La crisis sin rostro

La Farm Security Administration, un organismo creado a mediados de los años 30 del pasado siglo en Estados Unidos tenía como principal objetivo combatir la pobreza rural en la América de la Gran Depresión. Sin embargo, no se hizo célebre por sus logros en este terreno sino porque en su iniciativa de documentar la situación contó con una veintena de fotógrafos que realizaron tan bien su trabajo que casi un siglo después sus imágenes son el símbolo, por excelencia, de una crisis económica.

Delano, Dick, Evans, Lange, Lee, Parks, Rothstein, Vachon y Post Wolcott llenaron las publicaciones americanas de grandes fotografías que reflejaban, desde múltiples ángulos, la pobreza de millones de personas. La poderosa maquinaria editorial de los Estados Unidos hizo el resto del trabajo e imágenes como el retrato de la madre Florence Owens tomado por Dorothea Lange o el del aparcero Floyd Burroughs de Walker Evans pasaron a ocupar un puesto de honor como iconos de una época y de una situación.

En la situación actual, que poco o nada tiene que ver con aquella, no hay imágenes que representen la crisis. Comenzando por el hecho de que a ningún gobierno le interesa ya documentar pobrezas propias, visto el efecto de las imágenes de la FSA. Han cambiado muchas cosas, la actual ya no es una sociedad inocente y sus imágenes se mueven y tienen sonido, circulan de manera casi inmediata por todo el planeta.

Ahora, el ámbito de la miseria (al menos en lo que a la fotografía se refiere) se ha trasladado a los lugares lejanos; podemos contemplar hambrunas a miles de kilómetros y permanecer ajenos a las que tienen lugar a las puertas de nuestras casas. La fotografía demostró hace años su poder como agitador de conciencias. Por eso lo que ahora vemos en los medios de comunicación no son ciudadanos sufriendo, sino imágenes de políticos tranquilizando a la población o de magnates de las finanzas detenidos por sus malas artes.

(EFE)

Fotos como esta, vacías de contenido, son las que distribuyen las agencias para ilustrar la crisis actual.

Bernard Madoff es, sin duda, el rostro a seguir. Pero las imágenes de su detención sólo muestran a un ídolo caído, algo muy importante para una población que necesita el consuelo de ver abajo a los que antes estaban arriba, aunque sea un delincuente de guante blanco que jugó con los millones de otros. Una cosa de ricos, en resumen, lejana del día a día de los ciudadanos. Con todo, Madoff tiene cara; un rostro que no podemos poner a Lehman Brothers, la compañía de servicios financieros cuya quiebra hoy hace un año sembró el pánico en los mercados de capitales.

¿Y qué vemos? Edificios corporativos, tipos con corbata y trajes elegantes en Wall Street, fotos de Jean Claude Trichet. Ni rastro de los millones de parados que en Estados Unidos y en Europa están pagando las consecuencias de la especulación financiera. En cambio, recibimos nuestra dosis diaria de miseria procedente de Afganistán, Somalia o el país que toque en ese momento; nosotros ya no somos pobres, ya no tenemos gente necesitada mendigando por las calles ni personas trabajando por salarios miserables a cambio de la comida y poco más.

Para nuestras mentes adormecidas es de mal gusto documentar el dolor de nuestros paisanos mientras la perversa campana de cristal de la manipulación propone a las masas, en el caso de los españoles, a Belén Esteban como paradigma. Tal vez esa sea la verdadera crisis, la más profunda, la que afecta a nuestras conciencias, la que nos impide ver los rostros, la que nos invita a desviar la mirada.

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