Jaime Obregón, un escultor del Amazonas enamorado de una piedra riojana

Igea (La Rioja).-  El escultor peruano Jaime Obregón viajó a España hace algo más de un año para mejorar sus conocimientos artísticos y, casi por azar, descubrió un material nuevo para él y casi desconocido para la mayoría, una piedra negra llamada "campanilla" de la que se enamoró y que le ha llevado al pueblecito riojano de Igea, donde ahora vive y trabaja.

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(EFE)

El escultor peruano Jaime Obregón, que viajó a España hace algo más de un año para mejorar sus conocimientos artísticos y, casi por azar, descubrió un material nuevo para él y casi desconocido para la mayoría, una piedra negra llamada "campanilla" de la que se enamoró y que le ha llevado al pueblecito riojano de Igea, donde ahora vive y trabaja.

Obregón, un autodidacta de 33 años, es conocido en su país por sus trabajos "figurativos" en piedra y madera, en los que ha representado a pueblos indígenas del Amazonas y también a personajes como Mario Vargas Llosa o Alejandro Toledo.

Pero en Igea ha dado un giro radical a su estilo, lo ha cambiado hacia tendencias abstractas para poder hacerse un hueco en un mercado que apenas demandaba arte figurativo.

Pregunta.- ¿Cómo explica un viaje desde la amazonía peruana hasta Igea?

Respuesta.- Por esta piedra negra que sólo hay aquí. Salí de Perú para conocer otras culturas, enriquecerme y absorber influencias de Europa. Probé en Barcelona, pero no fue fácil y cuando recibí una muestra de esta piedra, me enamoré de ella y vine a trabajar al lugar donde podía encontrarla.

P.- ¿Antes de viajar a España ya había conseguido vivir del arte su país?

R.- A los 12 años, cuando era pastor, me di cuenta de que esto era lo mío. Estudié ebanistería con los Salesianos pero lo que quería ser es escultor. No tenía recursos para estudiar Bellas Artes, pero eso no me limitó. En la Amazonía empecé a trabajar en madera, luego hice esculturas para ciudades y poco a poco fue madurando, ya era imposible dejar de esculpir.

P.- Tras salir de su país, ¿le fue fácil entrar en el mundo del arte español?.

R.- No. Durante meses traté de encajar mi trabajo en galerías de Barcelona, pero siempre me decían lo mismo, que mi estilo era muy figurativo y eso aquí no vende.

P.- Y eso le obligó a cambiar de registro.

R.- Aquí se hace un trabajo, en general, abstracto, vanguardista y creo que ya he conseguido evolucionar a él, me siento cómodo.

P.- Y el paso definitivo lo ha dado en Igea.

R.- Aquí he conseguido aislarme del bullicio y he encontrado amigos. Los nativos del Amazonas me abrazaron hace años y eso me inspiró; en Barcelona no encontré ese abrazo y sí en este pequeño pueblo, en el que hay una persona que me ha ayudado con mi carrera artística.

P.- ¿Es tan especial el material que ha encontrado en este pueblo riojano?

R.- Hace millones de años esta zona era el delta de un río y tras un cambio geológico se alteró el clima y la piedra se endureció, tanto que es más dura que el mármol, pero a la vez necesita mucha delicadeza en su trabajo si quieres obtener de ella un brillo intenso.

P.- ¿No hay más escultores que trabajen con ella?

R.- Ni siquiera la gente de la zona sabía que se podía trabajar en escultura y tampoco habían visto estas piedras pulidas. Está por todas partes y se le dan otros usos, incluso la conocen como piedra campanilla, por el sonido que produce al golpear dos, pero en escultura nadie la conocía y de hecho aquí mismo me han comprado algunas obras por el impacto que les causó ver lo que se podía hacer con su piedra.

P.- Así que la acogida de la gente de Igea (algo más de medio millar de personas) ha sido buena.

R.- Al principio creían que estaba loco. Se sorprendían al ver a un chico por ahí con bloques de piedra o creían que iba en busca de fósiles. Luego ya todo el mundo sabe lo que hago, me siento aceptado y tengo muy buenos amigos. Me siento muy bien y en el ambiente que necesito para trabajar.

P.- ¿No echa de menos Perú? ¿Cuando se plantea volver?

R.- No tengo pensado nada para el futuro. Pero sí que pretendo volver a promover la cultura amazónica, que está marginada. Allí hay un drama, la venta del Amazonas choca cada día con miles y miles de personas y con grupos que cada vez deben adentrarse más en el bosque para guardar su identidad.

Aquí experimento y conozco cosas nuevas, pero siempre digo que soy un escultor amazónico.

Por Eduardo Palacios