SAN SALVADOR (EL SALVADOR).- Escribo desde El Salvador —un país donde se sigue buscando a miles de desaparecidos— sobre Camboya, uno de los paraísos del horror, donde ya comienza a verse la luz de la justicia. Escribo sobre dos países hermanados en el dolor y la violencia durante las últimas décadas.
Fotografías de las víctimas en la escuela de Toul Sleng.
Brillaba la corrupción en la Camboya de los años setenta mientras los militares ocupaban el poder en El Salvador. Jemeres rojos camboyanos y su régimen de terror frente a los extremistas y derechistas escuadrones de la muerte salvadoreños. Invasión extranjera en el país asiático frente a guerra civil en el centroamericano. "Estados Unidos y Rusia ponen las armas y nosotros los muertos", decía el jesuita Ignacio Ellacuría, asesinado hace casi 20 años. Imposición de la paz en ambos países al principio de los noventa a cambio de olvidar los crímenes contra la humanidad.
Eso hasta mediados de la semana pasada, cuando empezó en Phnom Penh el primer juicio contra los jemeres rojos, responsables del asesinato de casi dos millones de seres humanos entre 1975 y 1979.
La primera persona en sentarse en el banquillo de los acusados pasará a la historia como uno de sus grandes criminales. Se llama Kaing Guek Eav —más conocido como el camarada Duch— fue jefe de Tuol Sleng, el principal centro de detención y exterminio, donde se torturó y asesinó a 16.000 hombres, mujeres y niños, y está acusado de crímenes contra la humanidad.
La primera alegría en tiempos tan tumultuosos para el ejercicio del periodismo es que fueron periodistas los que descubrieron la identidad de este criminal, que durante dos décadas se ocultó bajo diferentes nombres falsos, trabajó para organizaciones humanitarias e, incluso, se convirtió al cristianismo. Sin la detención de Duch es muy posible que no hubiera empezado este proceso tan mal visto por las actuales autoridades camboyanas entre los que hay algunos destacados jemeres rojos que se han burlado de la justicia.
Si quieren saber cómo actuaba Duch les recomiendo dos excelentes libros: 'Tras las huellas del verdugo' (Editorial Océano), de Nic Dunlop, fotoperiodista que inició la búsqueda de Duch a partir de una vieja fotografía hasta que lo encontró y consiguió su encarcelamiento, y 'El Portal' (RBA), de François Bizot, el único extranjero apresado por los jemeres rojos que salvó su vida después de ser condenado a muerte por traición.
Duch es considerado un testigo clave en la causa contra otros líderes del régimen genocida que esperan su turno en la cárcel. Entre ellos destaca Nuon Chea, el hombre más influyente después del líder Pol Pot, fallecido hace una década; el ex ministro de Exteriores, Ieng Sary; su esposa, la ex ministra de Asuntos Sociales, Ieng Thirith, y el ex presidente Khieu Samphan.
Hoy se puede visitar Tuol Sleng, la antigua escuela utilizada por Duch para torturar hasta la muerte a sus víctimas, y también el campo de exterminio de Choeung Ek, situado a unos 15 kilómetros de la ciudad, donde miles de personas fueron enterradas en fosas comunes.
Por sus dependencias pasaron ministros del régimen caídos en desgracia, algunos diplomáticos extranjeros que no salieron del país a tiempo y 2.000 niños. Todos, sin excepción, fueron fotografiados antes de ser asesinados. Sólo seis prisioneros sobrevivieron al infierno. Los últimos 14 muertos yacían achicharrados en las habitaciones de tortura cuando los primeros soldados vietnamitas entraron en el centro de detención en 1979. Sus tumbas están hoy alineadas a la entrada del campo de detención.
Si alguna vez viajan a Camboya para visitar sus maravillosos templos de Angkor no olviden darse una vuelta por este lugar, símbolo del sufrimiento eterno. Prepárense para sentir en su atmósfera húmeda la impresión de que el Hombre vive prendado de la violencia absurda. Prepárense para asumir los actos más inimaginables cometidos por las mentes más perversas. Prepárense para sentir el dolor más profundo cuando se asomen a los habitáculos donde los prisioneros eran tratados como animales. Prepárense para ver los engendros más contundentes utilizados en las continuas torturas. Prepárense para enfadarse con quienes son capaces de convertir a un brillante profesor de matemáticas como Duch en un frío y calculador criminal. Sino lloran les recomiendo que vayan al psicólogo a la vuelta de su viaje porque algo extraño les ocurre.
Cuando salgan de Tuol Sleng vayan a Choeung Ek, el campo de exterminio. Sé que es demasiado para una sola jornada, que es difícil para un simple turista, una persona sencilla que sólo quiere descansar y ver la belleza de la vida. Pero hagan el esfuerzo porque sólo conociendo los escenarios de los crímenes se puede luchar para que la historia del absurdo no se vuelva a repetir.
Les adelanto que se enfrentaran al horror sin condimentos. Les dará la bienvenida una stupa, monumento funerario budista, de cuarenta metros de altura, con estanterías repletas con 8.000 calaveras, pertenecientes a las víctimas sacadas de las fosas comunes vecinas. Les adelanto que caminarán por un terreno abrupto que recuerda aquellos lugares bombardeados por la aviación. Pero esos agujeros fueron las sepulturas de los prisioneros de Tuol Sleng y hoy son el parque temático del espanto y la consternación. Les adelanto que algunos carteles dirigirán sus pasos entre restos de ropas que pertenecieron a los exterminados y que han quedado sujetos a la tierra a modo de gritos perennes.
Se toparán con una fosa de 450 víctimas y otra de 166 víctimas que fueron encontradas sin manos. O con la enésima fosa perteneciente a 100 niños recién nacidos que yacieron con sus madres durante años.
Se toparán con el 'tree killing' (el árbol asesino) que servía para estrellar los cuerpecitos de esos mismos bebés. Pensarán que es muy duro y desolador. Pero recuerden que más injusto es el olvido de las víctimas como ocurre en El Salvador.
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