Noches de 'cabaret ibérico'

ZARAGOZA.-  No hay crisis que cien años dure, o por lo menos, eso aseguraba mi abuelo. Con este espíritu optimista, decidí cambiar una sesión convencional de filmoteca por una buena ración de 'tapas picantes' en El Plata. Para los no iniciados, este nombre no os dirá mucho. Pero os aseguro que no tiene nada que envidiar al mejor cabaret berlinés.

bubilla2002 (Flickr)

Cabaret berlinés, dragqueens, striptease... Aquí todo es posible.

Abierto en los felices 20 sobre un antiguo solar de la Zaragoza romana, sus paredes han visto desfilar a los personajes más pintorescos. Desde señoritas con las que se podía bailar por 20 céntimos hasta militares, pasando por intelectuales y terratenientes de boina al más puro estilo 'Paco Martínez Soria'.

Todas las primeras veces resultan un poco complicadas. Y ésta lo era: por fin, mi primera velada en El Plata. Con el nerviosismo de la anticipación y una buena ración de aceitunas entre pecho y espalda, me propuse dejar a un lado mis prejuicios. Confieso que no fue difícil. La ambientación, con los suelos originales de mármol y las columnas tapizadas de espejos, es un pasaporte directo a los míticos años 50 en Zaragoza.

Tras la presentación por megafonía, el telón de terciopelo comienza a desnudarse a ritmo de 'estriptís'. Para empezar, las chicas del Plata se atreven con conocidas coplillas de la revista española. Eso sí, en riguroso 'playback'. Todo, como en el mejor cabaret, es excesivo. Las muecas, el maquillaje, incluso los guiños picantes, más cerca de los años de la censura que del siglo XXI. Aún así, os aseguro que la mezcla funciona.

Mientras dos vedettes compiten por la atención del respetable, mi compañero de mesa se atreve a invitarme a una caña. Se trata de un viejo profesor de la Universidad, ya jubilado, testigo privilegiado de los años dorados del Plata. La pregunta, claro está, no se hace esperar: ¿cómo viven los antiguos parroquianos esta nueva etapa? "Es sencillamente diferente, un desnudo no se cotiza igual que en la Transición, pero el espíritu sigue siendo el mismo […] Recuerdo perfectamente a los músicos de la orquesta, dormidos entre número y número, y a Mary Lis, el día del cierre definitivo".

Justo en lo más interesante de la conversación, una insinuante 'Salomé' se acerca al público para ejecutar la danza de los siete velos. Sólo que esta vez, en lugar de pañuelos de seda, la bailarina dejar caer el tradicional cachirulo de cuadros, símbolo de las fiestas del Pilar.

Como diría Bigas Luna, director artístico de la sala, estamos ante un 'cabaret ibérico', un batiburrillo donde se mezcla "lo grotesco con lo maravilloso". Yo, claro está, tampoco me puedo resistir a esta píldora de evasión en plena crisis mundial. Y mientras la corista principal entona en directo 'La chica del 17', himno eterno del local, me hago la firme promesa de volver al Plata.

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