía, al ingresar en un mundo en el que se encuentran todas las actividades controladas. En todo caso, las consecuencias psicológicas son de lo más variado. Se ha constatado incluso cómo las personas que pasan períodos prolongados en prisión llegan a perder capacidad visual, como la posibilidad de enfocar la línea del horizonte, debido a que su visión se ha acostumbrado al espacio acotado por los muros.
En el caso de los inmigrantes, los efectos del encierro son, en ocasiones, más graves. Por ejemplo, el desconocimiento del idioma hace que ignoren en qué situación se encuentra su expediente en cada momento. También se suele producir un desconocimiento del tiempo que van a pasar en los centros, por lo que se genera una situación de incertidumbre sobre su futuro inmediato.
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