Madrid Gomorra

"Madrid, Madrid, Madrid; pedazo de la España en que nací; por algo te hizo Dios; la cuna del requiebro y del chotis". Cuando Agustín Lara escribió esta canción, allá por los años 60, el compositor mexicano ya sabía que Madrid era la cuna del requiebro y del chotis. Un tipo observador, este Lara. Lo de Calderón, Esperanza Aguirre y Gallardón no debería, por tanto, considerarse una novedad. Es sólo la confirmación de un carácter chulapo y pinturero. La guinda a una forma castiza, petulante, desvergonzada, algo chuleta y bastante choriza de entender la existencia. El alma del Madrid del siglo XXI, ese que apuesta por el urbanismo, los atascos, el colapso de la sanidad, la putrefacción, el olimpismo, el asfalto, la contaminación, las privatizaciones y el fútbol de élite. Madrid Gomorra.

Emilio Naranjo (EFE)

Gallardón y Aguirre.

Calderón, Bárcena y Nanín forman un triángulo de las Bermudas por el que se ha esfumado la credibilidad merengue. Y seguramente bastante pasta. Por fin el Real Madrid es como el Barsa: más que un club. El Madrid es un puti club de carretera, de los cutres, con Moët & Chandon de garrafa en Pachá y ladillas en la sala de trofeos. Un puti club con un palco frecuentado por Aguirre, Gallardón y Granados, el sumidero de Madrid, el ojete de una ciudad descompuesta, de una comunidad que apesta.

Ese Madrid cobijo de gánsteres, donde se ajustan cuentas en las calles y se tirotea a narcotraficantes en la cama de un hospital. Madrid nido de corrupción, capital mundial del espionaje. Madrid olímpica en miserias, hermanada con Sodoma en cuerpo y alma. Ese Madrid que nunca sale en Telemadrid. Ese Madrid que fracasa en Telecinco: un miserable 15.6% de audiencia para el especial de La Noria 'Jaque al Real Madrid'.

Los antisistema creen que estos madrileños de pro están atentando contra los valores básicos de nuestra sociedad: honradez, justicia, decencia, dignidad, respeto, trabajo, honestidad... ¿Se derrumba el sistema? De ninguna manera: sólo se transforma. Calderón, Aguirre y Gallardón proponen uno nuevo, mucho mejor, más rentable. Un sistema empresarial, moral y vital que permite la supervivencia de políticos de medio pelo. Y que otorga a los presidentes defenestrados y humillados puestos de honor en la Federación Española de Fútbol.

Son nuestros representantes. Los elegidos. Políticos y presidentes de equipos de fútbol que, con la autoridad que les otorga su posición, invitan a los habitantes de otras comunidades y países a instalarse en Madrid para, a ritmo de chotis, pasar a formar parte de la España altiva, choriza y sinvergüenza que baila al son de Agustín Lara:

"... vas a ver lo que es canela fina

y armar la tremolina

cuando llegues a Madrid".

P.D. Si fuera por las televisiones no nos hubiéramos enterado del escándalo del espionaje político. Nos enteramos gracias a periodistas como Paco Mercado, que nos lo ha contado desde las páginas de El País. Pero el periodismo es una profesión gravemente enferma: sus colegas de otros medios no le perdonan semejante desfachatez (¡conseguir una noticia importante!), y ensucian su nombre y menosprecian su trabajo. Caníbales del periodismo que, con la que está cayendo, quieren matar al mensajero. Lo resume de maravilla Ignacio Escolar en el diario Público: "Pedro J. es el periodista español que más cita en sus artículos el Watergate. Y para una vez que viene a cuento, se ha puesto del lado de Nixon".

Un motivo para no ver la televisión.

El Alien.
Autor: Ken Bruen.
Editorial: Pámies.

Para el escritor irlandés Ken Bruen las siglas R & B no significan Rhythm and Blues, sino Roberts y Brant, los apellidos de los policías que protagonizan sus novelas. Unas novelas que, la verdad, suenan a música recia. El inspector jefe y el sargento imprimen un ritmo increíble a un libro que se lee en un suspiro, que engancha desde la primera página, y que ofrece una alternativa novedosa y sorprendente a los seguidores del género negro.

Merece la pena leer a Bruen sólo por los diálogos. Son ráfagas de ametralladora. Rápidos, certeros, secos, eficaces. A veces divertidos, otras crueles, siempre vibrantes y sorprendentes. Bruen tiene una buena historia, domina las conversaciones, cruza a los protagonistas y se salta las reglas en cada párrafo. Una receta con la que ha escrito un libro violento, sucio e incorrecto absolutamente imprescindible.