El mundo de los museos no es ajeno a la globalización y a la sociedad del espectáculo. Y la exhumación del ropero de los Romanov, salvado de la ira bolchevique tras la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo en 1917, aguarda la visita de unas 300.000 personas en un nuevo museo abierto en Ámsterdam.
Los zapatos de la zarina.
Un amistoso pacto cultural entre Holanda y Rusia ha fraguado la primera franquicia holandesa del Museo del Hermitage de San Petersburgo, que acaba de abrirse con una inversión de 50 millones de euros. El Hermitage ha asumido que la arquitectura es un valor añadido en la nueva era de los museos y sigue los pasos del Guggenheim y del Louvre, que ya ficharon a grandes arquitectos (Frank Ghery en Bilbao y Jean Nouvel en la franquicia francesa en Abu Dabi) para ensayar exitosas fórmulas de márketing, renovarse y llegar a nuevos públicos. En el caso del Hermitage ruso, su fuente inagotable de fondos —desde Picasso a tesoros arqueológicos griegos— constituye un aval suficiente para asegurar la rentabilidad del experimento.
Un antiguo asilo de ancianos, al borde de un canal en el Amstelhof, ha sido rehabilitado por el estudio de arquitectura local Hans van Heeswijk como la sede en Europa Occidental de la institución rusa. El edificio, del siglo XVIII, y de forma rectangular, se articula en torno a dos grandes patios convertidos en jardines y aprovecha las naves antiguas como salas de exposición. La reforma ha convertido un sombrío recinto, compartimentado en centenares de estancias, en un equipamiento casi minimalista, sobrio y luminoso. En el interior se acumula una vasta colección de vestidos, uniformes, pinturas y objetos que nos transportan a la lujosa corte de los zares, a su etiqueta rígida y a su estricto clasismo. La exposición inaugural (puede visitarse hasta el 31 de enero de 2010) se titula 'En la corte rusa. Palacio y Protocolo en el siglo XIX', y sus organizadores han pretendido evocar el aroma de los bailes de gala que se celebraron en el Palacio de Invierno de San Petersburgo. Algo de lo que se atisba en las imágenes del film 'El arca rusa', de Alexander Sokurov, que rodó allí en el 2001 un vertiginoso baile cortesano en un larguísimo plano-secuencia.
Lo realmente impresionante en esta sucursal del Hermitage es la colección de vestidos que llevaron las grandes duquesas y las zarinas desde Pedro I hasta el desdichado Nicholas II. Terciopelos finamente bordados, abanicos de marfil y nácar, zapatillas de seda apenas usados, vestidos de noche de encaje, con plumas y piedras semipreciosas incrustadas, uniformes de húsar y caftanes exóticos, han sido cuidadosamente restaurados para esta ocasión en los talleres del Hermitage, el Palacio de Invierno durante el imperio zarista. Los usaron Maria Feodorovna y Alejandro II, Alix y Nicholas II, los grandes duques y duquesas que aparecen fotografiados posando con esos mismos vestidos. Y la princesa Yusupov, considerada la mujer más bella de su tiempo, madre del asesino de Grigory Rasputin, el farsante que pretendía curar al zarevich Alexei de la hemofilia heredada de la dinastía de la reina Victoria de Inglaterra.
Interior de la sucursal holandesa del Hermitage.
En la exposición, la única mención a la desaparición de la desdichada familia Romanov se encuentra en un recodo discreto. Cuatro fotografías muestran el estado en que quedaron el despacho del zar Nicolás II y el gabinete de su hijo Alexei, destrozados con saña como venganza por siglos de hambre y explotación. En 1918, poco después de que se tomaran estas fotografías, el zar, su esposa y sus cinco hijos fueron asesinados en el sótano de la humilde casa donde estaban presos, en Ekaterimburgo. En el Palacio de Invierno quedaron sus pertenencias personales, joyas, objetos de tocador y condecoraciones, álbumes de fotos y vajilla, que sus sirvientes más fieles escondieron envueltos en vestidos y prendas de tela. Por esa razón se salvaron los trajes, que quedaron durante la era de los soviets en los almacenes del Palacio de Invierno y que ahora se exponen en Amsterdam.
Necesitado de fondos, Stalin ordenó en 1930 la venta internacional de numerosas obras de arte procedentes del Hermitage de San Petersburgo, desde pinturas renacentistas a la colección de joyas Fabergé de la casa Romanov. El régimen bolchevique las consideraba arte degenerado, inapropiado para la dictadura del proletariado. Así, el coleccionista Andrew Mellon compró, entre otras pinturas, la 'Madonna Alba' de Rafael (1515) por el precio récord de 1,31 millones de dólares de 1931. Hoy está en la National Gallery de Washington.
Con el antecedente de la devolución a sus legítimos propietarios del arte incautado por los nazis, discretamente el presidente ruso Dimitri Medvedev ha encargado informes para averiguar si la subasta de Stalin fue totalmente legal. Medvedev inauguró el pasado viernes junto con la Reina Beatriz de Holanda la sucursal de museo en Ámsterdam. Un espacio que, por cierto, posee dos enormes tiendas donde se venden biografías y souvenirs (cajitas, libretas, calendarios) con las efigies de los últimos Romanov convertidos en objeto de romántica mitomanía.
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