Teherán.- La República Islámica fundada por el ayatolá Rujola Jomeini celebra hoy el trigésimo aniversario de su nacimiento, con visos de un posible acercamiento a Estados Unidos, país con el que no mantiene relaciones diplomáticas desde hace veintinueve años.
El presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, en una imagen tomada el pasado 11 de marzo. EFE/Archivo
Behruz era un joven de apenas 18 años cuando el 30 de marzo de 1979 se dejó llevar por la efervescencia revolucionaria y experimentó su primer acto de democracia.
"Fui con mi padre a votar en el referéndum. Éramos muchos y todos estábamos felices. Estábamos convencidos de que se abría un futuro prometedor", explica a Efe en la tienda de alimentación que regenta en el norte de Teherán.
Apenas dos días después, el uno de abril de 1979, las nuevas autoridades proclamaron que el sistema republicano islámico había sido respaldado por el 98,2 por ciento de los iraníes.
Casi tres décadas mas tarde, Behruz prefiere no pronunciarse sobre si aquellas expectativas se cumplieron, pero su rostro no puede ocultar un gesto de hastío.
"Quizá no todos sabíamos exactamente que suponía, buscábamos un cambio, el final de un régimen (el del Sha de Persia) que no nos gustaba", admite de forma más explícita Ali Hamid, dueño de un comercio en el Gran Bazar.
Cierto es que la República Islámica nació lastrada, sin apoyos internacionales y con un enemigo poderoso.
Apenas cumplido un año, y resuelta la crisis del asalto a su embajada en Teherán, EEUU decidió romper los lazos diplomáticos, imponer un severo embargo y aplicar una estricta política de aislamiento al nuevo Irán.
Desde entonces, tres presidentes estadounidenses -un republicano y dos demócratas- han tratado de restablecer las relaciones con un país al que siempre consideró aliado y al que por su importancia estratégica convirtió en centinela de la región.
El primero en intentarlo fue el propio Ronald Reagan, principal adalid de la política aislacionista.
Pero el mandatario republicano se embarró en un asunto sucio conocido como el Irangate.
Según el relato de un ex agente de la CIA a la comisión de Seguridad del Congreso, Reagan dio luz verde a una operación coordinada con Israel que pretendía vender armas a Irán a cambio de la liberación de los rehenes norteamericanos retenidos por grupos chiíes en el Líbano.
El diario The New York Times, que investigó a fondo la historia, aseguró que los enviados estadounidenses viajaron con pasaportes falsos y ofrecieron una biblia con una frase de Reagan y una tarta en forma de llave que simbolizaba el deseo de apertura.
La operación acabó en escándalo después de que se descubriera que parte de los fondos fueron desviados para financiar las actividades de la Contra nicaragüense.
Diez años después, sería el demócrata Bill Clinton quien, aprovechando la llegada al gobierno de Irán del reformista Mohamed Jatamí, buscara un acercamiento.
La tentativa tuvo visos de prosperar, pero culminó igualmente en un fracaso.
La situación empeoró dos años después, cuando el presidente George W. Bush decidió escuchar a la oposición iraní en el exilio y acusó al régimen de los ayatolás de ocultar un programa nuclear paralelo para la adquisición de un arsenal atómico.
Treinta años más tarde, su sucesor, el demócrata Barack Obama, ha lanzado una nueva apuesta y la respuesta iraní deja entrever ciertos elementos de moderado optimismo.
Ali Javanfakr, asesor del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, confirmó a Efe que Irán cree que Obama "ha emprendido el camino correcto, aunque habrá que darle más tiempo".
Los hechos también parecen corroborarlo: por primera vez en años, ambos países se han sentado juntos a una mesa, aunque haya sido para discutir el futuro de un problema común, Afganistán.
Con optimista cautela, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, declaró al término de la reunión que existen "signos de que es posible una cooperación futura".
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