JOYABAj (GUATEMALA).- Imagínese que hace horas que ha comenzado a tirar del hilo de una madeja y no aparece el final. Seguro que se iría a dormir un tanto desolado y reanudaría su trabajo al día siguiente. Imagínese ahora que ya lleva días, o meses, o años, o décadas persiguiendo el final de la esfera de lana, pero ésta se va haciendo cada vez más voluminosa. Pensaría que ha perdido la razón. Imagínese que en el lecho de muerte les ruega a sus hijos que continúen tirando del hilo hasta que encuentren la respuesta al dilema al que ha estado encadenado. Podría ocurrir que sus hijos fuesen relevados por sus nietos. Y éstos por sus propios hijos. Sucesivamente hasta un tiempo irreal.
Pues así podría representarse el dolor de Guatemala: como una madeja inmensa de muerte y desesperación que carece de final. La verdad, la justicia y la compensación a años de espera y sufrimiento sólo aparecen en pequeñas gramadas. Los familiares de los masacrados y los desaparecidos, reconvertidos en víctimas eternas, intentan desenterrar "la verdad bajo la tierra" (consulten el libro fotográfico del mismo título de Miquel Dewever, editado por Blume) con una paciencia que conmueve mientras los verdugos y los asesinos se pasean con total impunidad sin que el Estado sea capaz de juzgarlos.
Cada vez que se abre una fosa común se produce un pequeño triunfo contra los partidarios del olvido. La verdad se aposenta en los informes de los antropólogos forenses y pasan a integrar el gran libro de la Justicia Universal. Los familiares pueden, por fin, enterrar con dignidad a sus seres queridos.
Hace una década, una joven guatemalteca llamada Victoria Aurora Tubin, hija de un desaparecido en 1981, me contó un sueño: "Alguien me cuenta que mi papá me espera en el interior de un túnel. Allí está sentado tal como sus captores lo han dejado. Llorando me pide que corra a contarle a mi mamá que, por fin, lo hemos encontrado. Está muerto, pero ya lo podemos enterrar y llevarle flores el día de difuntos".
En Joyabaj los niños están en primera fila y miran sin sorprenderse como si el estudio de la muerte fuese una de sus asignaturas preferidas. En el fondo de la fosa hay tres cuerpos incompletos, otras dos calaveras, una perteneciente a una niña, y un gorrito. Los antropólogos ya han sacado las osamentas de tres mujeres. Pero siguen sin aparecer dos adolescentes y el dueño del gorrito: un niño de año y medio.
"Es muy posible que los animales salvajes consiguieran desenterrar algunos cuerpos. Hace más de 25 años, pocos días después del asesinato y el entierro clandestino, los aldeanos encontraron restos humanos desperdigados muy cerca de aquí", explica uno de los peritos.
Los antropólogos forenses miden la fosa común.
Los asesinos mataron a sus víctimas a machetazos. Algunos cuerpos no tienen brazos ni manos. La mandíbula de la mujer, cuyo pecho está adornado por un bello huipil, está muy abierta como si de ella quisiera salir un grito.
Los forenses comienzan a recoger los restos en cajas de cartón para trasladarlos a los laboratorios de la capital. Allí consignarán la forma en que murieron y los identificarán individualmente. Este proceso durará entre seis meses y un año.
200.000 guatemaltecos murieron o desaparecieron durante los 35 años de conflicto armado que empezó en 1962 y concluyó en 1996. El quinquenio más sangriento tuvo lugar entre julio de 1978 y agosto de 1983, durante los gobiernos genocidas de los generales Fernando Lucas García y Efraín Rios Montt.
La Comisión de Esclarecimiento Histórico de la ONU contabilizó 626 masacres contra las comunidades de origen maya desarmadas, que no pudieron defenderse. Los investigadores internacionales demostraron que las fuerzas gubernamentales con el Ejército a la cabeza fueron los responsables del 93% de las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzosas mientras la guerrilla participó directamente en un 3%.
La Fundación de Antropología Forense de Guatemala ha encontrado 5.000 cuerpos en la última década. Un 60% ya ha sido identificado. Las osamentas restantes permanecen almacenadas en cajas de cartón. El nuevo laboratorio de ADN, inaugurado en noviembre de 2008, posibilitará una mayor rapidez en la identificación. Pero se necesitarán décadas de trabajo para desenterrar toda la verdad de Guatemala.
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