Sayonara baby

Keiko Fujimori, hija del ex presidente peruano Alberto Fujimori, hizo unas enternecedoras declaraciones nada más conocer que su padre había sido condenado por crímenes contra la humanidad a 25 años de cárcel: "La sentencia es injusta: se trata de un triunfo de los grupos defensores de los derechos humanos". Pese a los millones de dólares que robó Fujimori, me temo que no invirtió demasiado en la educación de una Keiko que no acaba de entender el funcionamiento de la ley. Los derechos humanos y la justicia, querida Keiko, están del mismo lado. Son una misma cosa. Ganan juntos.

(EFE)

Keiko es hija de la impunidad.

Nadie nace impune. Y cuidado, porque como escribió Raymond Chandler, gran analista de seres sin escrúpulos y situaciones sin retorno, "no hay trampa tan mortífera como la que se prepara uno mismo". La impunidad aísla. Niega la realidad. Te hace creer todopoderoso, invencible, eterno. Te condena a que el pasado pueda hacerse presente a cada instante. Keiko es hija de la impunidad. Sayonara baby.

Otro líder político enfermo de impunidad es Silvio Berlusconi. Moreno por fuera, frío y hueco como un pescado destripado por dentro, con sus comentarios y actitudes también pone en tela de juicio la inteligencia y la integridad humanas. "Los damnificados deberían tomárselo como un fin de semana de camping", dijo el Presidente del Consejo Italiano a las 17.700 personas que han quedado sin hogar y se refugian en tiendas de campaña.

¿Han visto las imágenes de unos policías eslovacos que aterrorizan a unos niños gitanos y les obligan a pelearse y a desnudarse? Torturadores, es decir, enfermos de impunidad. Y es que ésta no es mal exclusivo de líderes políticos: siente especial predilección por los uniformados, incluso de baja graduación.

Corroídos todos ellos por la misma estulticia, el mismo caos moral, la misma brumosa incoherencia de sus actos. La suciedad de todos ellos es inagotable. Pero su impunidad, finita.