Hay una constante en los videojuegos de los ordenadores de los ocho y dieciséis bits y de las primeras videoconsolas (en los últimos ochenta y principios de los noventa): todos los juegos tienen un truco. Este axioma es mucho más evidente en los juegos de lucha y en los de fútbol. Por ejemplo, en el mítico primer 'Kick off', si cambiabas la dirección del jugador con la pelota y lo movías al lado contrario de golpe, el futbolista lanzaba una vaselina larguísima y altísima. Si hacías esto en el centro del campo, el portero rival siempre salía midiendo mal y se marcaba un golazo de esos a lo Pelé.
Europe is living a celebration.
Eso parece que es lo que le pasa al Barcelona: que tiene truco. Después de verle partido tras partido a lo largo de la Liga y de la Champions, después de ver una y otra vez cómo resuelve las cosas tras veinte o treinta minutos de la primera parte, la conclusión a la que se llega es que con una sabia combinación de teclas o de botones, siempre se puede hacer la 'magia' que termina convirtiendo cualquier jugada en gol. El truco que más utiliza es el de la pared dentro del área. Messi o Iniesta se la pasan a Xavi o Eto'o y hacen una carrera hacia el interior desconcertando a los defensas; luego les devuelven la pelota y se plantan solos en el área pequeña donde tiran o hacen el pase de la muerte.
Otro: Henry amaga hacia dentro, recorta hacia fuera y hace el pase atrás, un gol de cada tres veces, dependiendo de cómo esté de afinado el que remate. Un último truco: Alves le tira la pared a toda velocidad a Messi que parece que se la va a devolver pero al final no lo hace, sino que recorta hacia la frontal del área y amaga una, dos o tres veces, hasta que encuentra espacio para tirar. Eso es casi todo: tres trucos y algo de habilidad con el mando han llevado al Barça donde está.
Los que hemos jugado a juegos de lucha con truco sabemos que no hay mayor desconcierto para el jugador que encontrarse con un rival con el que no funciona lo que siempre ha funcionado. En el famosísimo Street Fighter II, por ejemplo, éramos muchos los que hacíamos constantemente el 'Hadouken', lanzar una bola de energía de las palmas de las manos. Así, pasábamos rival tras rival de forma casi automática, sin pensar en ello, hasta que llegaban los rivales finales. Y ahí, ¡ay amigo!, ahí no había bola de energía que valiese.
Contra el Chelsea el Barcelona se ha encontrado con uno de esos jefes finales contra los que no vale truco alguno. A medida que el partido ha ido avanzando he podido imaginar el rostro confundido de Guardiola al ver que la pared entre Iniesta y Xavi no salía ni una sola vez, al buscar con la mirada a Henry por la izquierda y no encontrarlo, al observar cómo unos defensas enormes como demonios le quitaban la pelota a Messi tras el primer amago.
Durante hora y media el Barça ha repetido los mismos trucos una y otra vez, ha intentado buscar alternativas, saltar, correr, abrir a las bandas, llegar a línea de fondo, todo aquello que no ha necesitado usar en casi un año de competición. La pregunta que subyacía era clara: "¿Por qué no me sale hoy si salía siempre?". Y mientras tanto la cara algo mefistofélica de Hiddink parecía emitir una de esas risas sardónicas que salpican la ambientación de los jefes finales en esos viejos juegos de lucha.
Al final, con el tiempo a punto de cumplirse, la barra de energía parpadeando, Iniesta hizo una de esas que hemos hecho tantas veces con el teclado o el mando de la consola: pulsar todos los botones a la vez. En un suspiro ha salido un disparo maravilloso, uno de esos que te sacan un grito de estrés y alivio al mismo tiempo. Una última bola de energía lanzada contra el cuerpo del rival que lleva directamente al jefe final del juego.
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