A sus 84 años Antoñita no tiene ninguna intención de jubilarse. Lleva desde los catorce entre peines, pelucas, lacas y rulos y por sus manos han pasado las grandes estrellas del cine y el teatro nacional e internacional. Menuda, cariñosa y siempre con una sonrisa dibujada en su rostro, la actual jefa de peluquería del Teatro Español (Madrid) lleva con el mayor de los orgullos el 'título' de viuda de Ruíz, que le acompaña en los créditos y entrevistas.
Antoñita con su eterna sonrisa
Así que, Antoñita, de jubilarse ¿nada de nada?
Pues no, hijo mío. Dónde voy a ir yo... Me dedico a una profesión que me encanta y en la que llevo setenta años trabajando, ya sea en el cine o en el teatro, pero siempre dentro del mundo de las pelucas y los postizos. Este verano ya estoy pensando en la próxima función —'La cena de los generales', de Miguel Narros— que me va a dar mucho trabajo.
¿Y cómo comenzó todo?
Mis padres decidieron mudarse a un edificio en la calle Rodas —en el centro de Madrid— donde vivíamos tres familias: la de mi amiga Berta Riaza, que llegaría a ser una gran actriz de teatro; la casa de los Ruíz, los que más tarde serían mis suegros y maestros; y nosotros. Yo tenía entonces ocho años y 'Julipi' —Julián Ruíz, el niño de la casa—, once. Siempre jugábamos juntos. No sé si se puede llamar enamoramiento lo que sentíamos tan pequeños, pero lo que sé es que desde entonces yo no me separé de él, y él no se separó de mí.
Pronto entré a aprender en la casa-taller de pelucas de sus padres. Recuerdo que entonces éramos como dieciséis aprendices que compartíamos una sala no muy grande y donde pasábamos casi todo el día. Preparábamos montones de pelucas para temporadas enteras de zarzuela. Aprendí muchísimo y fui una chica muy alegre y sin pena ninguna.
¿Cómo eran esos años con 'Julipi'?
Junto a él he sido una de las mujeres más felices del mundo. Tropecé con un chico encantador, con el que crecí y aprendí. Tuvimos un noviazgo maravilloso. Incluso durante el drama de la guerra civil no quisimos perdernos un minuto de nuestro amor. Salíamos a pasear, aunque muchas tardes teníamos que volver corriendo casa, cogidos de la mano, cuando sonaban las alarmas de los bombardeos. Primero se casaron mis cuñadas —una de ellas con un operador de cámara y otra con un sastre— y al cumplir los 24 años, yo con el hijo del dueño... y creo que fui la que más gané en todos los sentidos. Nos casamos en Nochebuena y cuando murieron mis suegros nos encargamos del taller, que pasó a contar con más de veinte empleados.
Un taller de teatro que se convirtió en proveedor de las grandes producciones de Hollywood. ¡Vaya vértigo!
Imagínate. Eran los años sesenta y mi marido conoció al productor Samuel Bronston, quien rodó en España grandes películas en las que Julián y yo realizamos todo el trabajo de peluquería. Por nuestras manos pasaron estrellas de la talla de Flora Robson, Charlton Heston, Ava Gardner, Alec Guinness, Christopher Plummer, Romy Schneider, Melina Mercouri, Sofia Loren... Les tengo medidas las cabezas a todos. Jajajaja.
Hablamos de títulos como 'El Cid', 'La caída del imperio romano' o '55 días en Pekín'. Esta última, con tanto extra oriental, ¿fue un trabajo de chinos?
Pues sí, la verdad. Se rodó en Las Matas (a las afueras de Madrid) y necesitábamos muchos chinos, que por aquel entonces eran más bien escasos en la capital. Los poquitos que encontramos en la Universidad no querían afeitarse la cabeza... nos pedían el oro y el moro. Entonces comenzamos a diseñar las 'calotas', unas pelucas con las que se finge la calvicie y a las que adaptábamos atrás la característica coleta de los orientales. También nos encargaron unas pelucas rubias de 1900 preciosas para las mujeres de los emperadores. Ellas no eran extras corrientes, sino las señoras o hijas de casas de renombre que pedían participar en la película.
¿Es cierto que gracias a su marido Omar Sharif protagonizó 'Doctor Zhivago'?
Ése es un pequeño mérito de Julipi. Cuando fueron a hacerle las pruebas a Omar Sharif no era muy conocido, y el director —David Lean— no le veía en el papel. Tenía un perfil muy egipcio, con ojos rojizos, el pelo rizado y con alguna canita. Vamos, que no iba a pasar el cásting. A mi marido le dio pena el joven actor y le pidió al jefe de producción que le hicieran otra prueba distinta. Entonces la que era jefa de estilismo, la italiana Grazia de Rossi, le dijo a Julián si se atrevía a cambiarle la imagen al actor. Y claro que se la cambio: le afeitó la frente un poquito para adaptarle mejor el pelo y le hizo una peluca castaña que le daba otro aire más juvenil. Hizo la prueba, y le cogieron.
¿Y nunca le llegaron una oferta para irse a Hollywood?
Sí. Nos llegó cuando estábamos trabajando en estas películas. Y yo, como soy muy echada para delante, le decía a mi Juli: "Vámonos y montamos un taller en la Quinta Avenida de Nueva York". (Jajaja) Y él me decía: "Pero qué vamos a hacer nosotros allí, si aquí comemos muy bien las gambas de Casa Alfredo y estamos tan agustito en casa".
Bueno, ¿y con los actores patrios había mucha diferencia?
En aquella época de las grandes producciones de Hollywood pues un poco. Pero no por el talento o la profesionalidad, sino por los presupuestos. El cine español, que tan denostado está por algunos, ha tenido de los mejores profesionales delante y detrás de las cámaras. Operadores de cámara, fotógrafos, talleres de vestuario que confeccionaban trescientos vestidos para extras que no tenían nada que envidiar al traje de una Ava Gardner.
He trabajado en decenas de películas —títulos como 'La colmena', 'Los santos inocentes', 'La escopeta nacional', 'Los lunes al sol', 'Solas'... o 'El perro del hortelano'—, de la que guardo un recuerdo maravilloso, al igual que de su directora, Pilar Miró, a la que traté muchísimo y que tenía un conocimiento increíble en todos los ámbitos que rodeaban sus películas. Ahora el problema es que se ha perdido esa 'artesanía' del rodaje de antes. Los equipos son más reducidos y ya es difícil tener un control de cada toma, de cada plano.
Usted trató con uno de los maestros, Fernando Fernán-Gómez. ¿Es cierto eso que cuentan por ahí...?
Jajajaja. Pues sí. Es cierto que Fernando me preguntaba muchísimas cosas sobre cómo viví yo la Guerra Civil en Madrid para ambientar 'Las bicicletas son para el verano'. Y, a veces, pues se enfadaba un poquillo, porque yo le decía que para mí fue una época muy bonita, porque estaba enamoradísima de Juli y que en la mesa de nuestra casa no faltaba un plato de lentejas. Fernando era un hombre entrañable y un actor formidable.
Antoñita, acabamos la entrevista y no ha aparecido en ningún momento su apellido. Eso de 'Viuda de Ruíz'...
Lo llevo con muchísimo orgullo. Nuestra relación nunca fue de subordinación, sino de respeto y trabajo compartido. Para mí es una emoción que todavía en el mundo del cine y el teatro se siga hablando de mi marido con respeto y admiración. Fue un hombre que marcó una época del espectáculo con mayúsculas.
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