La vuelta al pueblo. Esta idea resuena mucho en aquellos que tenemos una conciencia medioambiental más acentuada, debido posiblemente a dos razones principales: Una, las ganas de bajarnos del tren acelerado de la vida moderna, de lograr ese "bajar de marcha" propuesto, por ejemplo, en el famoso libro Factor 4; de reducir nuestra huella en el planeta, de vivir más ecológicamente, y de disfrutar más de la vida. Y otra, más primal, la de acercarnos más a la naturaleza, como decían el otro día en la tele unos hermanos que se están construyendo unas casas ecológicas en Valdemorillo.
El pueblo de la Alberca, en la Sierra de Francia
Porque efectivamente a muchos nos reanima, nos recarga las pilas el pasear y maravillarnos con la naturaleza, al estilo de Thoreau o John Muir. Es nuestra parte del alma romántica, aquella que defendía ya Rousseau (aunque con unas implicaciones bastante más profundas).
El problema es que el romanticismo que nos lleva a desear volver a la naturaleza y a vivir en el campo no necesariamente nos conduce a una mejora de la situación medioambiental de nuestro planeta. Desgraciadamente (al menos para mí, porque soy de los que querrían vivir en el campo), es mucho más respetuoso con el medio ambiente vivir en una gran ciudad (y preferiblemente en un rascacielos) que en el campo, tal como argumentaba Ed Glaeser hace poco.
Efectivamente, por mucho que se empeñen algunos por idealizar los campos y demonizar las ciudades, en general, vivir en el campo implica más desplazamientos (y por tanto más gasto de energía en transporte), más gasto energético en calefacción, al estar las viviendas más dispersas, y más consumo de energía en la construcción, por la misma razón.
Por supuesto, puede haber excepciones, y al final todo depende mucho de cómo se construya y de cómo se viva. De hecho, muchas veces el romanticismo nos lleva a tratar de ver de color de rosa la opción de vivir en el campo: defendemos que vamos a minimizar los desplazamientos y teletrabajar. Pero eso también lo podemos hacer en la ciudad. O proponemos construir las casas con el menor gasto de energía posible, y sin querer hacerlas más grandes. O consumir más responsablemente. Igual, eso también se puede hacer en la ciudad. Así que, lo miremos por donde lo miremos, la ciudad siempre será más "ecológica". A igualdad de circunstancias, los bloques de pisos son mucho más eficientes.
Y eso por no hablar de lo de tener una cabañita de fin de semana en la Sierra o en la playa para poder escapar de la ciudad y respirar aire puro…Sí, nos da la vida, pero al final es una segunda vivienda, un gasto energético que sólo disfrutamos algunos fines de semana…y a la que para más inri vamos en todoterreno, no sea que no encontremos un bache en el camino de entrada.
Los nuevos rascacielos de Madrid
Por supuesto, no todo es tan bueno de vivir en la ciudad, al menos tal como son ahora. Las ciudades alienan (a mí al menos), y hacen que tu vida sea más corta y peor por la contaminación y el estrés. Eso al fin y al cabo son costes, que tendremos que poner en la balanza junto con los beneficios para el medio ambiente de vivir en ellas.
Pero por otra parte, también hay que ser consciente de que, en general, tenemos algo idealizada la vida en la naturaleza: cuando nos planteamos vivir en el campo, muchos pensamos en una casita rodeada de bosque o montañas, o al borde del mar. Pero claro, eso sólo es posible si son pocos los que lo hacen. Si todos los habitantes de las ciudades cambiaran su vivienda por una en el campo, la idílica naturaleza sería muy distinta. Eso de hecho es lo que parece estar detrás de determinado tipo de ecologismo, que pretende proteger ciertas zonas del desarrollo, pero sólo después de haberse asegurado una parte de esa zona para su disfrute (incluso aunque el desarrollo sea ecológico y si no véase el caso reciente de Robert Redford, por ejemplo…).
Bajo este punto de vista, la única manera de conciliar el romanticismo por la naturaleza con el respeto al medio ambiente está en aceptar un nivel de desarrollo cero, especialmente en cuanto a nivel de población (que al fin y al cabo es la propuesta de algunos). Pero claro, eso no lo defienden los que todavía no están tan desarrollados…
La verdad es que nuestra vida está repleta de incoherencias, y esta es una más…Yo al menos no soy capaz de resolver esta incoherencia, y sigo deseando irme a vivir al campo, y trato de escaparme a la Sierra todos los fines de semana…aunque sé que eso no es bueno para el medio ambiente.
¿Qué hacer? Pues, si la montaña no va a Mahoma, Mahoma tendrá que ir a la montaña. Visto que la ciudad es la respuesta más racional a nuestras preocupaciones ambientales, pero también dados nuestros impulsos "románticos", tendremos que tratar de conciliar en lo posible ambas cosas. Tendremos que eliminar los problemas de la ciudad: reducir la contaminación, el estrés, el tráfico, aumentar las zonas verdes (y por supuesto poner macetas en nuestras ventanas) y convertirlas de verdad en ciudades "ecológicas". E ir a la Sierra en tren, en lugar de en coche. Pero tenemos que ser conscientes de que al final, en la batalla entre racionalidad y romanticismo, es la primera la que nos permitirá ganar la guerra del medio ambiente.
*Pedro Linares es profesor de la Universidad Pontificia Comillas y miembro de la Cátedra BP de Desarrollo Sostenible.(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).
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