Los Sanfermines que vio Ramón Masats

En julio de 1957, un joven alto, espigado, con trazas de atleta y pelo negro ensortijado, se presenta en Pamplona la víspera de la festividad de San Fermín. Va armado de una cámara y una decisión firme de convertir su afición en profesión. La cámara no es aquella primera Retina que consiguió sisándole a su padre como repartidor del negocio de pesca salada que regentaba la familia en Tarrasa. Ahora ha accedido a una Leica y a una Pentax Spotmatic. La Leica para el cuerpo a cuerpo; la Pentax para llevar la mirada hasta donde fuera imposible acercarse.

Pamplona era ya un hervidero de atención. Desde que Hemingway apareció por allí en los primeros años 20 y escribió sobre la fiesta, los Sanfermines atraían cada vez más a curiosos propios y extraños. Unos —los extranjeros—, habían leído al escritor norteamericano y pretendían entender y disfrutar del embrollo pasional de la exótica fiesta de un país que apenas comenzaba a salir de su aislamiento. Otros disfrutaban de la fiesta y del cruce mágico entre el peligro y la gloria que procuraban los encierros. El mito cultural estaba asentado.

En aquellos años numerosas publicaciones encargaron trabajos fotográficos a los mejores de la época. Es el momento dorado del periodismo gráfico, el mundo visto a través de la fotografía. Por Pamplona habían pasado los grandes de la fotografía nacional y muchos de los mejores extranjeros. Es más que probable que Ramón Masats coincidiera en los tres años que acudió a Pamplona con fotógrafos como Inge Morath, Catalá-Roca, Leopoldo Pomés, Lucien Clergue... Da igual, Masats no conocía a nadie. Era un recién llegado dispuesto a pasar la prueba de su primer reportaje y ver cómo se relacionaba en un ambiente al que se asomaba por primera vez.

En octubre de ese mismo año deja Barcelona y se instala en Madrid. Busca trabajo y lo encuentra en Gaceta Ilustrada, tal vez la mejor revista gráfica del momento. Las fotos obtenidas en su primer viaje a Pamplona le sirven de presentación junto a otros trabajos iniciales. Comienza a viajar por España para satisfacer encargos de su publicación y obtiene enseguida reconocimiento por la singularidad de su mirada. Son los años del blanco y negro, del sol y las moscas, de la pobreza rural y la inocencia en la mirada de todo aquél que aparece en sus fotografías. Pero Masats no hace sangre de la miseria, prefiere los tópicos culturales que definen la idiosincrasia de un pueblo, los ritos de la fiesta y celebración a los que aplica su particular sintaxis gráfica, su mejor y definitivo aporte al lenguaje del reportaje fotográfico.

Volvió a Pamplona dos años más para redondear el trabajo. El último año, el 60, lo hizo con una Rolleiflex de formato medio para satisfacer las exigencias de la editorial, Espasa Calpe, que pedía color para el libro acordado. Masats siempre se refiere a este libro como su primero, aunque realmente otros dos vieron la luz antes de que éste se publicase en 1963. Pero realmente fue su primer libro, ya que estuvo empleado en él mucho antes de la publicación de los dos anteriores ('Viejas Historias de Castilla la Vieja' y 'Neutral Corner'), y a diferencia de lo que sucedió en éstos, fue él personalmente quien maquetó, editó y amplió cada una de las imágenes al tamaño real de impresión. El resultado es la colección de 'vintages' que conserva, y un premio al libro mejor editado del año.

Como suele suceder en los libros que acaban convirtiéndose en referentes, 'Los Sanfermines' no hizo ningún ruido editorial. Fue apreciado por los entendidos y aficionados, pero al igual que sucede hoy, la calidad poco tuvo que ver con el éxito comercial.

*Chema Conesa es fotógrafo y este texto es un extracto del que publica en el libro 'Sanfermines' (La Fábrica), del que es también editor gráfico.