Bragas contra talento

Todo acaba en Youtube. Sólo es cuestión de tener un poco de paciencia. De hecho, los dos fenómenos audiovisuales del momento coinciden ahora en este baúl sin fondo. Y se encuentran separados por un simple, intuitivo e insignificante clic ratonil. Por un lado tenemos las bragas de Conde. De Patricia, no de Mario. Porque la presentadora de La Sexta apareció en ropa interior en 'Sé lo que hicisteis'. Al parecer este contenedor de imágenes de otras cadenas necesitaba un empujón y, utilizando los recursos habituales de Sardá, Pepe Navarro y otros genios de la televisión entendida como estercolero, decidieron que la presentadora se quedase en bragas (después de haberlas enseñado sutilmente en un programa anterior). En ese instante mágico todo el talento de Conde quedaba a la vista.

Patricia Conde debería pasar a la historia, de esta manera tan brillante y de una vez por todas, como en su día hiciera Boris Izaguirre al quedarse en calzoncillos ante miles de espectadores. ¡Qué gran parejita formarían en el salón de la fama de la televisión! Ya me estoy imaginando el grandioso programa que podrían presentar juntos, en caso de que La Sexta y Telecinco se fusionen un día de estos. El trío que formarían con Susan Boyle sería, sin embargo, aberrante, esperpéntico, contra natura.

Porque Susan Boyle, queridos lectores, no pertenece a su mundo: es fea. Bien cierto es que tiene un don, algo de lo que carecen tanto Conde como Izaguirre, pero eso no es suficiente para la televisión. No sé si me han entendido: ¡Susan es fea! Como un demonio. Y en eso consiste la gracia. Porque en la televisión tener un don sólo tiene sentido si se presenta en un formato esperpéntico: Boyle y su carcasa defectuosa aparecieron en el programa 'Britain’s Got Talent', de la BBC, y público y jurado tuvieron que ocultar la sonrisa burlona. Oronda, con un vestido espantoso, mal peinada, sin equilibrio en el rostro, con las cejas demasiado pobladas... Patética. [Ver vídeo]

Pero cuando Boyle abrió su boca de labios finos y nada sensuales, y se puso a cantar 'Soñé un sueño', del musical Los Miserables, todos callaron. ¡Tenía una voz prodigiosa! Las burlas iniciales se convirtieron en admirativos aplausos. Y el patito feo se convirtió en estrella de Youtube.

Pero no se confundan: la grandeza de ese suceso televisivo no está en la voz de Susan, ni mucho menos, sino en el hijoputismo de quienes la obligan a someterse al viejo truco del repugnante gusano que se convierte en bella mariposa.

Patricia, Boris, Susan... Sólo puedo dar las gracias a Youtube por resumirnos la televisión, por seleccionarnos los momentos más hermosos y significativos, y evitarnos de esta manera el consumo innecesario de toneladas de excrementos.

P.D. No se desanimen. No es cierto que toda la televisión sea basura. Sólo un 95% lo es. El resto, ese exquisito 5%, son series norteamericanas. Y algún documental de la BBC. Y los programas de Buenafuente y Wyoming, y Muchachada Nui. Y... Pero sobre todo, las series norteamericanas. Hoy comienza la cuarta temporada de una de las mejores: 'Me llamo Earl' (La Sexta). Cómo esta serie es muy buena, y forma parte de ese 5% glorioso, la cadena la incluye dentro de una sección llamada "Series de culto". Debe ser un error, puesto que lo lógico sería llamarla "Series ocultas". La cuarta temporada de 'Me llamo Earl' está programada a mala leche: los martes a partir de la una y media de la madrugada.

De cualquier manera, no se la pierdan. 'Me llamo Earl' es inteligente, irónica, desvergonzada, guasona, salvaje…

Un motivo para no ver la televisión

En la cima del mundo.
Autor: Norman Mailer.
Editorial: 451 Editores.

Mailer es un maestro de la literatura y del periodismo. En este libro, un gran reportaje, el de New Jersey utiliza estas dos formas de contar historias para narrar de manera magistral uno de los muchos "combates del siglo": el celebrado en 1971 entre Muhammad Ali y Joe Frazier. Como era de esperar, Mailer va más allá del boxeo y analiza tanto la personalidad de los protagonistas como la compleja sociedad norteamericana de los años setenta.

Olviden los puñetazos, la sangre y el cuadrilátero. Mailer mira a través de unos ojos descreídos, cínicos, geniales, y firma un reportaje exquisito sobre los combates que tienen lugar en los alrededores del ring. Consciente del valor emocional de la palabra, Mailer no utiliza ni una letra de más en un texto redondo, que debería ser de lectura obligatoria en las facultades de periodismo.