Casi medio año después de la primera parte que le valió el Goya a Benicio nos llega la segunda parte de la biografía del Che de Soderbergh. También la secuela de la nueva 'Pantera Rosa' de Steve Martin, una comedia sobrenatural, una revisitación a Casavettes, una de miedo y peligro y un engendro medieval 'made in Germany'.
Tenía algo de épica el acercamiento de apertura a la figura del Che que Soderbergh acometió en su primer fascículo de esta biografía distante. La derrota de Batista en pos de la revolución cubana albergaba, dentro de una cautela observadora, cierto componente energético: la construcción del mito, aunque fuera un mito de andar por casa con su asma y sus relativamente pocos talentos al margen de la retórica y de la ilusión. No había panfleto ni un Che de tres metros de alto que cagara oro y escupiera fuego. No era el homenaje a un dios divino: Soderbergh documentalista.
Consolidado Fidel en la isla, el Che decide que es ahora o nunca, que conviene que la mecha revolucionaria siga viva para así liberar a los hermanos bolivianos del yugo que les oprime. De incógnito, sorpresivamente y apelando más a su genio que a su fama se involucra en una batalla que no parece la suya. Una misión que parecía condenada al fracaso desde el principio acaba mostrando a un Che orgulloso pero derrotado, a un hombre que acaba siendo sólo un hombre y no, todavía, el icono que Korda se sacó de la manga. Visto el resultado final, cabe preguntarse si el director de 'Ocean's eleven' decidió posar su ojo aséptico en un hombre tan interesante como poco cinematográfico porque lo consideraba necesario o simplemente por ese ansia enfermiza que tiene de no repetirse y de intentar el más difícil aún. Dentro del buscado (y hallado) tedio narrativo, es curioso como nos mecemos en un estado de armónica somnolencia hasta el desastre final sin que nos aburramos todo lo que cabría esperar. Un mérito, sin duda, del guerrillero Soderbergh.
Valoración: 6/10
Lejos quedan los 80 en los que Steve Martin era un género en sí mismo. Ahora se contenta con aportar apenas un grado de dignidad a productos condenables desde su primera concepción. Entrado en la sesentena, da la sensación de que el canoso cómico ha de tener la vida ya resuelta y, sin embargo, sigue asediándonos con pantomima de saldo cada vez que se asoma a las pantallas. Ahora parece conocer perfectamente las pulsiones de la taquilla quien sistemáticamente la esquivaba de joven. Resulta difícil extrapolar a la vida de un servidor la mentalidad de alguien que hizo lo que le dio la gana de joven para buscar un colchón económico precisamente en los años próximos a su jubilación. Todo parece indicar que la progresión lógica habría sido la contraria, aunque con la moda instaurada por el muy mediático e incoherente 'Benjamin Button' —que también hacía todo al revés— su comportamiento adquiere cierta condescendiente legitimidad.
Hablando de la película, que para eso estamos, nos encontramos como siempre con un robo, un inepto protagonista (Martin 'Clouseau'), varios ineptos de relleno (Jean Reno, Andy García y Alfred Molina), una guapa veterana (Emily Mortimer), una guapa invitada (Aishwarya Rai sustituye a Beyonce) y un cambio de piel del jefe (John Cleese por Kevin Kline). Tanto da el diamantado reparto con que se adorne este vehículo recolector de risas poco exigentes; la calidad es una estación que no consta en su ruta prevista. Se busca más la cantidad de gags que la solvencia de los mismos, lo que inevitablemente, y contrariamente a Sellers, deviene en pronta caducidad. Un traje muy grande para un Martin tan vago.
Valoración: 4/10
Seguramente el espectáculo más obsceno que pueda ofrecer una persona es el de su sufrimiento. Y seguramente el registro más denigrante es el de su queja. Sin embargo, una y otro gozan de un incomprensible prestigio. Tilda Swinton, en esta glorificación del aun más atormentado Cassavetes, sufre de maravilla, aunque es verdad que, como él, se queja poco; esto es: sufre con dignidad. Mejor dicho, se adivina que sufre, porque el preestreno de 'Julia' se dio en versión doblada: de la interpretación quedan los gestos y la voz es ese extraño español en el que se intercala cada dos palabras "¿vale?" y que ajusta su prosodia al inglés, de forma tal que, aunque nadie habla así, acabará por ser así como se hable.
Rapto alcohólico (sin la autocompasión 'Alcohólicos Anónimos' no sería posible, así que Tilda Swinton pasa de ello) con niño repelente.
Valoración: 6/10
Como a la gente le gusta mirarse, andamos entre espejos y cuando lo que refleja el espejo no nos gusta es porque no nos gusta lo que somos. Lo que ahí está, eso es uno. En 'The Broken' se refleja una clara tendencia del cine del momento. Como se dijo en Sitges: "Los espejos repiten, lo mismo que repiten las comidas mal hechas. Para audiencias no muy exigentes con lo que se les cuenta —basta con que parezca ingenioso, o profundo, o las dos cosas—. Sobre guión aún más flojo que el de 'Mirrors' ('Reflejos'), éstos, cuando se rompen, te traen del otro lado una sorpresa. El giro final, que se veía venir pero que nada justifica, te devuelve la cara que se te queda al verla".
Valoración: 5/10
Empezando por el improbable galán protagonista, de cara sonrosadita, pelo a rigurosa raya, hinchados mofletes y amenazantes colmillos, casi todo funciona en '¡Me ha caído el muerto!'. Sirviéndose el habitualmente oscuro Koepp ('El efecto dominó', 'El último escalón') de un guión acusadamente deudor de las muy optimistas 'Ghost' y de 'Atrapado en el tiempo', logra situaciones frescas, personajes carismáticos y paisajes concebibles dentro de la nebulosa de irrealidad que busca desesperadamente su primera comedia. Por tanto, la elección de Gervais —una mala bestia— para cortejar a la bella Leoni se presenta como una audaz maniobra para rebajar al máximo las pretensiones de trascendencia de un producto que respira cinismo por los cuatro costados y exuda carcajadas a poco que conozcamos el juego que se nos plantea.
Valoración: 7/10
Sin la presencia del gran macho hostiador Statham (con el aparentemente inagotable filón taquillero que conlleva) no se entendería el estreno que nos ha llegado de sopetón esta semana. Llevaba dos años intentando colarse en nuestro país pero el buen juicio de los distribuidores decía que Uwe Boll (el nuevo Ed Wood alemán) debía ser vetado. Todas y cada una de las decisiones que toma este director son absolutamente erróneas, y no por falta de medios como ocurría con el grimoso director de 'Glen or Glenda'.
Efectos fantasmagóricos y un montaje aterradoramente torpe inundan una historia sin historia que ni siquiera es corta para compensar. Cualquier mono con un bote de aspirinas (como diría 'House') podría haber hecho algo mejor con los 60 millones de dólares que dicen que costó 'En el nombre del rey'. No hay ni un solo punto de interés en este execrable intento de dinamitar todos los honorables principios del entretenimiento. Ni siquiera ver de cerca a Burt Reynolds, Ray Liotta o Claire Forlani interpretando a una caricatura de sí mismos.
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