Coincidiendo con el bicentenario de los Sitios de Zaragoza, la Fundación Zaragoza 2008 y el Centro Pignatelli han organizado para toda esta semana un ciclo de conferencias titulado 'Ciudades sitiadas. La población como rehén de guerra'.
Especialistas aragoneses, españoles, israelíes, palestinos, bosnios reflexionarán sobre las consecuencias de los terribles cercos de Zaragoza en 1808-1809, Kuito (Angola) en 1993-1994, Gaza (Palestina) en 2005-2009 o Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) en 1992-1995.
En septiembre de 1995 viajé por primera vez a Kuito para realizar un reportaje para una revista del corazón sobre las consecuencias de las minas antipersona. Este curioso encargo daría para reflexionar largo y tendido sobre la delgada línea que existe entre la supuesta prensa seria o de referencia y la llamada prensa basura.
Por ejemplo, podría explicar que hasta aquel día ningún medio de comunicación nacional me había ofrecido realizar un viaje con todos los gastos pagados y con una más que decente retribución económica. Tengo que decir que ya no era un niño y que había cubierto el cerco de Sarajevo y otros conflictos armados para potentes diarios españoles de ámbito estatal. Pero sus responsables eran capaces de regatear hasta la vergüenza el pago de una buena cobertura en una zona de conflicto mientras asaltaban sin piedad las alacenas de sus restaurantes favoritos. O ahorraban hasta la extenuación con el objetivo de ser incentivados económicamente bajo mano.
Pero volvamos a aquel Kuito y zambullámonos en su submundo de desolación. Parecía una ciudad inventada, una especie de Macondo de Gabriel García Márquez o Canudos de Mario Vargas Llosa africanas. Por sus calles paseaba un ejército de mutilados, desplazados y huérfanos.
Quedé conmocionado. Había cubierto un cerco salvaje en Sarajevo durante los tres años anteriores y ante mí aparecían las ruinas de una ciudad hermosa donde habían muerto un número de personas tres veces mayor en apenas nueve meses. Busqué información en la prensa nacional e internacional. Sólo algunos medios portugueses habían ofrecido informaciones escuetas sobre aquel desastre.
Aquel viaje me sirvió para iniciar 'Vidas Minadas', un proyecto fotográfico que no tiene fecha de caducidad, incidió definitivamente en mi manera de enfrentarme a los desastres de la guerra y me convenció de que tenía que estar más atento a los conflictos olvidados.
La huella de los proyectiles marcaba cada metro cuadrado de su casco urbano. Los patios interiores y los aledaños habían sido reconvertidos en minúsculos camposantos. Los combates eran tan intensos que era muy peligroso trasladar a los fallecidos a los cementerios oficiales.
Era imposible dar un paso de día o de noche, con el sol apuntando al cerebro sin piedad o bajo las estrellas más rutilantes, sin tropezarte con un mutilado. Más de 4.000 ciudadanos de los 115.829 que vivían en Kuito habían sufridos heridas por culpa de las minas o los bombardeos.
Los alrededores del centro urbano estaban sembrados por los esqueletos de las víctimas. Se habían topado con la muerte en forma de minúsculos 'guerreros ocultos' carentes de sentimientos. Algunos restos humanos estaban a tres o cuatro metros de los senderos. Nadie se había atrevido a asistir a los heridos por miedo a activar otras minas vecinas.
La responsable de Médicos sin Fronteras, la belga Edith Hesse, me dijo a mi llegada: "Al menos ahora los niños juegan, cantan y ríen. Cuando nuestra organización regresó hace unos meses la risa infantil no existía en Kuito".
Conocí al prototipo de héroe anónimo: Luis Oliveira, el logista de la organización médica internacional. Cuando empezó el cerco, los expatriados y casi todo el personal local fueron evacuados. Luis se quedó y cuidó todos los días de las propiedades de Médicos sin Fronteras. Posiblemente, fue el único lugar no asaltado por los bandidos.
Cualquier otra persona hubiese negociado su salida de la ciudad junto a su familia a cambio de los coches de la organización. Pero él resistió hasta el final del cerco. "Cada día atravesaba calles batidas por francotiradores para llamar por radio a la capital y dar novedades. El enlace duraba un minuto, el tiempo suficiente para demostrar que existía", me contó entonces.
Con lágrimas en los ojos me aseguró que nunca volvería a pasar por una experiencia similar después de confesarme que el peor día fue el 26 de abril de 1993. La explosión de un proyectil mató a su hija de año y medio e hirió gravemente a su esposa.
Siento una profunda admiración por este hombre. Me lo seguí encontrando años después en Kuito y Luanda, la capital angoleña. Después viajó a Sierra Leona. Y ahora está en Huambo, otra ciudad mártir angoleña. Fue invitado a Zaragoza al ciclo de conferencias, pero decidió quedarse en casa después de pensárselo durante meses.
El dolor se enquista en los recovecos más profundos del ser humano. Aunque hablar puede servir para curar, también sirve para destruir lo que queda del alma.
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Coincidiendo con el bicentenario de "Los Desastres de la Guerra" (1810-1815) de Francisco de Goya, el autor reflexiona sobre las guerras y los desastres actuales y sobre las consecuencias que sufren las víctimas, la única verdad incuestionable de una guerra. Gervasio Sánchez, fotógrafo y reportero, ha desarrollado su trabajo en los lugares más conflictivos del mundo. Premio Ortega y Gasset de periodismo en 2008, colabora habitualmente en Heraldo de Aragón.
Supongo que la integridad de gente como Luis Oliveira nos redime como especie y nos da una excusa para creer en el género humano. +
Soitu.es se despide 22 meses después de iniciar su andadura en la Red. Con tristeza pero con mucha gratitud a todos vosotros.
Fuimos a EEUU a probar su tren. Aquí están las conclusiones. Mal, mal...
Algunos países ven esta práctica más cerca del soborno.
A la 'excelencia general' entre los medios grandes en lengua no inglesa.
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