Ayer sábado finalizó el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, azotado por la crisis económica y la desidia institucional pero aferrado a un buen puñado de películas que, en mayor o menor medida, deambulan por vericuetos cercanos a la no-ficción. Uno de esos títulos es la producción española 'Ich bin Enric Marco', ópera prima de los argentinos Santiago Fillol y Lucas Vernal.
La producción española 'Ich bin Enric Marco'.
Este documental preñado de ficción se centra en la desconcertante personalidad de Enric Marco, destacado representante de los supervivientes españoles de los campos de concentración nazis. Santiago Fillol acudió al Festival con el brillo en los ojos de quien ha encontrado algo en lo que creer. Habla de su debut con la pasión del primer amor, defendiendo una apuesta más por un personaje que por una verdad: "Quedamos fascinados por la personalidad de alguien capaz de sostener durante 30 años tremenda impostura frente a la sociedad e incluso frente a su propia familia. Quisimos acercarnos sin prejuicios, ver como emergía la realidad a medida que Enric se peleaba con sus contradicciones. No negamos que al enfrentarnos a un fabulador teníamos dudas, las mismas que pueden sentir los espectadores, pero nunca quisimos explicitarlas".
Hagamos memoria y situémonos en 2005, año en el que se destapa un escándalo mediático vergonzoso que coloca a Enric Marco al pie de los caballos. Tras años de condecoraciones, conferencias y reconocimientos se descubre que nunca estuvo en un campo de concentración y que su estancia en Alemania se redujo a un par de años como obrero especializado a orillas del Mar del Norte. Fascinados por este personaje, Fillol y Vernal deciden acercarse a él, encontrándose a un viejo abatido, desconfiado y recluido. Le cuentan sus pretensiones, alejadas del amarillismo, conscientes de que ya había rechazado ofertas televisivas bien retribuidas pero preñadas de carroña. Para su sorpresa Marco acepta el reto y se embarca con ellos en un viaje sin retorno hacia su pasado, en busca de una identidad que le permitiera encarar con dignidad el resto de su vida. Un viaje en camioneta hacia Alemania que se convierte en el eje de este documental, rodado sin subvenciones y con pocos medios económicos, algo que debilita ciertos aspectos de la narración.
El documental intenta disolver sus marcas de estilo en beneficio de una aproximación naturalista, algo que encierra en si mismo su veneno y su antídoto al dar excesiva libertad a un Marco que termina por adueñarse de la función y llevarla a su terreno: "Es un personaje pasional, un actor de la vieja escuela que disfruta entrando en acción. Si aceptó nuestro reto fue porque podía sacar algo a cambio. Le podíamos ayudar a reconstruirse, con tiempo, sin prisas y sin la obligación de someterse a una tanda de preguntas inquisitivas".
El director, Fillol.
Sobrevuela constantemente la duda de si Marco es capaz de dejar de actuar. Cuando bromea, cuando llora o cuando deambula por los sitios en que vivió (y en los que no), siempre están presentes la duda y la desconfianza: "Nunca repetimos una toma y tampoco le dimos la oportunidad de desandar el camino. Queríamos la frescura de lo inmediato, el parpadeo del que surgen las contradicciones. Ese era el caldo de cultivo que buscábamos. Y lo encontramos, nos dimos de bruces con un material cinematográfico potente y que nos llegó a hacer pensar si estábamos cerca de conocerle de verdad".
La valentía (o temeridad) de Marco al aceptar este reto quizás pueda entenderse si tenemos en cuenta lo terrible que fue sentirse desenmascarado. Nunca entendió que tuviese que pedir perdón, ni se sintió culpable de nada. Al fin y al cabo, lo que decía su personaje ¿era mentira?: "Enric Marco no sacó un beneficio económico de su farsa. Si somos ecuánimes hay que reconocer que desarrolló una gran labor de difusión acudiendo a muchas escuelas para que se aceptase la incuestionable y terrible magnitud histórica del Holocausto".
La película crece en intensidad sin abandonar una austeridad visual poco favorecedora a medida que se acerca a su destino, el campo de concentración de Flosenbürg. Allí, donde el falso héroe se convirtió en leyenda, la película roza la gloria al colocar al fabulador frente a su espejo maldito: un documental divulgativo en el que varios supervivientes parecen retarle desde la pantalla. Abatido y en silencio, Marco acepta en ese momento que su realidad es mucho menos interesante que su mentira: "Lo que mejor retrata el cine no es la verdad, sino el reflejo de la verdad. Forzarle a un juego de preguntas y respuestas no interesaba, eso vale para una rueda de prensa, no para una película, o al menos no para nuestra película. Por eso terminamos en Flosenbürg y de esa forma. Teníamos claro que no debíamos banalizar el horror ni vanagloriar al fabulador. Nuestro desafío era encontrar la distancia justa para ver como el personaje, la persona, se pelea con sus contradicciones".
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