¿Se puede morir de más de una manera? Ahora parece que sí. Y seguramente de tres o de cuatro. No es lo mismo la muerte en la red que en la vida real.
Hace poco se ha conocido la noticia de la muerte o asesinato o suicidio colectivo cometido por una pareja de color sobre sus cinco hijos en Los Ángeles, EEUU. Bajo la presión y el pánico de la crisis global, Ervin Antonio Lupoe decide junto a su mujer acabar con la vida de su familia: "With no jobs and 5 kids, better to end our lives" (sin trabajo y con 5 hijos mejor acabar con nuestra vida), escribe en su nota de despedida.
Según informa CNN, Ervin Antonio Lupoe contaba con una página en Facebook, que desde el miércoles ya no era visible. En esta página, además de datos personales como la universidad en la que se formó, aparentemente podían visitarse las fotografías de su familia, de sus cinco hijos. Rebecca Hahn, representante de Facebook, declaró:
"Cuando llega a nosotros la noticia de que un usuario ha fallecido, ponemos su perfil en "estado de recuerdo". En "estado de recuerdo", ciertas secciones y opciones de su perfil se ocultan a la vista para proteger la privacidad del fenecido. Animamos a los usuarios a usar los grupos y discusiones de grupo para hacer el duelo y recordar al fallecido".
Dejando aparte la irónica invitación de la representante de Facebook a celebrar el duelo por esta persona y su familia a través de la red social, el caso de Ervin Antonio Lupoe suscita numerosas preguntas ante un fenómeno inusitado pero cada vez más frecuente en la era digital. ¿De quién son los datos y contenidos de aquellos que mueren? ¿qué se puede o debe hacer con ellos cuando una persona acaba de fallecer? y ¿quién tiene la potestad para ejercitar cualquier tipo de acción o derecho sobre nuestras vidas electrónicas?
Por ahora parece que la única potestad sobre nuestros datos y contenidos digitales pertenece al propio sistema informático. No está en manos de la policía, ni de familiares y amigos, no hay testamentos ni albaceas que valgan. Pertenece a Facebook, que decide clausurar la página personal de un hombre recién suicidado a fin de "proteger su privacidad". Es de los motores de búsqueda, que mantendrán rastros de la vida digital de Ervin por un tiempo, cada vez que tecleemos su nombre en un buscador cualquiera. O dependerá de que alguien no "nos borre" y siga pagando de forma altruista –como quien antes pagaba misas o pagaba un mausoleo– la cuenta de nuestro proveedor de dominios y alojamiento, si nuestra web o blog están ubicados en un dominio y servidor propios.
En cuanto a las redes sociales en particular, la potestad de personajes como Rebeca Hahn parece ser absoluta: "la Compañía puede clausurar su suscripción, borrar su perfil y cualquier contenido que haya publicado en el sitio […] por cualquier razón, o sin ninguna razón, en cualquier momento a su sola discreción, con o sin previo aviso, incluido si cree que usted es menor de 13 o menor de 18 años y no está en la escuela o universidad". Técnicamente hablando, el "estado de recuerdo" es una acepción novedosa que no figura muy claramente descrita en la Política de Privacidad ni en los Términos de Servicio de Facebook. Y que no requiere de ningún certificado de defunción oficial para entrar en su limbo:
Cuando se nos notifica que ha muerto un usuario, generalmente conservaremos, aunque no estamos obligados a ello, la cuenta del usuario activa bajo un estado de memoria por un período de tiempo establecido por nosotros que permita que los otros usuarios puedan publicar y ver comentarios.
¿Y si alguien notificara de una muerte falsa? En otras redes sociales como Myspace, ni siquiera se considera la posibilidad de la muerte. ¿Querrá decir que en Myspace la vida es eterna?
En teoría, las explicaciones de Facebook sugieren que existen diferencias entre lo privado que merece ser protegido (posiblemente los contenidos veraces libremente cargados por Ervin en su página) y lo que se puede mantener en abierto tras la muerte de un usuario (los comentarios y condolencias que queramos hacer sus amigos, las opiniones y la memoria veraces o difamatorias de las personas que le conocieron o no).
No obstante, en la práctica, a estas horas la página de Ervin en Facebook está completamente clausurada, tanto para lo público como para lo privado. No es posible ver ni publicar comentarios. Tampoco parece posible sumarse a ningún grupo de amigos de Ervin para celebrar el duelo o expresar condolencias, a pesar del anuncio hecho por sus testaferros digitales y de nuestras consultas al servicio de privacidad de esta red.
Pero ¿qué debería haber hecho Rebecca si Ervin en lugar de un padre de familia desesperado con cinco hijos hubiera sido un terrorista con red social internacional? Hubiera podido resultar necesario o bastante útil no clausurar su página para poder recabar algunos datos. ¿Qué hubiera tenido que decir al respecto en ese caso la policía, los jueces, la prensa? ¿Y qué prefieren en estos casos familiares y amigos?
Lo que es cierto es que la mayor parte de usuarios viven y entran en la Red sin plantearse estas cuestiones. Se nos hace difícil pensar, al comprar un dominio o al abrir una cuenta o perfil, que su existencia nos pueda sobrevivir. La ley en materia de protección de datos puede que no tenga en cuenta aún esa pequeña eventualidad que es la muerte, y menos en Internet y menos a escala internacional. De hecho, la legislación no es idéntica a través de la Red ni en todos los países y el caso de Ervin hubiera sido distinto en Madrid que en California. Bajo la ley española, los contenidos y datos digitales forman parte del "caudal relicto" –de los bienes, derechos y obligaciones de una persona– y son por tanto son heredables y testamentables. Sin embargo, la ley americana —o los términos del contrato de usuario que todos hemos aceptado con Facebook— permiten a esta compañía apropiarse de derechos sobre nuestros datos digitales en caso de muerte, y los someten a la juridiscción de EEUU.
Nos preguntamos también si una vez liberados nuestros datos en la Red –pongamos por caso una foto o un sms o twitt–, puedan con posterioridad redistribuirse como "reliquias digitales", como antes la Sábana Santa o el brazo de Santa Lucía.
En la hora de redacción de esta historia, si uno realiza una búsqueda es posible encontrar cada vez más rastros de la muerte de Ervin a través de buscadores pero, remitidos al mayor portal de amigos por Internet, se nos indica que la página de su vida en Facebook ha desaparecido por completo. No así si buscamos el espacio de "Ana Lupoe" en Facebook. Nos remite a un perfil de un usuario llamado "Ana Elizabeth Lupoe", presentado por una foto con tres niñas de color, que posiblemente sea el de su esposa, también asesinada o suicidada, dato que no nos ha sido posible corroborar aunque le hemos invitado una solicitud para hacernos "amigos".
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