Nos sumergimos en el único spa submarino del mundo

ISLAS MALDIVAS.-  Hay un lugar, en uno de esos paraísos míticos en la percepción del viajero, al que la crisis y otros males que nos aquejan parecen llegar amortiguados, o al menos consiguen olvidarse por un momento, 120 minutos para ser más exacta. El lugar se llama LIME y es un spa submarino situado en el Hotel Huvafen Fushi, en las paradisíacas Islas Maldivas.

La experiencia de descender las escaleras y saber que te estás adentrando a 6 metros de profundidad en el océano Índico es algo que ya distingue este spa de cualquier otro. Pero una vez que te tumbas en la camilla y al masaje de aceite, arena y minerales locales se añade el espectáculo del mundo submarino en todo su esplendor, la sensación de relajación e irrealidad no tiene comparación. Peces de diferentes formas, tamaños y colores, e incluso una majestuosa raya, desfilan ante mis ojos mientras el masaje consigue verdaderamente transportarme a otro mundo. La única pega, por ponerle alguna, es que cerrar los ojos no es una opción que apetezca, sino que deseas retener en la retina de la memoria toda la belleza y la sensación de paz que se desarrollan ante tus ojos y fundirte con ellas. Quien fuera pez.

No me extraña que esté en la lista de favoritos de los ricos y famosos que pagan sin pestañear los 500 dólares que cuesta la experiencia. Me dicen que antes que yo ocuparon esta camilla Kate Moss, Elizabeth Hurley, Stefano Gabbana, Jade Jagger, Demi Moore y Ashton Kutcher, entre otros. Coinciden en gustos con los lectores de la influyente revista SpaFinder, que el pasado año eligieron a LIME como el mejor spa de las Maldivas dejando atrás a 13.000 competidores.

"Por la noche es aún más impresionante", me cuenta Anik, mi masajista balinesa. "Es cuando los peces grandes del atolón se acercan a comer, y con frecuencia se ven tiburones de arrecife, rayas y barracudas". Los focos situados estratégicamente bajo el agua permiten no perderse detalle de este singular ritual.

Los 120 minutos vuelan y se acerca el momento de volver a la realidad, o eso creo. Pero para mi sorpresa me pasan a una sala de relajación individual con ventanas acristaladas panorámicas y vistas al parque coralino en la que se puede seguir disfrutando de este espectáculo único mientras te sirven jugo de coco y frutas locales. Una desearía que esta fuera una de esas sensaciones que tardan mucho en desaparecer, y a la que se puede volver mentalmente cuando en la superficie las cosas no tengan la belleza de aquí abajo.