Lula se casa con el poder atómico

El relanzamiento de la energía nuclear ha encontrado un inesperado valedor en el gobierno brasileño. El presidente Lula quiere hacerse con un submarino nuclear y una tercera central atómica. ¿Cuál es la razón de este repentino amor por el poder del átomo? ¿Deseos de diversificar la canasta energética o meros sueños de grandeza?

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britannica

Central nuclear de Angra dos Reis (Brasil)

La compra del sumergible fue negociada con su homólogo francés, Nicolás Sarkozy, que recorre el mundo colocando pedidos para la industria gala. Cerca de 700 millones de euros costará el chisme (en total, Brasil gastará unos 9.000 millones en la adquisición de un submarino nuclear, más cuatro convencionales y 50 helicópteros militares de transporte franceses). Y la planta, la bagatela de 2.000 millones; aunque en estos proyectos la factura final suele superar las previsiones.

¿Y a santo de qué quiere Lula semejante buque de guerra? Dudo que sea para combatir el silencio y restaurar el imperio de la música, tal como hacía el 'yellow submarine'; al país de la samba no le faltan ritmos ni melodías. La justificación oficial es la necesidad de defender los yacimientos petrolíferos descubiertos en aguas profundas.

Suena a chiste. ¿Temen en Brasilia que los piratas somalíes asalten los pozos situados en el litoral carioca? Más bien parece un despliegue de diplomacia atómica al servicio de veleidades de gran potencia. Y me da por pensar que, como se estila en los tejemanejes internacionales, junto con el navío se ha comprado el apoyo francés a las ambiciones brasileñas de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. De pasada, Lula quedará a partir un piñón con los militares regalándoles un juguete caro (los generales latinoamericanos se pirran por las armas 'high tech'). El submarino nuclear era un proyecto de la dictadura brasileña, que no se concretó por falta de fondos.

En cuanto a la nueva planta nuclear, se la justifica con el argumento de que "es limpia y segura". Pero, oh casualidad, la apuesta por esta forma de energía incluye un programa de enriquecimiento de uranio, lo cual pondrá al país en condiciones de fabricar una bomba atómica. De la finalidad política de ese proyecto energético Lula no ha dejado ninguna duda: "Brasil podría situarse entre las pocas naciones del mundo que controlan la tecnología del enriquecimiento de uranio, y creo que seremos altamente estimados como nación, como la potencia que queremos ser", declaró a France Press.

No gastaremos tinta en subrayar el escándalo que significa gastar esa millonada en un país sobrado de gente en la miseria; el lector sacará conclusiones por sí solo. Nos contentaremos con invocar al Lula de antaño, al sindicalista de izquierda que se oponía al submarino nuclear por entender que su pueblo tenía prioridades más acuciantes. Sí subrayaremos las repercusiones internacionales de la jugada."Si Brasil sigue adelante con su proyecto nuclear, podría violar el espíritu del Tratado de Tlatelolco y el Tratado de No Proliferación Nuclear", advierte Álex Sánchez, investigador del 'Council on Hemisferic Affairs'. Sin lugar a dudas, nos encontramos ante un paso más en el rearme de Sudamérica, que viene a sumarse a los grandes dispendios en armas rusas hechos por Venezuela y al continuo flujo de armamento estadounidense a Colombia.

Es triste. Un país del Tercer Mundo cede una vez más a los cantos de las sirenas atómicas. Y una vez más, la vendedora de 'grandeur' es una nación desarrollada, resuelta a lucrarse con la demolición de la política de no proliferación nuclear.