Hace pocos días se hacía pública la penúltima colaboración de un gigante de la moda con el —muy en alza— universo de las zapatillas. En esta ocasión de se trata de Yves Saint Laurent, quien ha encontrado en Puma el instrumento perfecto para ofrecer al público un producto distinto, y ya de paso, balancear su target hacía rincones inexplorados.
El modelo de Puma para YSL.
Que el gigante francés se meta en camisa de once varas sería noticia si no fuera porque, antes que él, Alexander McQueen (también con Puma), Marc Jacobs (con Vans) o Agnes B (con DCShoes), entre muchos/as otros/as, ya habían saltado la valla para poner su granito de arena en el siempre maleable sector del street-wear. El resultado de estas colaboraciones es invariablemente un aumento de las ventas: al consumidor del mundillo le gusta llevar en sus pies un producto de lujo sin tener que recurrir al clásico complemento y —no lo olvidemos— pagando mucho menos.
Lo más curioso del fenómeno (que no es nuevo, solo hace falta recordar que Prada y Gucci ya hace años que fabrican zapatillas, aunque últimamente le estén dando más bombo al asunto) es que también se está produciendo a la inversa: el primer signo de ello lo personifica el rapero del momento, Kanye West, que está a punto de lanzar sus zapas con Louis Vuitton (a la venta en junio de 2009 exclusivamente en las tiendas de la compañía). Muchos consideran que la influencia del artista puede dar un vuelco a la política del coloso del lujo y llegar a un consumidor que hasta ahora había sido invisible. La zapatilla, con un toque del filme 'Dune' —y que no se parece en nada a ningún otro ítem lanzado por la Maison, según ha admitido el propio West— no será barata, 250 euros, pero se espera que haga por Vuitton lo que a principios del sXXI consiguió el japonés Takashi Murakami: un giro estético que modernice la imagen de la marca y ayude a aumentar el volumen de negocio.
En todo este terremoto ha tenido mucho que ver la aparición de marcas como Gourmet, Visvim, Clae o Creative Recreation, que han abandonado las siluetas marcadamente deportivas para sumergirse en modelos de estética casual, zapatillas que uno puede ponerse para ir a trabajar y que huyen de colores y materiales chillones para convertirse en nada menos que unos zapatos. Los de toda la vida. Los que uno se pone para ir a una boda o salir de marcha. Si a eso le sumamos las ediciones exclusivas de marcas tan tradicionales como Clarks (con artistas como Futura y Stash) o Timberland, nos encontramos con un mercado que se sostiene ahora con sus patas posteriores, las que hasta ahora le habían servido para apoyarse y poca cosa más.
Así pues, con el mundo de la moda volcado en las zapatillas y el mundo de las zapatillas abriendo hueco entre el consumidor de alta gama se antoja inevitable un aluvión de colaboraciones entre unos y otros al estilo de lo que Adidas viene haciendo con su línea Y3 (en el que la factoría de las tres bandas colabora desde hace años con el diseñador japonés Yohji Yamamoto) , una idea pionera que muchos pretenden copiar ahora.
De hecho, Asia se ha convertido en el laboratorio de pruebas perfecto para las grandes marcas y de allí han surgido las marcas que han revolucionado el sector del calzado y que han acabado provocando el abandono del discurso retro tan de moda en 2008 para avanzar en la dirección opuesta. Otra discusión sería si el producto resultante podría llamarse zapatilla (sólo hace falta echar un vistazo a las Skytop de Supra, algunos productos de Etnies+, las Sector 7 o las Almiral de DC, la entera gama Considered de Nike o los últimos modelos de Vans —con especial relevancia para su colaboración con la tienda estadounidense Proper—). Esa discusión se merecería otro artículo.
Lo que demuestra todo esto es que el rol que antes ocupaban las gafas de sol, los cinturones o las bufandas es ahora campo de batalla para las zapas: no todo el mundo puede pagar 1.000 euros por una chaqueta de Prada pero quizás estén dispuestos a gastarse 200 por unas náuticas. Lo mismo podría decirse de marcas como Bikkembergs, Gucci, Dolce & Gabbana o Dsquared. La moda ha olido el negocio y se ha lanzado a por él. Ni siquiera un símbolo del poderío italiano como Stone Island (fundada en los 80 por el legendario Massimo Osti) ha logrado resistirse a la tentación disfrazada de zapa: su colaboración con Adidas, que incluye complementos, va camino de ser una de las propuestas más rotundas de 2009.
Un ejemplo más, y seguro que no será el último, de que a partir de ahora la moda empieza por los pies: abajo el mocasín, viva la zapatilla.
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